["Las primeras biografías de Lewis Carroll" se ha adaptado con el permiso del autor y el editor del cap’tulo de apertura de In the Shadow of the Dreamchild por Karoline Leach (London: Peter Owen Ltd, 1999). Traducción de Adriana Osa revisada y editada por Esther Gimeno y Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]



“Lewis Carroll es uno de los inmortales de la literatura; C.L. Dodgson fue olvidado rápidamente salvo por unos pocos”- Claude M. Blagden, estudiante de Christ Church a partir de 1896.

“Fue el último santo de este mundo irreverente: aquellos que cayeron rendidos a los pies de los mitos de Santa Claus se aferraban a los retazos del misticismo de Lewis Carroll y no se permitirán juzgarlo objetivamente.” — Florence Becker Lennon

decorative initial C Charles Dodgson nació el 27 de enero de 1832. Vivió su vida y finalmente murió el 14 de enero de 1898. Lewis Carroll nació el 1 de marzo de 1856, y todavía está muy vivo.

Los cien años de estudios que rodean al autor de Alice han girado en torno a la segunda más que a la primera de estas dos encarnaciones: los estudios se han dedicado primordialmente a la mitología que rodea al nombre Lewis Carroll más que a la realidad del hombre de carne y hueso, Dodgson. Pruebas de esto se pueden encontrar por doquier; los motivos sólo se pueden explicar en parte en términos racionales.

La destrucción que la familia de Charles Dodgson llevó a cabo de sus papeles inmediatamente después de su muerte y su firme negativa a permitir que las pruebas fueran hechas públicas conllevó que las pruebas biográficas de primera mano fueran casi inexistentes hasta la segunda mitad del siglo XX. Siguiendo un desarrollo aparentemente separado aunque, en última instancia, relacionado, comenzó a desarrollarse un mito masivo y casi irresistible que rodeaba el nombre de Lewis Carroll incluso durante la vida de Dodgson. En el espacio en barbecho dejado por la carencia de pruebas y el silencio de su familia, este mito creció de un modo sin precedentes y con una extraordinaria fuerza. Cuando los primeros biógrafos escribieron sus estudios sobre Lewis Carroll carecían de cualquier prueba de primera mano, así que no les quedó otra opción más que llenar sus libros de lo dicho sobre este mito. Y así, ya en una época temprana se legitimó esta leyenda con un pedigrí casi académico. Los biógrafos posteriores tomaron su testigo y repitieron estos "hechos" supuestamente ya verificados.

Cuando una cantidad razonable de material de primera mano estuvo por fin disponible, la “verdad" sobre la vida de Charles Dodgson se había hecho tan conocida y se había introducido tan profundamente en la tradición académica que cualquier tipo de revisión pareció innecesaria, hasta impertinente. Así que pruebas (a veces muy concluyentes) que sugerían otras posibilidades fueron marginadas e ignoradas. Así, el estudio se vio inmerso en la evolución del mito de una manera que puede ser única en los estudios literarios. De este modo, la biografía del autor de Alice:es, en alguno de sus aspectos más importantes, una biografía inventada de un nombre inventado. Se trata más bien de un ensayo ampliado sobre el poder inconsciente del mito y su lugar en la sociedad civilizada, más que de una exposición de la vida de Dodgson.

No pretendo dar a entender por esto que todos los biógrafos modernos de Lewis Carroll sean unos cuentistas o unos incompetentes. No pretendo sugerir que no tengan ningún respeto al valor objetivo de las pruebas. Al contrario, en los pasados treinta años se ha observado una especie de renacimiento en el estudio de Lewis Carroll. La investigación que debería haberse emprendido años atrás se ha puesto finalmente en curso. Los volúmenes de sus cartas fueron publicados a finales de los años 70. Su diario íntegro está siendo preparado para su publicación.

Pero, hasta ahora, el efecto de este renacimiento sólo ha sido el de enfatizar el grado hasta el cual la imagen de Carroll existe más allá del alcance de la evidencia, en un reino cuasi religioso de fe e intuición; el grado hasta el cual el fenómeno de Carroll al completo — que afecta a la cultura popular y a la academia — manifiesta la psicología de lo icónico en su forma más bizarra y subconsciente. La imagen del hombre presentado por las biografías es tan uniforme y tan estable que da la impresión de provenir de una base firme e irrefutable. No es descabellado pensar que tal grado de certeza y unidad provengan de una cantidad considerable de pruebas contrastadas y de primera mano. Sin embargo, se trata de algo mucho más extraño que una simple y llana biografía.

La primera biografía de Lewis Carroll apareció, censurada de manera oficial por la familia, unos meses después de su muerte en 1898. La imagen que transmitía del hombre y su vida ha cambiado muy poco en el transcurso de un siglo; a estas alturas resulta ya familiar. Se trata del retrato de un clérigo victoriano, tímido y remilgado, hasta cierto punto atrapado en una infancia perpetua. Una especie de Jano que se topó con el genio a través de una fragmentación psicológica. Un hombre que "no tenía vida", que vivió apartado del mundo y del contacto humano; un hombre monacal y casto, que "murió virgen".

Quizás sea sobre todo el retrato de un hombre que se concentraba emocionalmente en niñas prepubescentes; un hombre que buscó la comodidad y el compañerismo exclusivamente a través de amistades con niñas, y que casi invariablemente perdía el interés cuando alcanzaban la pubertad. Su vida emocional es presentada como una serie estéril y solitaria de "rechazos repetidos" cuando las niñas crecieron e inevitablemente le dejaron atrás. Ya que el análisis freudiano arrancó el corazón del misterio hace sesenta años y se vio que estaba corrompido, esta obsesión ha sido vista por muchos como la prueba de una sexualidad reprimida y anormal, y Carroll ha sido descrito como un hombre que se esforzó por dominar sus "apetitos sexuales desviados". Para la prensa y la mente popular es visto como un pedófilo. Para los eruditos distinguidos se trata de un hombre que "prefería la compañía de niñas".

En la más notoria y respetada de las biografías modernas, Carroll es descrito como un hombre “cuyos impulsos sexuales buscaban vías de escape fuera de lo convencional”, y que “dependía de la compañía y afecto de niñas”. Se dice con certeza que fue tristemente célebre por esta pasión incluso durante su propia vida, siendo la fotografía de cuerpos “un peligrosos sustituto del acto sexual”. (Bakewell, xvii, 245, Cohen, 530). Incluso aquellos que no aceptaban esta connotación sexual e intentaban "defenderle" contra este supuesto estigma freudiano — como la biografía de 1954 de Derek Hudson o el prefacio de Roger Lancelyn Green a los Diaries corregidos de 1953 — no hacen ninguna tentativa de poner en duda su supuestamente exclusiva pasión por las niñas. Su opinión es simplemente que esta obsesión era en gran parte asexuada, porque Lewis Carroll era demasiado inmaduro emocionalmente, de un carácter “demasiado simple”para experimentar deseo sexual adulto por alguien o algo, o demasiado remilgado para expresarlo. Para Hudson, la sola idea de Carroll como ser sexual era "deliciosamente absurda": era un hombre que atrapado en su infancia; el amor que él entendía y anhelaba era un amor protector... (Hudson, 100, 188). Pero el estudio reciente más impecable desde un punto de vista académico (descrito más de una vez como "definitivo") es el más abierto sobre la naturaleza de la obsesión de Lewis Carroll. La biografía del profesor Morton Cohen desecha por completo la imagen del niño eterno asexuado en favor de “ un hombre adulto con respuestas emocionales maduras e intensas”cuyas “emociones se centraban en niños, no en adultos”(193).

Cualquier interpretación que sea discutida, ya sea la de una desviación controlada o la de una asexualidad absoluta, el axioma del cual ambas dependen (de hecho el axioma del cual depende el análisis entero de la vida de Carroll y su literatura) es la asunción de que las niñas eran la única salida para sus energías emocionales y creativas en una vida por otra parte solitaria y aislada; que ellas eran la única inspiración de su genio y que ocupaban un lugar en su corazón que en vidas más normales lo ostentan amigos y amantes. Esta creencia y sus corolarios — su soledad y su castidad inexpugnable — son las asunciones por las cuales se miden todos los demás aspectos de la vida de Carroll.

Aparentemente, el consenso pone el asunto fuera de toda duda. Esto nos hace pensar que la imagen de Carroll disponible en las biografías está bien fundada y es fehaciente. La idea de que la tradición pudiera ser una mera recopilación de mitos arraigados pero infundados parece una suposición escandalosa. Sin embargo, ésta es la verdad.

Las pruebas prima facie, aparecidas hace cincuenta años, no apoyan esta imagen ni las afirmaciones presentes en las biografías modernas que se han ido construyendo sobre esta imagen. Este libro intentará mostrar que se trata, de hecho, del caso contrario.

El hombre que surge de las páginas del diario de Dodgson y de su propia correspondencia no es un hombre "cándido", ingenuo soñador infantil; no es un ermitaño solitario y asexuado que aborrece a los niños pero que está obsesionado con las niñas; no es un hombre incapaz de funcionar en un mundo adulto. La leyenda es verdad en la medida en que sus compañeros preferidos siempre eran del sexo femenino, pero nunca odió a niños o a hombres -de hecho, disfrutó de la amistad de hombres y niños en su vida, tanto en la infancia como en la edad adulta. Y, a pesar de la autocaricatura de "ermitaño", y a pesar de las veces que esta imagen aparece en sus biografías, él nunca fue solitario. Su diario deja bien claro que, de hecho, Dodgson era “adicto”a la compañía — en particular de la femenina — y que nunca le faltaron acompañantes. Hubo épocas en las que casi se convirtió en una obsesión: acudía a Londres a visitar a artistas, escritores y a sus innumerables amigas, hacía más de media docena de llamadas por día y, además de esta frenética actividad, acudía al teatro e invitaba a estos amigos a cenar. El mito prefiere que esto no sea así.

Lo mismo es aplicable en mayor grado al ámbito más polémico y menos entendido de la vida de Dodgson. Quizás se trate del emblema por definición de su existencia, ya sea visto como tío bonachón o como un desviado: la creencia de que Lewis Carroll estaba obsesionado con niñas prepubescentes y que luego las abandonaba cuando alcanzaban los catorce años.

La realidad de la vida registrada en sus diarios y sus cartas no admite tal afirmación simplista y fácil. Fue Dodgson quien inventó el ahora famoso término child-friend [N. de T.: “niña-amiga”; al ser un término relacionado muy estrechamente con Carroll aparecerá siempre en su forma original]. Pero con su típico tono evasivo decidió usarlo de un modo personal, casi se podría decir que deliberadamente engañoso. Para Dodgson una child-friend era cualquier mujer de casi cualquier edad — al menos menor de cuarenta años — con quien mantuviera una relación especialmente próxima. Algunas eran, en efecto, niñas; algunas comenzaron como tal, pero crecieron y seguían siendo child-friends al cumplir veinte o treinta años; también les fue dado este nombre a algunas aunque su relación con Dodgson comenzara cuando ellas eran ya mujeres jóvenes. Una niña de diez años y una mujer casada de treinta y cinco años, una niña que conoció una vez en la playa y una mujer con la que compartió correspondencia íntima durante veinte años o más, podrían ser igualmente llamadas "niñas-amigas" por Dodgson. Lejos de perder el interés en las niñas cuando alcanzaban la pubertad, una proporción sustancial (entre 30 y el 90 %) de sus "niñas-amigas" estaba ya en o muy por encima de esta línea divisoria.

A despecho de todo lo que se cree actualmente, y bajo una engañosa e infantilizada denominación, sus amistades femeninas eran numerosas. Había mujeres casadas como Constance Burch, viudas como Edith Shute y Sarah Blakemore, y solteras como Theo Heaphy, May Miller y "darling Isa" Bowman. Estas mujeres eran una parte integrante de su vida, una fuente importante de compañerismo y consuelo. Iban al teatro con él, cenaban tete-’-tete con él en sus aposentos; en ocasiones le cuidaban cuando enfermaba, zurcían su ropa o compartían alojamiento durante extensos períodos. Algunas de ellas posaban para él, en lo que él llamaba traje "outré", incluso mucho después de dejar su infancia atrás.

Muchas de estas relaciones eran claramente muy íntimas e importantes para él y desafió las convenciones de su sociedad a fin de mantenerlas. Algunos de ellas tenían un fuerte componente sexual: era posesivo y celoso, y seguramente se rumoreó por aquel entonces que se trataba de encuentros sexuales. Fue el centro de múltiples habladurías, a veces a modo de venganza: se hablaba de su vida social y sus fotografías y se utilizaba como base de los rumores. Esto le preocupaba y le hacía sentirse perseguido. La señora Grundy se convirtió en su Torquemada personal, murmurando y cuchicheando a sus espaldas cuando él paseaba con sus amigas en sociedad. Su filosofía sobre tal desaprobación era mordaz, pero estaba resignado.

No debería sorprenderte que hablen mal de mí. Cualquier persona de la que se hable abiertamente ha de sufrir las habladurías de alguien. [Letters, II, 978]

lL escribió a su hermana menor (preocupada por la moral de su hermano), cuando se comentaba su relación con una mujer de 25 años que amenazaba con convertirse en un escándalo.

Más allá de un mito falso, su vida adulta estuvo dominada por este tipo de escándalos: sus relaciones con mujeres casadas o solteras dispuestas a mancillar su reputación por estar con él y a desafiar el código moral predominante. La realidad del autor de Alice:, su vida y su literatura, es de una existencia rica y curiosa que tanto las biografías como las imágenes populares, durante un siglo o más, han decidido omitir en favor de un retrato en gran parte inventado.

Tales opiniones aparentemente radicales escandalizarán sin duda a aquellos que prefieren que los datos biográficos sean absolutos; pero, como espero demostrar, estas opiniones están mejor fundamentadas en pruebas que cualquier afirmación del consenso actual. Pero antes de que comencemos con un nuevo análisis de los datos y su interpretación, creo que se debería observar cómo se llegó a la imagen que ha caracterizado a Carroll durante el pasado siglo, y por qué es a la vez tan popular y alejada de la realidad.

La respuesta a la primera parte de esta pregunta es, en mi opinión, que su vida ha sido víctima no sólo de una selectividad biográfica, sino también del proceso de transformación en icono que ha sufrido Lewis Carroll, convirtiéndose en un mito casi tan poderoso como sus cuentos de hadas.

Carroll y su Alice:siempre han compartido un tipo inmortalidad que raya en el incesto. Casi a partir del mismo momento de su nacimiento literario, han sido dos elementos de una extraña simbiosis. El autor y su creación han penetrado el uno en el otro, combinándose hasta que los límites de sus identidades se han difuminado. En el centro de las historias de Alice está la imagen de Carroll; en el centro de la imagen de Carroll se encuentra Alice. Con la extensión de su fama por todo el mundo, el nombre Lewis Carroll -una invención, la vanidad de un hombre que gustaba de jugar con palabras y símbolos- se hizo en sí mismo un símbolo, una interpretación semitangible de una idea. Se convirtió en una aspiración.

Para los victorianos, atrapados como estaban en la cúspide de una nueva edad en la cual todas las viejas certezas morían, Lewis Carroll vino a significar una inclinación a creer en un mundo maravilloso, en los cuentos de hadas, en la inocencia, la santidad y la efímera visión de una edad de oro en la que parecía posible para la humanidad superar la condición humana. Carroll se convirtió en la manera de afirmar que tales cosas realmente habían existido alguna vez. Incluso antes de la muerte de Dodgson, su nombre ficticio se había convertido en la encarnación de esta aspiración victoriana por el desapego del mundo. Lewis Carroll era el Flautista de Hamelín y Francisco de Asís. Su supuesta ternura por los niños fue vista como una renuncia parecida a la de Cristo al placer y al mundo adulto. Se hizo una manifestación casi divina de la obsesión victoriana por la inocencia de la infancia, que identificaba la inmadurez con la inviolabilidad.

Al igual que otros tantos iconos en ciernes, Dodgson mismo fue de los primeros en percibir el crecimiento del mito que rodeaba a Carroll, y con la contrariedad que lo caracterizaba lo deploró tanto como lo manipuló. ’l por instinto entendió el poder de una imagen. A lo largo de su vida no fue sólo impulsivo y contradictorio, sino también un genial manipulador de su propio personaje: podía presentar muy hábilmente una imagen de él a fin de producir un determinado efecto deseado. Como veremos más adelante, Carroll comenzó a ser famoso cuando Dodgson dudaba más de sí mismo y, por lo tanto, era consciente de la importancia de reinventarse. La imagen de ídolo y amante de niños le fue ofrecida en el momento oportuno, y él la asumió como un personaje de media jornada. Por una especie de acuerdo mutuo, la sociedad y él mismo comenzaron a crear el mito, tan beneficioso para unos y otros, de Carroll y las niñas.

La pureza era exactamente lo que los victorianos quisieron relacionar con Carroll, y la pureza era exactamente lo que le convenía (intermitentemente) a Dodgson que estuviera asociada con él. Su afecto genuino e instintivo por los niños dejó de ser espontáneo y comenzó a ser exagerado e, inevitablemente, algo insincero. Comenzó a hacer el papel del adorador de niños, mezclando la sinceridad y la ironía. Inventó la palabra "niña-amiga", pero la empleó erróneamente, con intención casi malévola. Adoró a los niños como un artículo de fe religiosa, y la explotó como una manera de ocultar sus propias relaciones con mujeres -que eran poco convencionales y, posiblemente, puramente sexuales. Esto estaba inextricablemente unido a su deseo de verse de nuevo como un hombre inocente, y — en un nivel diferente — a su cínico deseo de que otros lo vieran como un hombre inocente. El amor de Carroll por las niñas era, en parte, una construcción, una farsa. En realidad, las niñas nunca fueron tan importantes en su vida como contaba la leyenda o el propio testimonio de Dodgson.

Carroll se convirtió en una de las verdades por las cuales su época se evaluaba a sí misma y sus valores, tras lo cual se tranquilizaba pensando que todo estaba en orden. Antes de la década de 1890, la "realidad" de esta imagen era ya un axioma: los artículos de revista enaltecían a "un amante genuino de niños", "tan tiernamente comprometido con sus estudios matemáticos como con los niños", habitando "un El Dorado de placeres inocentes". Incluso aquellos que conocían a Dodgson estaban convencidos de que en realidad era a Carroll al que estaban viendo, y lo describieron de una forma extremadamente idealizada. Para su amiga (también artista) Gertrude Thomson, que lo adoraba, él no era “exactamente un hombre corriente de carne y hueso, sino más bien un espíritu etéreo y delicado que ha decidido tomar momentáneamente aspecto humano”( Harper’s Monthly Magazine, julio de 1890, 254; Noticias Ilustradas, el 4 de abril de 1891, 435; Interviews and Recollections, 235). Uno puede ver el mismo patrón funcionando en las biografías de otros cuentistas "inmortales". Hans Christian Andersen y Edward Lear, aunque en menor grado, también fueron despojados de un sentido completo de sus vidas y obligados a llevar el disfraz de marinero infantil de manera perpetua (una imagen que para Lear, con su sífilis y su supuesta bisexualidad parece particularmente inadecuada), para luego ser condenados por su incapacidad para madurar (Levi, 31). Quizás hay algo en nosotros que rechaza permitir a los héroes de nuestra propia infancia salir del cuarto de los niños -incluso cuando su permanencia allí los convierta en individuos sospechosos. Pero sólo Lewis Carroll ha inspirado una necesidad tan irresistible de reordenarlo como si perteneciera a la ficción. Sólo él, en parte por razones de su propio carisma personal y por su propio deseo de convertirse en leyenda, tuvo lo necesario para convertirse en un icono genuino, un ídolo que pasa de generación en generación.

Incluso mientras Dodgson todavía vivía (y ponía en práctica su propio concepto de moralidad), las evidencias de sus relaciones sexuales eran, posiblemente, el aspecto real más invisible a los ojos de la leyenda Carroll. De acuerdo con el matiz vagamente religioso de su mitología, Carroll siempre ha tenido la obligación de ser casto. Incluso ahora, cuando se le concibe como un desviado, se le sigue describiendo como inocente y virginal. La abstinencia de actividad sexual es la primera exigencia de su mitología. Es una indicación del poder de esta necesidad, así como de la existencia independiente que Lewis Carroll ya disfrutó de la imagen pública de Dodgson: mientras esta imagen mítica del amor por la infancia de Carroll era ya una realidad asumida, su álter ego Charles Dodgson era el objeto de habladurías que contradecían esta imagen casi por completo. Dodgson estaba siendo condenado y criticado por sus relaciones poco convencionales con mujeres cultivadas, incluso cuando Carroll estaba siendo santificado por amar a las niñas. Los escándalos sobre mujeres e historias sobre las "niñas" coexistieron, pero nunca llegaron a solaparse. Es como si, en la opinión pública, los dos hubieran sido individuos completamente separados, y sugiere que es en nuestra percepción actual, y no en la de entonces, que el concepto de "doble personalidad" tiene su raíz.

A pesar de ser cómplice en el uso de esta ficción en su propio beneficio, Dodgson no fue quien inventó el mito. Se encontraba más allá de su control y, de hecho, sobrevivió a la muerte de Dodgson. Mientras él vivió, el paso para convertir a Dodgson en Carroll fue mantenido bajo control por su existencia corpórea. La vida de Dodgson y la imagen de Carroll coexistieron, tolerando la existencia del otro. Sin embargo, cuando Dodgson murió en el año 1898, "Carroll" siguió con apenas una arruga o un temblor. Para el proceso hacia la apoteosis, la muerte era poco más que un cambio de muda para una serpiente.

Como era de esperar, la necrológica de enero de 1898 desató una serie de elogios respetuosos ensalzando una vida decente y cristiana. No es de sorprender que no se hiciera mención de los aspectos más polémicos de la vida de Dodgson. Se trataba del siglo XIX en Inglaterra y no se compartía nuestro actual apetito por la "salida del armario" de los culpables. Pero la amnesia sobre la realidad de la vida de Dodgson duró más de lo que la discreción protocolaria requería y se convirtió en algo mucho más bizarro.

Durante los años que vinieron inmediatamente después de su muerte, muchas personas que habían conocido a Charles Dodgson plasmaron sus impresiones sobre él. Se trataba de tributos casi uniformemente sinceros de aquellos que lo admiraron, respetaron o amaron. Pero hasta el más afectuoso de ellos pareció incapaz de olvidar que era Lewis Carroll al que se estaban refiriendo y en su búsqueda, no sólo decidieron omitir aquellos aspectos que podrían haber parecido moralmente ambiguos, sino que, además, dieron rienda suelta a su memoria selectiva, concentrándose solamente en el lado especial, mágico, o infantil del carácter de Dodgson. A su vez, se excluían los aspectos más comunes, cotidianos y mundanos. Era como si ellos sintieran también la necesidad general de creer en Carroll con fe casi religiosa, convirtiéndose ellos mismos en discípulos y criadas; agarrados al dobladillo del nuevo Mesías mientras bailaba por los caminos de memoria, tocado por la magia, suavizado por la nostalgia; siendo "propiedad de un mundo más antiguo que desaparecía".

Cuando comenzó a ser visto a través de la gran división del nuevo y flamante siglo, cuando todas las certezas victorianas cayeron en el desastre de la Gran Guerra y un mundo feliz más allá, entonces la necesidad de creer que lo que Carroll representaba había sido real se hizo una necesidad aún más acuciante. El sentido lamento de Alice Maitland: "Alas! alas! that life should change; ...all the dear, old, familiar places and faces disappear", podría ser el leitmotiv de todas estas rememoraciones. En sus visiones conmovedoras de la antigua rectitud, en las imágenes del niño perpetuo perdido en el esplendor de oro de un día de verano perpetuo, no vemos la realidad, sino un anhelo desesperado. Se trata de la necesidad de estar seguro de que una vez eso realmente había tenido lugar. Las memorias son líricas en sus evocaciones del Merlín de nuestros días, perdido entre su propia imaginación viva o el pintoresco filósofo con un corazón inexpugnable. Es recordado como “uno de los pocos santos”, como “ uno de los que trae consigo la delicadeza de aquellos días lejanos”, como “uno de los inocentes a los que pertenece el Reino de los Cielos”.( Interviews and Recollections, 68-9, 124, 163, 181, 186.)

Lo que nunca pudo ser fue un adulto, un varón humano. La mayoría de los datos que delataban su identidad sexual -su identidad como adulto- fueron rápidamente oscurecidos por la tradición, mientras se hiperbolizó sus excentricidades hasta convertirlas en algo grotesco y sus complejidades en absolutos simplistas. Carroll tuvo que ser sellado, conservado para la posteridad, mitad en el claustro, mitad en el país de las hadas. Fue un proceso acelerado y quizás legitimado por el primer trabajo biográfico que apareció tras su muerte.