[••• = en español. Extraído de Autores británicos del siglo XIX, 115-18. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

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Thomas Carlyle, historiador, crítico y escritor sociológico escocés, nació en el pueblecito de Ecclefechan, Dumfriesshire, el hijo mayor de James Carlyle, albañil y de Margaret (Aitken) Carlyle. El padre era severo, irascible, un •••puritano de pura cepa, pero con todo, un hombre recto y honesto, con un firme carácter. La madre también había nacido en tierras escocesas y fueron sus padres los que iniciaron la educación de Thomas en casa. Desde la edad de los cinco hasta los nueve años, acudió a la escuela del pueblo, y desde los nueve hasta los catorce a la escuela primaria Annan donde destacó en matemáticas y tomó una buena base de francés y de latín. Desde noviembre de 1809 caminó diariamente a Edimburgo para asistir a las clases en la Universidad hasta 1814, con el objetivo último de convertirse en un ministro religioso. Dejó la Universidad sin el título y trabajó como tutor en matemáticas en la Academia Annan en 1814, y tres años más tarde abandonó todo pensamiento de ingresar en la Iglesia, ya que había alcanzado un posicionamiento teológico incompatible con sus enseñanzas. Había comenzado a estudiar alemán en Edimburgo y había acometido muchas lecturas por su cuenta al margen del currículum regular. Posteriormente en 1816, se cambió a una escuela en Kirkcaldy donde se convirtió en el socio íntimo de •••Edward Irving, un chico mayor del colegio Annan que ahora era también el director. Este contacto supuso para Carlyle la primera experiencia de una verdadera camaradería intelectual, y los dos hombres siguieron siendo amigos durante toda su vida. Allí permaneció durante dos años, se sintió atraído por Margaret Gordon, una dama de buena familia (cuyos amigos boicotearon su compromiso) y en octubre de 1818, renunció a ser director de la escuela y se marchó a Edimburgo donde impartió clases de matemáticas y mostró ciertas dotes con la interpretación de las leyes.

Durante este periodo en la capital escocesa, comenzó a sufrir dolores a causa del estómago que continuaron atormentándolo toda su vida, y que bien pudieron haber jugado un papel importante a la hora de moldear el tejido tosco y rudo de su filosofía. En la literatura, tuvo en un principio poco éxito, y una serie de artículos para la Enciclopedia de Edimburgo no le proporcionaron demasiado dinero ni tampoco una reputación especial. En 1820 y 1821, visitó a Irving en Glasgow y permaneció largas temporadas en la nueva granja de su padre, Mainhill; y en junio de 1821, en Leith Walk, Edimburgo, experimentó un renacimiento espiritual sorprendente que aparece relatado en Sartor Resartus. Dicho breve y prosaicamente, consistió en una claridad repentina que apartó sus dudas con respecto a la organización benefactora del universo, una convicción semi-mística de que era libre para pensar y trabajar, y que el esfuerzo honesto y la lucha no se verían frustrados por lo que denominó el “Eterno no”.

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Durante más o menos un año, desde la primavera de 1823, Carlyle fue tutor de Charles y de Arthur Buller, jóvenes con un capital considerable, primero en Edimburgo y posteriormente en Dunkeld. Ahora aparecieron asimismo los primeros frutos de sus estudios profundos en alemán, La vida de Schiller, que se publicó por entregas en la Revista de Londres en 1823-24 y que se emitió como volumen separado en 1825. Una segunda cosecha procedente del mismo campo fue su versión del Wilhelm Meister de Goethe que se ganó las alabanzas de la editorial Blackwood y que fue reconocida inmediatamente como una publicación magistral.

En 1821, Irving se marchó a Londres y en junio de ese mismo año, Carlyle siguió la estela de sus patronos, los Bullers. Pero pronto dimitió de su tutela y tras unas pocas semanas en Birmingham donde probó una cura para la digestión, vivió con Irving en Pentonville, Londres, y visitó brevemente París. Marzo de 1825 le vio regresar a Escocia, a la granja de su hermano, Hoddam Hill, cerca de Solway. Aquí durante un año trabajó duramente en las traducciones alemanas, quizá más serenamente que antes o que después, libre de aquel ruido que siempre fue una maldición para sus sensible oídos y que más adelante provocó que construyera una habitación insonorizada en su casa de Chelsea.

Antes de marcharse para Londres, Irving había presentado Jane Baillie Welsh a Carlyle, hija del cirujano, John Welsh, descendiente de John Knox. Era hermosa, precozmente erudita, con talento, y una maestra brillante de la sátira cínica. Entre sus numerosos pretendientes, el basto y poco refinado Carlyle le causó en un principio una mala impresión, pero comenzaron una correspondencia literaria, y el 17 de octubre de 1826, después de un cortejo que fue en cierto modo una batalla de fuertes voluntades, los dos se casaron y se fueron a vivir a Comely Bank, Edimburgo, comenzando con un capital de 200 libras. Francis Jeffrey, editor de la Revista de Edimburgo, era primo de los Welshes. Aceptó a Carlyle como colaborador, y durante 1827, editó dos importantes artículos, uno sobre “Richter” y otro “El estado de la literatura alemana”.

La Revista extranjera publicó dos ensayos agudos sobre Goethe, y en 1827, inició una correspondencia cordial con el gran escritor alemán, quien respaldó a Carlyle (sin éxito) para la cátedra vacante de Filosofía moral en San Andrews. Otra solicitud para una cátedra universitaria, esta vez para la nueva Universidad de Londres, fracasó igualmente, y un intento de escribir una novela no funcionó.

En mayo de 1828, los Carlyles se mudaron a Craigenputtock, una granja aislada que pertenecía a la familia Welsh, y que fue su hogar permanente hasta 1834. Carlyle vivió la vida de un recluso y erudito, y su inteligente mujer, inmersa en las tareas domésticas y emparedada en la soledad, llevó una existencia aburrida y vacía. Jeffrey, quien los visitó en 1828 y en 1830, dijo: “Saca a tu floreciente Eva de tu maldito paraíso y busca refugio en el mundo terrenal”, pero Carlyle carecía de consideración hacia su cónyuge y no lo hizo. Jeffrey incluso pensó en Carlyle como su sucesor en la editorial de Edimburgo, cuando él renunció en 1829, pero la cuestión no se arregló. Una visita memorable, en agosto de 1833, fue la del joven Ralph Waldo Emerson, a quien se recibió amablemente y quien se convirtió rápidamente en un amigo.

Carlyle escribió en Craigenputtock el primero de los grandes comentarios sobre la vida en general, Sartor Resartus, que apareció en la Revista Fraser entre noviembre de 1833 y agosto de 1834. La idea de una filosofía sobre la vestimenta no era nueva, estaba en deuda con Swift, Jean Paul Richter y otros, pero lo que fue novedoso fue la energía asombrosa humorística, la fuerza moral, el dominio imaginativo (aunque excéntrico) del inglés. Fue condenado por la prensa y no se publicó en formato libro hasta 1838, pero actualmente se cuenta entre sus obras más significativas. Otros escritos notables de esta época fueron los ensayos sobre Voltaire, Novalis y Richter (un nuevo artículo) en la Revista Extranjera.

Tras visitas a Edimburgo y Londres, y una solicitud desafortunada para el puesto de profesor de astronomía en Edimburgo en enero de 1834, Carlyle decidió afincarse en Londres, en el número 5 de Chelsey Row, Chelsea. Su lucha por la supervivencia se hizo más severa debido a su negativa a comprometerse con el periodismo: incluso rechazó una oferta de trabajo en The Times y en su lugar, inició una historia grandiosa sobre la Revolución francesa. En la primavera de 1835, aconteció una de las grandes heroicidades de la literatura. El manuscrito del primer volumen de la primera obra se lo había prestado al filósofo, S. Mill, que a su vez se lo prestó a la señora Taylor. Una ama de llaves analfabeta pensó que era papel para tirar y lo quemó. Mill estaba desolado. Carlyle se comportó con el mayor estoicismo y nobleza, y sólo a duras penas se vio inducido a aceptar 100 libras como una compensación pecuniaria mínima.

Volvió a escribir La Revolución francesa y su publicación en enero de 1837 desató el elogio de Thackeray, Southey, Hallam y otros con gran peso, y consolidó la reputación de Carlyle como uno de los hombres de letras más sobresalientes del momento. Aun así, se vendió lentamente, y tuvo que recurrir a las conferencias públicas (que Harriet Martineau organizó) para recaudar fondos. Sólo en 1842, cuando la señora Welsh falleció, y les dejó una pensión anual, pudieron librarse de la preocupación financiera.

La vida de Carlyle contiene pocos episodios relacionados con el mundo exterior. Desde su instalación en Londres, su historia se redujo al enorme trabajo y a la construcción gradual de una fama literaria que llegó a ser mundial. En los años 40 y más adelante, cada vez fue más buscado por los hombres de letras, los políticos y la aristocracia, y sus amistades incluyeron nombres tales como Monckton Milnes, Tyndall, Peel, Froude, Grote, Browning, y Ruskin. Una de sus relaciones, la que mantuvo con el clérigo John Sterling, fue íntima y cálida, y dejó constancia de ella en La vida publicada en 1851. Otra, con Lady Harriet Ashburton, provocó una grave desavenencia en el hogar de los Carlyle, siendo firmemente desaprobada por la señora Carlyle, aunque no había motivos para sugerir que fuera algo más que una profunda estima mutua.

En la literatura, Carlyle se apartó cada vez más de las ideas democráticas. El Cartismo, Los héroes, Pasado y presente y Cromwell, todas desarrollaron su tesis de que el pueblo necesita un gobernante fuerte y despiadado a quien obedecer. Panfletos de nuestros días, que incluye la “Estatua de Hudson”, derramó todo su desprecio por las tendencias filantrópicas y humanitarias del momento. Su última exaltación monumental de la fuerza fue la historia de seis volúmenes de Federico II de Prusia: llamado Federico el Grande. Siguiendo su costumbre, visitó en dos ocasiones Alemania para inspeccionar la escena (en 1852 y en 1858), y generó cantidades ingentes de material. Los dos primeros volúmenes aparecieron en el otoño de 1858, se tradujeron en el acto al alemán y fueron aclamados como obras maestras. Los volúmenes restantes aparecieron en 1862, 1864, y 1865. En este último año, Carlyle fue nombrado Rector de la Universidad de Edimburgo. Cuando todavía estaba en el norte, después de pronunciar su discurso inaugural, se enteró de la muerte repentina de su esposa a causa de una enfermedad coronaria, sumiéndose por tanto en la aflicción más profunda.

Desde entonces, una decadencia progresiva sobrevino. En el otoño de 1866, Carlyle se unió al comité para la defensa del gobernador Eyre de Jamaica, quien fue llamado por supuesta crueldad en la supresión de la rebelión. Al año siguiente, escribió el tratado, Disparando Niagara, en contra de la ley de reforma (Reform Act) que había introducido mejoras en el sistema de voto británico. Tomó partido por los prusianos en la guerra de 1870-71, y en 1874, se le concedió la condecoración de la alta orden prusiana “Al mérito”, y el mismo año rechazó la oferta de •••Disraeli de la Gran cruz de la orden de Bath y una pensión. Falleció el 4 de febrero de 1881 y fue enterrado en Ecclefechan.

El carácter personal de Carlyle y su filosofía están igualmente llenos de contradicciones y son apenas susceptibles de una exposición resumida. Aunque era el devoto más altruista de un ideal, podía llegar a ser maleducado y poco caritativo hasta el nivel más ínfimo con respecto al trabajo y las personalidades de los otros, incluso con un hombre como Charles Lamb. Apóstol de la valentía y de la resistencia, fue sin embargo el gruñón más vociferante y descortés. Su amor por su mujer fue profundo y duradero, no obstante, su vida con él fue a menudo un tormento. A medida que aborrecía la filantropía y la legislación liberal según los parámetros utilitaristas (utilitarian), y admiraba cada vez más el despotismo, podría ser nocivo sobre el “juego que preservaba a la aristocracia” y en su vida personal era raudo en aliviar el desconsuelo.

De sus enseñanzas no podemos extraer ningún corpus coherente de filosofía, ya que fue más bien como profeta y visionario donde encontró su lugar. Fue ciego ante el fenómeno más grande de su época, la emergencia de la ciencia como intérprete del universo, y habló ofensivamente de Darwin. La economía formal también mereció su censura. Su actitud teológica es la más difícil de definir. Desde una edad temprana, se vio a sí mismo incapaz de suscribirse a ninguno de los credos ortodoxos, pero fue incluso más condenatorio con •••el ateísmo (atheism) que con la Iglesia escocesa, y nunca dejó de creer apasionadamente en un dios personal. Su principio central fue el culto de la fuerza y, tras comenzar como radical, llegó a despreciar el sistema democrático y a enaltecer cada vez más el valor y la necesidad de un gobierno fuerte y severo en el que el pueblo no pudiera participar.

En literatura fue el pionero que exploró y dio a conocer el trabajo de la Alemania moderna. Sus juicios literarios fueron penetrantes, y (y cuando abordaba un tema con el que congeniaba) justos, y respecto a hombres como Voltaire, Burns, y Johnson emitió veredictos que se aproximaron a la irrevocabilidad. Como historiador, se sitúa en el puesto más elevado. Restringiendo ciertos errores insignificantes sobre los detalles, Carlyle iluminó el pasado con un entendimiento extraordinario y convirtió a sus personajes en reales y a sus escenas en dramáticas. Su estilo es un fárrago extraordinario que danza y no fluye, que acuña palabras extrañas y ejecuta evoluciones extravagantes, pero que sin embargo, acumulativamente, impresiona como un estilo magistral, impregnado de humor, ironía y pasión, siendo imposible de imitar al ser rematadamente personal, abrasador y convincente.

“El genio de Carlyle”, escribió Hector Macpherson, “tenía muchas caras. Él tocó y ennobleció la vida nacional en todos sus aspectos. Él rescató a toda una generación de jóvenes de la atmósfera estancada del materialismo y de la ortodoxia inane hasta elevarla a la región del idealismo. Con el Maestro de Balliol, creemos que 'ningún escritor inglés ha hecho más por alzar y purificar nuestras ideas sobre la vida y por concienciarnos de que las cosas del espíritu son reales, y que en última instancia no existe otra realidad'”.


Actualizado por última vez el 6 de julio de 2004