[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

iitial C with portrait of Carlyle

rlyle golpea implacablemente a los ricos de Gran Bretaña cuando con mofa pregunta, “¿Son estos vuestros hombres modelo? ¿Vuestros grandes hombres? En su mayoría, son vuestros afortunados (o desafortunados) aventureros, abotargados e inmensamente despreciables; de culto inmerecido y eternamente incapaces de obtenerlo, excepto cuando consagran su alma al servilismo… Me resulta trágicamente evidente que nuestra primera carencia que incluye a todas las demás, sea la de una nueva aristocracia de hecho, en vez de la extinta e imaginaria aristocracia de título contra la cual la anarquía del mundo se está rebelando por doquier”. Aunque su ataque al levantamiento de las incontables estatuas de un grupo elitista sirve como catalizador para una discusión seria del sufragio universal, se une a la voz satírica de los columnistas contemporáneos de la revista Punch.

Uno de los artículos de esta revista dedicó un “Boletín de la estatua” al Duque de Wellington (***Duke of Wellington): “Miércoles.—El duque comenzó a moverse más bien temprano, aun cuando no se levantó antes de las doce. Durante el día no mostró signos de mejora, aunque se emplearon los remedios más vigorizantes. Su circulación ha sido muy lenta. Su mirada es pesada y sus rasgos, debido a las preocupaciones, parecen con toda evidencia estar cubiertos de bronce a causa del poeta Wyatt o bien del sol” Punch, 11 [1846] 155). La “Oda a la inauguración por la estatua de Wellington” en el mismo número de Punch, finaliza con el verso, “¡Oh!, entonces, apresuraos, vosotros que tenéis gusto y derribad la estatua”. Carlyle comparte con los columnistas contemporáneos una repugnancia general por las adineradas clases altas y una actitud satírica hacia su estilo de vida y sus logros.

Charlotte Brontë también habla de estas clases con una voz desaprobadora. Podemos ver esto en cómo retrata al grupo que viene para pasar el rato con Rochester en Thornfield. Sin ninguna duda que Brontë habría disfrutado del artículo sobre “Los pseudointelectuales anfitriones de fiestas” en Punch:

¡Por todos los santos! ¿Qué pretende la gente al ir allí? ¿Qué es lo que se cuece allí que todo el mundo se apiña en aquellas tres reducidas habitaciones…? Cuando vuestras miradas se cruzan, se supone que has de sonreír y que ella te devuelve la sonrisa por enésima vez durante esa noche… amalgamados—una bandada de viudas de nobles, robustas o esmirriadas; una débil rociada de jovenzuelas; seis Lords de mirada taciturna… que nunca se pierden una noche de delicioso placer como ésta (“Los pseudointelectuales de Inglaterra”, Punch, 11 [1846] 81).

Brontë y Carlyle, ambos críticos con la aristocracia, comparten los sentimientos hacia su época.

“La estatua de Hudson”, como Jane Eyre abraza el tema de que la aristocracia representa cualidades indeseables y que no debería ensalzarse como “merecedora de… culto”. Carlyle nos muestra esto en su vehemente denuncia sobre las diversas estatuas de la aristocracia. Brontë escoge elaborar su argumento mediante Blanche Ingram, quien al final de la sección dedicada a Thornfield, prueba ser desagradable ante el lector.

Carlyle y Brontë usan diferentes técnicas para atacar a las clases acaudaladas. Como contraposición a la embestida burlona y directa de Carlyle, Brontë aborda la cuestión más sutilmente. Las observaciones que Jane hace durante toda la sección de la fiesta en Thornfield presentan una imagen poco halagadora de la clase alta:

ella [la señorita Ingram] no necesita falsificar sus sonrisas con tanta fastuosidad, relampaguear sus miradas con tanta insistencia, darse unos aires tan elaborados, exhibir innumerables gracias… pero cuanto más consideraba la posición, la educación de los invitados, menos me sentía justificada para juzgar y culpar ni a la señorita Ingram ni a él, por actuar conforme a ideas y principios que, sin duda, les habían sido infundidos desde su infancia. Todos los de su clase sostenían estos principios [p.165].

Aunque Jane no condena a Blanch Ingram, a Rochester o al resto del grupo individualmente, desaprueba los principios de la clase alta en su totalidad. A pesar del uso de técnicas divergentes, Carlyle y Brontë producen el mismo efecto.


Modificado por última vez en octubre de 1993; traducido el 27 de noviembre de 2012

Modificado por última vez el 23 de octubre de 2002