["Lewis Carroll y la biografía moderna" se ha adaptado con el permiso del autor y el editor del cap’tulo de apertura de In the Shadow of the Dreamchild por Karoline Leach (London: Peter Owen Ltd, 1999). Traducción de Adriana Osa revisada y editada por Esther Gimeno y Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Durante los últimos treinta años, y gracias a la difusión de la documentación retenida durante mucho tiempo, nuevos estudios sobre Carroll han comenzado por fin a surgir. Los aficionados y los profesionales han comenzado a coleccionar y publicar documentación importante. Han conseguido reunir colecciones minuciosas y cuidadosamente anotadas de las cartas de Dodgson, sus folletos políticos y matemáticos más crípticos o las memorias de aquéllos que lo conocieron en vida. Sus diarios están finalmente siendo preparados para su publicación íntegra. En este aspecto las cosas han cambiado sustancialmente en comparación con los años en los que esta situación era inconcebible.

Ahora es posible saber mucho más sobre los detalles de la vida de Lewis Carroll, sus pensamientos íntimos y sus relaciones personales que en su día Langford Reed o Florence Becker Lennon. Sus cartas arrojan luz sobre curiosas e intensas relaciones con distintas mujeres y también sobre los escándalos que persiguieron estas amistades. En su diario también se hace referencia a estas situaciones, así como a sus habilidades sociales y a su existencia sigilosa. Además, también refleja una vida impregnada durante unos años de un sentimiento inconfesado de culpa y de rezos atormentados.

Si se hubiera descubierto el diario desaparecido de Charlotte Bront’ o de Conan Doyle, su publicación hubiera supuesto una revolución biográfica y literaria: los autores se hubieran precipitado a publicar nuevos análisis, actualizando su trabajo y sus teorías con el aluvión de nueva información. Habría habido fuertes disputas sobre el significado del material tanto tiempo ausente. Pero, aun siendo escritores capitales, ninguno de ellos se ha convertido en leyenda. Bront’ no se ha visto inmersa en una leyenda que rodeara a "Currer Bell", y Doyle nunca ha sido el icono de nada.

Al sacar a la luz pública el diario íntegro de Dodgson se constató que Carroll existe como una aspiración, más allá del análisis histórico, y que su biografía ha sido desarrollada en torno a esta aspiración. De hecho, más que provocar un intenso debate y un nuevo análisis, la aparición de la voz privada e inédita de Dodgson pasó casi completamente desapercibida. En una simple ceremonia, los nueve volúmenes restantes fueron recibidos por un representante del Museo Británico de parte de la familia Dodgson. Los volúmenes fueron individualmente envueltos en papel, atados con una cinta y almacenados con esmero. Y allí se quedaron, sin ser molestados ni advertidos; mientras tanto, los biógrafos siguieron escribiendo sobre Carroll como si los diarios no existieran.

Pasaron casi treinta años y se escribieron dos biografías importantes antes de que se tuviera en cuenta el material.

“Las niñas era el único objeto sexual que se permitía”, escribió el erudito francés Jean Gattegno en 1974, cinco años después de que el diario hubiera desmentido esto (96). Ninguno de sus muchos artículos repletos de citas que he leído hace ninguna referencia a este documento original de valor inestimable, y parece posible que en su puja por establecer la imagen de pedófilo de Dodgson nunca lo consultara.

En esto no estaba solo. En 1976 Derek Hudson reeditó su biografía de 1954. Hacía ya siete años que los diarios habían entrado en la arena pública, y en la mayor parte de disciplinas se habría esperado que Hudson lo usara para revisar y actualizar su trabajo, en particular cuando una de sus razones para reeditar su trabajo era "ordenar y reiterar los hechos de la vida de Lewis Carroll". Pero, aunque escribiera un nuevo prefacio de cinco páginas, ni siquiera mencionó los diarios manuscritos. Tampoco volvió a escribir su texto a fin de tener en cuenta lo que los manuscritos revelaban de la vida antes inaccesible de Dodgson. Era como si no se le hubiera ocurrido que el nuevo material pudiera afectar a algo de lo que él tuviera que decir. Estaba contento con el retrato que hacía de Carroll que coincidía con la imagen dulce prefreudiana de Reed y Collingwood, ”el matemático impertérrito que nunca llegó a madurar del todo”, y no sintió ninguna necesidad de buscar más allá. (xi, 308).

Como también sucede con Gattegno, su indiferencia manifiesta hacia el documento original a favor de lo que pudiera crear su propia imaginación y la de otros, no es tanto descuido e ineptitud como una declaración franca de que, al menos para este autor, la realidad de Carroll existió más allá de cualquier prueba documental. Es ver la biografía más como un artículo de fe que como un análisis histórico, lo que nos hace ver la casi religiosidad que siempre ha subyacido al mito de Carroll.

Anne Clark, al escribir su biografía tres años más tarde, se arriesgó sólo un poco más. Claramente consultó los diarios manuscritos, pero no buscaba realmente una revisión de las teorías anteriores. Notó la ausencia de diez de las páginas que habían sido eliminadas y dedicó un pequeño espacio a la consideración de esta falta. Pero su libro representó, al igual que el anterior de Hudson, una tentativa de recobrar la imagen victoriana de Carroll como un santo, según la cual la realidad de Dodgson era completamente irrelevante.

Su libro relataba la manida historia de un hombre ingenuo y con un enorme talento que vivió apartado de mundo en “un mundo privado donde se atrincheraba contra el mundo exterior en general”(201). Como Collingwood y Reed, Clark reflejó una vida exenta de la decadencia humana, y por lo tanto sin ningún tipo de rasgo distintivo, exenta asimismo de la única característica humana que se le solía adjudicar: su perversión incipiente. Aunque reconociera en algún punto su interés por las mujeres y los cuerpos femeninos maduros y aunque profesara una convicción absoluta en que la pequeña Alice Liddell había sido el amor de su vida, su obcecación en la idea del rechazo de Carroll al contacto humano imposibilitó que Clark lograra hacer un análisis en profundidad de su observaciones.

El paradigma con el que trabajaba Clark no admitía ninguna imagen de Carroll que no se centrara en la renuncia a la sexualidad. Clark no podía hacerse la pregunta de su sexualidad potencial sin abandonar aquel paradigma, así que lo que hizo finalmente al tratar con las preguntas que ella misma había lanzado - sobre la naturaleza de sus relaciones con mujeres, sobre qué tipo de hombre era capaz de proponer matrimonio a una niña de 11 años ’ simplemente pasándolas por alto. Este retrato de un hombre inmaculado chocaba con la realidad más abrupta del Dodgson del diario, y por lo tanto Clark se vio obligada por su propia lógica interna a hacer caso omiso de datos importantes.

Al presentar una suposición infundada como un hecho sólido, el trabajo de Clark era a la vez honesto y manipulador: parecía mirar hacia atrás a la época victoriana que había canonizado a Carroll, pero también hacia adelante hacia lo que la biografía podría desvelar en el futuro. El caso de Clark demuestra, incluso mejor que el de Hudson, cuántos aspectos de la biografía de Dodgson se enredaban en la imagen de Carroll.

Tras la publicación de este libro, los diarios manuscritos de Dodgson volvieron a caer en el olvido. La biografía seguía girando en torno al fenómeno de Carroll, y los libros que se publicaban seguían obviando un material que en otras circunstancias habría sido la referencia principal de todos los biógrafos. En los siguientes 15 años tan sólo hubo un solo análisis de este material, que aún así se hallaba a años luz de considerar los hechos más básicos.

En 1982 y coincidiendo con el 150 aniversario del nacimiento de Dodgson, Morton Cohen contribuyó con un artículo en The Times titulado "’Quién censuró a Lewis Carroll?" [N. de T.: “Who censored Lewis Carroll?”]. Estaba ilustrado con fotografías de Dodgson y su sobrina Menella y se preguntaba cuál había sido el paradero de los volúmenes ausentes del diario personal y la identidad del censor (The Times, 23 de enero de 1982 ). Con una prosa poderosa, Cohen informó a sus lectores de que había notado la ausencia de seis páginas del diario de Dodgson, así como de las fechas. Se aventuró a apuntar a Menella como la principal sospechosa, y hasta se atrevió a sugerir lo que podrían contener estas páginas eliminadas.

Sin embargo, todo este análisis se vio estropeado por el hecho de que cuatro de las seis páginas que Cohen daba por eliminadas sí que estaban; más aún, Cohen no había descubierto ocho de los diez recortes originales. Este índice de errores ’superior al 80 %’ es muy alto y podría plantear la preguntar sobre si Cohen había realizado una investigación seria antes de escribir un artículo tan influyente. Pero creo que el factor más significativo es que en los 16 años que han pasado desde entonces, nadie ha escrito sobre el error de Cohen ni se ha publicado ninguna corrección o análisis adicional de los diarios.

A día de hoy, el diario manuscrito todavía no ha sido digerido del todo. Incluso aunque se esté preparando su publicación, sigue habiendo datos de primera mano en la sombra. Pocos escritores de Carroll lo consultan. Nunca se ha intentado llevar a cabo un análisis en profundidad de su lioso contenido. Los volúmenes publicados no proporcionan ningún análisis del material que contienen, y contienen un escandalosamente alto porcentaje de error editorial. En 1996 ’cuando comencé a escribir este libro’ todavía no existía algo tan básico como una lista completa de las páginas que faltan. Cuando traté de averiguar con exactitud qué había sido recortado y de dónde, me di cuenta de que nadie ’incluida la persona que prepara el documento para su publicación’ sabía darme una respuesta. Al final tuve que ir personalmente a la Biblioteca Británica y hacer mis propias cuentas. El resultado, publicado por primera vez aproximadamente 29 años después de la publicación de los diarios manuscritos, puede verse aquí.

Mientras tanto, la biografía ha seguido relatando la historia familiar: “Dodgson era muy maniático y se le ofendía con facilidad, era tímido y distante...”, escribió a Michael Bakewell en su biografía de 1996, como si quisiera recalcar que nada había cambiado. Más aún: “Las niñas se convirtieron en el aire que respiraba y sin ellas se hubiera marchitado... Al igual que Ruskin, parecía sentirse sobrepasado por la sexualidad de las mujeres adultas”. Y, por supuesto, continuaba con la imagen de Carroll que afirmaba que perdía el interés en sus “niñas-amigas”en cuanto entraban en la pubertad: “La pubertad traía consigo inevitablemente el fin de la amistad con la mayoría de las niñas”.

Donald Thomas, otro biógrafo que publicó su trabajo en 1996, compartía estas opiniones: “no hay ninguna duda de que se convirtió en un recluso ni de que sus horas más felices las pasaba en la compañía de niñas y no de adulto”.

Thomas, cuyo entendimiento extenso y profundo de las complejidades de la sociedad victoriana le hizo darse cuenta del modo en que la vida personal de Dodgson rozaba las franjas de la respetabilidad, dio el paso definitivo hacia el reconocimiento de cuántas de las niñas-amigas de Dodgson eran cualquier cosa menos niñas:

Las hermanas Hatch y Gertrude Chataway estaba en la veintena. Del resto, casi todas estaban en plena adolescencia... Al final de su vida pidió -a veces incluso demasiado insistentemente- a varias de sus viejas niñas-amigas que se quedaran con él en Eastbourne, y muchas de ellas ya habían sobrepasado esa edad tan delicada...

Sin embargo, no pudo tomar la resolución de extraer las conclusiones que se desprendían de este hecho. En cambio, terminó contradiciendo su propio descubrimiento y la fuerza de su propia narrativa y acabó recuperando la reputación de Dodgson y sus niñas. También la biografía de Bakewell oscilaba en el borde de la conciencia. A pesar de reconocer en cierta ocasión que el sujeto de su estudio estaba “muy lejos de ser el hombre mítico, tímido y retirado del mundo”, pareció olvidarlo en el resto de su estudio y usaba palabras casi idénticas para confirmar que Dodgson era, después de todo, el tímido fotógrafo que dependía del afecto de niñas. En repetidas ocasiones recalcó lo curioso que era que Carroll, que era supuestamente conocido por su rechazo hacia las mujeres y la sociedad, hubiera pasado tanto tiempo en la compañía de ambas; sin embargo, estos episodios eran tachados de “poco característicos”independientemente de su frecuencia y duración. No se le pasó por la cabeza que había algo paradójico en que un hombre pasara la mayor parte de su vida mostrando un comportamiento “poco característico”(Bakewell, xv-xvii, 92, 149, 207 & passim; Thomas, 251, 256, 288).

Quizás el ejemplo más extremo de esta renuencia por parte de los biógrafos de Carroll a hacer frente a los resultados de sus propios estudios sea la que es, hasta ahora, la mejor biografía que se ha escrito.

El estudio de 500 páginas de Morton Cohen ofrecía una perspectiva completamente diferente a los estudios anteriores. Cohen conocía a la perfección las pruebas (aunque hubiera aspectos del diario que desconocía) mucho mejor que cualquier biógrafo anterior, y su libro analizaba con novedosa consciencia la leyenda que rodea la imagen Carroll. Cohen trajo consigo un análisis profundo y minucioso que hacía mucha falta en varias áreas. Reexaminó de un modo significativo y revelador la naturaleza de la relación de Dodgson con su padre. Permitió que el hombre adulto surgiera del cuarto de niños lo suficiente como para tomar posesión de su madurez, con sus aspectos placenteros pero también dolorosos. Observó a un “ser humano complejo”, "con talento y sensibilidad" y con “una apreciación de la condición humana profunda y amplia”, y recalcó cómo el mismo Dodgson manipuló su propia imagen. Se topó con un hombre que raramente fingía ser ingenuo , que “ocasionalmente se hacía pasar por tímido y reservado”pero “ que a pesar de su propio disfraz no era en ningún caso un recluso o un ermitaño”. Sin embargo, daba la sensación de que Cohen no era consciente de cómo su investigación desmontaba la estructura convencional, y por lo tanto no supo recomponerlo de nuevo de tal manera que tuviera coherencia. Su libro reconoció el alcance de la vida adulta de Dodgson y de sus intereses adultos y la autobiografía que se escondía en un poema de amor que encuentra su inspiración en la pasión por la belleza de una mujer; identificó las características engañosas inherente al término tan empleado por Dodgson de "niñas-amigas", y reconoció el hecho de que muchas de estas muchachas distaban mucho de ser niñas. Pero no parecía que Cohen supiera manejar estas pruebas. Su resumen de Dodgson como un hombre “con apetitos sexuales diferentes”, con emociones “centradas en niños y no adultos”, que vivió una vida llena de rechazo, soledad e “impulsos sexuales reprimidos”, parece entrar en conflicto con su propio juicio. Con el fin de asegurar esta afirmación, Cohen se vio obligado a veces a sacar conclusiones que estaban en oposición directa a su propia investigación.

Solamente una página del final del libro ilustra la dicotomía de su trabajo, donde analizaba extensivamente la ambig’edad que envolvía a las amigas casadas de Dodgson, y donde también revelaba el hecho de que en tiempos diferentes de su vida, Dodgson había asegurado que su edad favorita para "niñas-amigas" era "alrededor de 17", aunque en otra ocasión aseguraba que era "veinte o veinticinco". Aún así, pocas líneas más adelante de sopesar la compleja realidad del interés de Dodgson por el sexo opuesto, Cohen describía la vida del mismo hombre como caracterizada por su dependencia por niñas y por “los rechazos repetidos y el inevitable enfriamiento de las relaciones cuando las niñas crecían”(Cohen, xxi, 193, 460, 462).

Es como si hubiera sentido de modo instintivo que Carroll no debía ser despojado de aquellas características últimas que lo separaban de la realidad: su extrañeza y su castidad. Cohen sacrificó su propio trabajo a fin de preservar la leyenda.

Este impulso instintivo y por lo visto irresistible trajo una especie de simetría entre el comienzo y el final del primer siglo de estudios sobre Carroll. Para reforzar la imagen de Dodgson que, por lo visto, se sintió obligado a comunicar, Cohen dedicó un capítulo entero a las "niñas-amigas" titulado "The Pursuit of Innocents" que ilustró con muchas citas de la correspondencia que había mantenido con estas supuestas nínfulas. En su curiosa determinación de retratar a Dodgson como un pervertido que se controlaba férreamente, Cohen no mencionó en ningún momento que aproximadamente la mitad de estas “niñas”’dieciocho de cuarenta ejemplos’ sobrepasaban los catorce años en el momento de los encuentros descritos, y casi un cuarto de ellas superaba la veintena. Un siglo antes Collingwood hizo lo mismo, sólo que por motivos diferentes. Cien años habían pasado y nada había cambiado salvo el sentido implícito de todo ello. Collingwood dio al mundo un Carroll santificado. Cohen nos ha dado a un Carroll convertido en el símbolo del misticismo amoral de finales del siglo XX, con la perversión como el precio y estigma de su santidad deformada.

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Cuando está tan claro que una gran parte de la biografía de Dodgson es ficticio desde el principio es injustificable que se haga oídos sordos a pruebas que cuentan una historia radicalmente diferente. ’Es correcto, por ejemplo, rechazar la pequeña memoria de la novelista Anne Thackeray sobre el hombre que ella conocía porque difiere de la imagen que tenemos de Lewis Carroll? Su retrato de Dodgson como George Hexham, el joven fotógrafo del Christ’s College de Cambridge que coquetea desvergonzadamente con mujeres y odia la poesía con carga moral, es mucho más vívido y más observador que cualquier historia de Isa Bowman. Aún permanece en la oscuridad porque es una herejía biográfica. Sin embargo, Thackeray se acordaba muy bien de él, y suplicó que la posteridad no olvidara a Dodgson en medio de Carroll. Si la biografía tiene algún valor es el de reconocer y aceptar el desafío que lleve a la pregunta: si el mito y la tradición no dictaran la importancia relativa concedida a pruebas, ’qué debería escribirse de este escandoloso a la vez que silenciado enredo que es la vida de Dodgson?

Si en las páginas siguientes trato de encontrar algunas respuestas, no merezco un reconocimiento especial por ello. Gran parte de los estudios en los cuales se ha basado este libro fueron llevados a cabo por otros que, por cualesquiera motivos, nunca han llevado su trabajo a sus últimas consecuencias. La biografía de Dodgson ha sido investigada por el mejor de los biógrafos a los que ya me he referido. Mi contribución no es más que reconocer la importancia de lo que ellos ya han hecho.


Last modified 28 June 2008; traducido 18 January 2010