[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Historia de dos ciudades (1859) de Charles Dickens, una de sus novelas más populares y conocidas, ha sido considerada por un crítico de ficción victoriana como “la novela histórica con mayor éxito jamás escrita” (Newlin xi) en inglés. Por medio de una investigación escrupulosa sobre el periodo de Historia de dos ciudades, Dickens describe con precisión uno de los acontecimientos más sangrientos de la historia europea, es decir, la Revolución francesa de 1789 (French Revolution) y sus consecuencias inmediatas, el reinado del Terror (1793-94).

Aunque Historia de dos ciudades, incluso hoy, se puede estimar como un ejemplo de éxito supremo en el género de la ficción histórica, que gozó de una popularidad amplia con los lectores contemporáneos, los críticos no la recibieron particularmente bien cuando se publicó. Una muestra notable de la negatividad de esta respuesta crítica procede de la reseña de Sir James F. Stephen sobre Historia de dos ciudades que apareció en 1859:

Quizás sería difícil imaginar una estructura más torpe o desarticulada para la exhibición de los chabacanos almacenes que forman el repertorio del señor Dickens. El modo de ruptura en la retrospección con la que la historia deambula de un lado para otro desde 1775 hasta 1792, y de nuevo vuelta atrás hasta 1760 o sus alrededores, es un ejemplo excelente de la desatención completa de las reglas de la composición literaria que ha marcado la totalidad de la carrera del señor Dickens como autor. Ni una porción de su popularidad es debida a la excelencia intelectual… Las dos fuentes principales de su popularidad son el poder para trabajar sobre los sentimientos mediante los estímulos más groseros, y su poder de ubicar las ocurrencias comunes bajo una luz grotesca e inesperada [41].

Es bastante evidente, a juzgar por la cita de arriba, que Stephen no considera a Dickens lo suficientemente cualificado como para abordar los temas históricos de un modo racional y sin prejuicios. En su lugar, Stephen acusa a Dickens de no ser lo bastante intelectual como escritor para examinar las temáticas históricas. Este crítico afirma que “con poca práctica y con una buena dosis de determinación, sería realmente tan fácil despertar los sentimientos de la gente como atizar el fuego. La totalidad del arte ha de tomar un tema melancólico y frotar con él la nariz del lector” (41). De ahí que Stephen no acepte Historia de dos ciudades como una obra de mérito intelectual, sino que en vez de ello la ridiculice porque compromete las emociones de los lectores antes que hacer un llamamiento a su sentido de la razón. Para Stephen, incluso un escritor ordinario con escaso talento literario podría haber escrito Historia de dos ciudades. Según él, quien suscribe la noción de que existe un conjunto estricto de convenciones implicadas en la composición de la ficción histórica, lo que diferencia a un novelista histórico de un mero charlatán es su conformismo con las “reglas” establecidas implícitamente por escritores tales como Sir Walter Scott.

Stephen no fue el único en sus críticas de Historia de dos ciudades. Por ejemplo, en su artículo “Las limitaciones de Dickens” (1865), el novelista y crítico Henry James arremetió contra Dickens por carecer del aliento de visión filosófico, necesario para tratar los temas históricos: “El señor Dickens es un artista honesto, admirable… El señor Dickens es un gran observador y un gran humorista, pero no tiene nada de filósofo” (53). Aunque James aprecia el talento de Dickens por su observación minuciosa (presumiblemente sobre los detalles contextuales y de la naturaleza humana) y le alaba por presentar eficazmente el marco en el que tienen lugar los acontecimientos de la novela, no puede comprender globalmente las fuerzas históricas en juego durante la Revolución francesa en la novela de Dickens. Un segundo crítico y novelista notable que ha señalado las deficiencias en la técnica de Dickens (aunque no aborda estas carencias tal y como se manifiestan en Historia de dos ciudades) es Aldous Huxley. En su artículo, donde ataca el sentimentalismo rampante de Dickens en La tienda de antigüedades (The Old Curiosity Shop), “La vulgaridad de la pequeña Nell” (1930), Huxley articula la perspectiva del siglo XX de que, como Stephen había comentado en su reseña de 1859 sobre Historia de dos ciudades, Dickens tiende a jugar con las emociones del lector, y por consiguiente, a violar el principio de la “sinceridad”.

En la literatura, es vulgar hacer gala de las emociones que no posees naturalmente, sino que piensas que deberías tener, porque toda la gente mejor ha sido en efecto dotada con ellas. Es tan vulgar (y éste es el caso más común) tener emociones, pero aún lo es más, el expresarlas tan mal, con tantas quejas, de modo que parece no poseer sentimientos naturales, sino estar meramente fabricando emociones mediante un proceso de falsificación literaria. La sinceridad en el arte, como he señalado en alguna otra parte, es principalmente una cuestión de talento… [153]

De ahí que Huxley vaya un paso más allá que Stephen en etiquetar el estilo de Dickens como insincero y artificial. Para él, Dickens en calidad de voz controladora de la novela tiende a ser excesivamente emocional. El hecho de que Dickens recibiera severas críticas por la falta de “calidad” literaria de sus novelas, puede ser debido a la carencia de una educación formal, en concreto, a su falta de formación universitaria. En una carta escrita a su amigo J. H. Kunzel, en julio de 1838, Dickens debate sobre sus antecedentes educativos, en cierta manera escasos, que complementó leyendo ampliamente cuando adulto:

Comencé una educación irregular y errática bajo un clérigo en Chatham y la finalicé en una buena escuela de Londres—tolerablemente pronto, puesto que mi padre no era un hombre rico y tuve que aventurarme al mundo. De modo que me inicié en la oficina de un abogado, un mundo muy pequeño y muy aburrido, y lo abandoné al expirar los dos años, dedicándome, durante algún tiempo, a la adquisición de la literatura general como me fue posible extraer de la biblioteca del Museo británico… [Las cartas de Charles Dickens, ed. Madeline House (1965): Vol. 1, p. 423]

Aunque Dickens no recibió lo que los lectores modernos considerarían una educación regular, amplió su perspectiva mediante lecturas extensas, particularmente en la biblioteca británica. En concreto, fue un gran lector de los novelistas populares de su tiempo, tales como Sir Walter Scott (1771-1832), que en la época de Dickens era “considerado como el iniciador de la novela histórica británica” (Crawford 12). Dickens no sólo leyó novelas de Scott tales como “Kenilworth… más placenteramente que nunca” (Cartas: 1: 576), sino también el diario de Scott y registró sus impresiones sobre éste en su propio diario para comprender mejor el estilo del gran novelista romántico. En su diario del sábado 14 de enero de 1838, Dickens escribe que “en el Diario de Scott, que he estado mirando esta mañana, hay pensamientos que han sido míos noche y día” (Cartas: 1: 631). Por tanto, queda claro que Dickens fue un lector devoto de Scott y que fue bastante consciente de su importancia en el desarrollo de la ficción británica, además de ser altamente influido por él. Así, no sería equivocado afirmar que el interés de Dickens por la historia y el conocimiento de la escritura histórica fue insuficiente para la tarea de escritura de las novelas históricas (sus intentos en este subgénero fueron Barnaby Rudge e Historia de dos ciudades). Bajo la influencia de las obras de Sir Walter Scott, Dickens utilizó algunos principios Scottianos en su novela histórica de Historia de dos ciudades. Como Scott, antes de comenzar a escribir, Dickens llevó a cabo una investigación histórica precisa y extensa sobre el tema histórico en el que estaba interesado. Tras adquirir el trasfondo histórico adecuado sobre el tema, no sólo proporcionó la fecha y el lugar precisos de los diversos acontecimientos históricos descritos, sino que también hizo revivir al pasado mediante los comentarios sociales y políticos al modo de Scott.

Aparte de Sir Walter Scott, la lectura por parte de Dickens de los novelistas británicos tales como “Goldsmith, Swift, Fielding, Smollett y los ensayistas británicos” (Cartas 1: 576), y también los “novelistas italianos y alemanes” (Cartas 1: 576), probablemente mediante traducciones inglesas dado que no conocía ningún lenguaje extranjero, debieron ampliar su perspectiva como novelista.

Aunque no todos los críticos apreciaron el trabajo de Dickens durante su vida, muchos sí lo hicieron. Por ejemplo, George Henry Lewes, un importante crítico de finales del siglo XIX, alaba el poder imaginativo de Dickens y la viveza de sus obras. En su artículo, “Dickens en relación con la crítica” (1872), escrito tres años después de la crítica de James, Lewes ensalzó la intensidad de la escritura del novelista:

Con el mismo grado de viveza construye en su mente [Dickens] las imágenes como explicación de las voces escuchadas o de los objetos vistos: cuando [Dickens] imagina que la voz procede de un amigo personal o de Satán tentándole, el amigo o Satán permanecen ante él con la claridad de la realidad objetiva; cuando imagina que él mismo se ha transformado en un oso, contempla sus manos como pezuñas [59].

Lewes admiraba las intensas descripciones e imágenes de Dickens por medio de las cuales capturaba con éxito la atención del lector y por las cuales, se volvió tan popular. Para Lewes, mientras Dickens estaba “construyendo” sus vívidas descripciones, logró ponerse en la piel de los personajes que estaba describiendo, y Lewes consideró este aspecto como uno de los principales puntos fuertes que un novelista podía exhibir.

El novelista victoriano Anthony Trollope también reconoce la base de la popularidad de Dickens en su artículo “Charles Dickens” (1882), indicando que “no puede haber duda de que el novelista más popular de mi tiempo, probablemente el novelista inglés más popular de cualquier época, ha sido Charles Dickens” (74). Trollope afirma que “el objeto prioritario de un novelista es agradar y las novelas de este hombre [de Dickens] se han considerado más placenteras que las de cualquier otro escritor” (75). Trollope también admite el vasto encanto de Dickens: “ha sido, y con toda probabilidad seguirá siendo nuestro autor más ampliamente leído… el más aceptado por los lectores de todas las épocas y de todas las capacidades mentales más diferentes” (79). Así, no sería equivocado deducir, a partir de los comentarios de Trollope, que el poder de Dickens surge de su habilidad para agradar a sus lectores. Por otra parte, en el mismo artículo, Trollope critica el estilo de Dickens y se percata de la similitud entre los estilos de Dickens y de Thomas Carlyle (1795-1881), cuyo estilo y alcance de comprensión Dickens siempre había admirado.

Dickens escribió su segunda novela histórica, Historia de dos ciudades, fundamentalmente bajo la influencia de Thomas Carlyle, quien concedió demasiada importancia a los detalles y personajes reales de la narración de los acontecimientos históricos. Las similitudes entre La Revolución francesa de Carlyle e Historia de dos ciudades de Dickens son innegables. Lo que es único en estas obras concretas es el énfasis que cada una sitúa sobre los detalles precisos y los personajes realistas. Siguiendo los principios de Carlyle, Dickens dio importancia a la presentación de los hechos y a las figuras históricas en Historia de dos ciudades para crear un sentido creíble en La Revolución francesa.

Thomas Carlyle, “siendo un estudiante entusiasta de Scott” (Rosenberg 34), tuvo un gran impacto sobre el novelista. Dickens leyó La Revolución francesa: una historia de Carlyle “quinientas veces” (Cartas 3: 335) y “la llevó consigo de un lado para otro cuando estaba escribiendo Historia de dos ciudades” (Cartas 3: 377). Antes de escribir Historia de dos ciudades, Dickens había preguntado a Carlyle que le recomendara algunos libros para leer sobre el escenario de fondo de la Revolución francesa (Cartas 2: 337), y finalmente recibió “dos carretas de libros procedentes de la biblioteca de Londres” (Cartas 2: 567).

En su prefacio a Historia de dos ciudades, Dickens proclama su pasión por la verdad de la escritura histórica, así como su admiración por el trabajo de Carlyle, quien también buscó con ella transmitir la verdad histórica:

Cada vez que se hace aquí cualquier referencia (por muy ligera que sea) a la condición del pueblo francés antes o durante la Revolución, se hace verdaderamente, sobre la fe de un testigo digno de confianza, y ha sido una de mis esperanzas añadir algo a los medios populares y pintorescos de comprensión de aquel tiempo terrible, aunque nadie puede esperar añadir algo a la filosofía del maravilloso libro del señor Carlyle.

Seguidor activo de los sucesos políticos y sociales de su tiempo (House 18), Dickens admitió en una carta escrita a su amigo en 1855, que “se sentía frustrado por cómo los asuntos públicos alienaban a la gente común” (citado en Ford 40-41). Así, para él, todo aquel con sentido común debería tener una idea de los acontecimientos que suceden a su alrededor. La cita de arriba prueba también que Dickens era totalmente consciente del valor de encontrar testigos fidedignos sobre los episodios históricos. Es más, Carlyle y Dickens habían seguido la misma ruta en sus carreras literarias antes de que su estrecha amistad comenzara. Ambos escogieron el mismo camino para conseguir los libros que fueron esenciales para ellos; de ahí que “se convirtieran en lectores etiquetados del Museo británico” casi durante los mismos años (Dickins 105). En su artículo, “La amista de Dickens y de Carlyle”, Louis Dickins subraya la importancia de esta amistad intelectual entre ambos escritores:

La amistad Carlyle-Dickens floreció poco después del regreso de Dickens de América en 1844… El efecto de Carlyle sobre Dickens había sido [tan poderoso] que [Carlyle] había enseñado a Dickens que la narración de historias puede estar llena de significado.

Otro efecto destacado de Carlyle sobre Dickens adecuado para mencionar a estas alturas es… la influencia de la Revolución francesa sobre el estilo de Dickens… A la seriedad que Carlyle imprimió sobre todos sus seguidores— aún visible una generación después en Oxford en T. H. Green y en R. L. Nettleship— en el caso de Dickens, se añadieron influencias estilísticas considerables [104].

Es evidente, partiendo de la afirmación de más arriba, que Dickens fue influido por Carlyle estilísticamente. Ruth Clancy, que ha escritos varios libros de crítica sobre Dickens y Carlyle, da a entender que Dickens no sólo asumió los aspectos estilísticos de La Revolución francesa: una historia de Carlyle como ideal, sino que también adoptó su perspectiva histórica: “Dickens siguió de cerca a Carlyle, tanto en la cronología de los acontecimientos de la Revolución como en las descripciones de los principales sucesos históricos. Fue selectivo, por supuesto, en su retrato de la Revolución, usando sólo aquellas escenas que tienen una influencia en su argumento” (6). Como indican tanto Dickins como Clancy, existen varios puntos de semejanza entre La Revolución francesa: una historia e Historia de dos ciudades, en términos de estilo y de perspectiva histórica. Carlyle y Dickens conjuntamente abren sus obras retratando el periodo prerrevolucionario en Francia e Inglaterra. Carlyle arranca su historia con la muerte de Luis XV en 1774 (1: 3). Asimismo, Dickens inaugura la novela, describiendo la calma relativa y el periodo de inactividad que precedieron a la Toma:

enraizados en los bosques de Francia y Noruega… los árboles que crecen… y que ya han sido marcados por el leñador, el Destino, para que desciendan y sean serrados en tableros, para elaborar una determinada estructura movible… terrible en la historia [cap. 2].

Así, ambos, Carlyle y Dickens presagiaron la llegada de la Revolución al comienzo de sus obras. Para indicar la inevitabilidad de la Revolución, los dos escritores “usan las metáforas del fuego y del agua” (Goldberg 120). Dickens retrata la venida de la Revolución como un océano devorador, una imagen habitual (common image) de la época:

… el mar viviente se alzó, ola sobre ola, profundidad sobre profundidad, y desbordó la ciudad… el mar iracundo… y el sonido furioso del mar vivo… Tan carente de resistencias fue la fuerza del océano… luchando en la superficie del Mar del sur… el mar que se precipitó… el ruido del mar vivo… en la corriente rabiosa una vez más. La encontraron creciendo, eclosionando y sacudiéndose [205-208].

Carlyle también sugiere “cómo la multitud fluye hacia adelante… cada vez con mayor intensidad, la marea humana se hincha… allí se arremolina cociendo a fuego lento un remolino menor… dentro de ese enorme fuego Maelstrolm… y aún el diluvio de fuego… la muchedumbre parece ilimitada… al precipitarse dentro del vivo diluvio” (1: 190-195). En ambas obras, las metáforas dominantes del mar y del fuego representan la ira y el odio extremos del pueblo común, que constituye uno de los temas principales de la Revolución. Estas obras exhiben muchas similitudes, especialmente en las escenas de la toma de la Bastilla: el parecido entre las muertes del gobernador de la Bastilla en Carlyle y de Foulon en Dickens es innegable. Cuando se analizan estas escenas desde un punto de vista histórico, debería notarse que los dos, Dickens y Carlyle, emplean con éxito dos de los principios más importantes, abordando con exactitud los hechos y localizando con vivacidad sus fuentes en un contexto histórico.

La Bastilla tiene un interés particular para ambos escritores porque el régimen represivo monárquico la utilizó como un lugar especial para encarcelar y silenciar a los intelectuales que se oponían a él. La fortaleza-prisión estaba vigilada tan firmemente que la huida era imposible. En un extracto de Los tiempos del 22 de julio de 1789, la Bastilla se describe como un lugar que tiene tales “muros de una densidad superior a la de una braza: las ventanas obstruidas con cuatro verjas de hierro, así como las chimeneas [sic], y desde la altura de las murallas hasta la parte baja del foso, se llegan a medir, en muchos lugares, quinientos pies” (citado en Ascherson 13-14). Asaltar con éxito tal prisión pesadamente vigilada se consideraba uno de los logros mayores y más gloriosos de la Revolución. Por esta razón, la chusma iracunda, furiosa contra los aristócratas cuyo poder arbitrario para arrestar venía representado por el edificio, inició la Revolución atacando esta prisión en concreto. En su obra, Carlyle describe en tiempo presente para transmitir mayor inmediatez cómo el gentío se aglomera alrededor de sus muros:

Durante toda la mañana desde las nueve, ha habido gritos por todas partes: ¡A la Bastilla!... cómo la multitud fluye manando por cada calle: las campanas para las alarmas repican furiosamente, todos los tambores tocan la générale; el suburbio de San Antonio (Saint-Antoine) rueda por completo hacia acá como si fuera ¡un único hombre! [Carlyle 1: 189].

Utilizando la misma táctica (aunque adoptando el tiempo pasado), Dickens describe la toma de la Bastilla como sigue:

San Antonio había sido, aquella mañana, una vasta y negruzca masa de espantapájaros que iban de un lado para otro, con frecuentes centelleos de luz sobre las cabezas ondulantes, donde las espadas de acero y las bayonetas brillaban al sol. Un tremendo clamor surgió de la garganta de San Antonio y un bosque de brazos desnudos luchó en el aire como las ramas marchitas de los árboles movidas por el viento invernal: todos los dedos se aferraban convulsivamente a cada arma o a lo que se asemejaba a un arma que se arrojaba hacia arriba desde las profundidades de abajo, sin importar la lejanía [244].

En su descripción de la caída de la Bastilla y de la secuencia de sucesos conducentes a su destrucción, Dickens confía firmemente en Carlyle. Además, ambos revelan un importante hecho histórico: sólo siete prisioneros fueron liberados como resultado del asalto a la Bastilla en julio de 1789. Éste es un punto muy importante. Muchos libros contemporáneos que examinaron la Revolución, constataron que la toma de esta prisión liberó a más de cien prisioneros políticos. Los historiadores parecen haber cometido este error para mitificar la Revolución (Blanning 93; Schwab 152). De hecho, “la encolerizada muchedumbre sólo encontró siete prisioneros” (Blanning 95). Ambos, Carlyle y Dickens, proporcionan el número real de prisioneros libertados. Carlyle dice: “Por las calles de París, circulan siete prisioneros de la Bastilla, llevados a la altura de los hombros; siete cabezas sobre picas; las llaves de la Bastilla, y mucho más” (1: 198). En Historia de dos ciudades, Dickens también describe el mismo hecho de un modo bastante similar con estas palabras: “siete prisioneros liberados, siete cabezas ensangrentadas sobre picas”.

En El mundo de Dickens, Humphry House explica el uso de la historia por parte de Dickens de una manera parecida por lo que se puede afirmar fácilmente que Dickens rastreó con minuciosidad los acontecimientos y los personajes reales para reflejarlos tan realistamente como fuera posible en sus obras:

Pero aunque Dickens tenía poco sentido de la historia, poseía una percepción muy aguda del tiempo; le gustaba dar a sus libros una superficie de orden y puntualidad; se desvió de su camino para indicar fechas y estaciones concretas del año, y a veces, incluso utilizó hechos históricos conocidos para hacer cumplir la realidad del momento [1976: 22-23].

Otro ejemplo del uso de hechos y acontecimientos reales tanto en Carlyle como en Dickens puede verse en los nombres de las armas empleadas durante la Revolución. Según Carlyle, “Las ocho torres sombrías, con la mosquetería del Hotel de los Inválidos, sus adoquines y bocas de cañón, aún se elevan en lo alto intactas; —el foso bostezando impasible, con el rostro pétreo; el puente levadizo interior dándonos la espalda” (1: 191). En Historia de dos ciudades, Dickens retrata el mismo suceso, afirmando que “en el fuego y en el humo, puesto que el mar le arrojó contra un cañón, y en el instante, él se convirtió en un cañonero, —Defarge, el de la tienda de vinos, trabajó como un soldado valeroso” (205). Nuevamente, la descripción de Dickens se equipara con el relato de Carlyle sobre la caída de la Bastilla. Ambos, utilizan los mismos hechos relacionados con las armas de aquella época. Escriben sobre los “cañones, los mosquetes, y las pistolas” que fueron las “sencillas” y reales “armas con las que luchar” (Vovelle 149). Si la exactitud de sus descripciones sobre las armas utilizadas en tal época debiera cuestionarse, es posible referirse al relato histórico de Vovelle sobre el asunto:

El día 14 de julio de 1789, cuando una encolerizada muchedumbre de franceses marchaba hacia la Bastilla, tanto el gentío como el ejército de la Bastilla utilizaron sólo unas pocas y sencillas armas con las que luchar. Las tres armas principales que emplearon fueron los cañones, los mosquetes y las pistolas. Aunque a esto no le siguió una lucha prolongada, estas armas jugaron aun así un papel crucial en la toma de la Bastilla [149].

Otro ejemplo del uso exacto de Dickens sobre los hechos en su novela, son los colores que menciona. Los revolucionarios recurrieron a los colores rojo y azul para identificar y distinguirse a sí mismos de los “otros” (Cowie 156). Godineau clarifica esta cuestión:

Las mujeres del pueblo, llevando faldas y túnicas cortas a rayas con los tres colores nacionales [rojo, azul y blanco], así como bonetes con el estilo de la nación se encontraban a menudo en las calles… Las escarapelas y los lazos tricolores fueron signos de la simpatía revolucionaria. [7]

La rosa roja de Madame Defarge, la gorra roja de su marido Defarge, el uso de bonetes azules por parte de aquéllos que arreglaban los caminos, todos son hechos históricos. Estos colores se utilizaron posteriormente en la bandera francesa. Dickens usa esta imaginería de colores en la novela y también la representa mediante los ojos de Lucie Mannette: “Ella había visto las casas, a medida que venía, decoradas con pequeñas picas y con pequeñas gorras rojas puestas sobre ellas, con lazos tricolores” (306).

Carlyle argumenta en Sobre héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia (1840) que es el hombre quien dirige los sucesos en cada campo de la vida, y no los acontecimientos los que dirigen la acción del hombre en la misma (48). De ahí que Dickens en Historia de dos ciudades no dude en proporcionar detalles añadidos sobre la función de los Defarge. Madame Defarge (y, en grado inferior, su marido) juega un papel clave en la organización secreta conocida como la Jacquerie, tanto antes como durante la Revolución debido al asesinato de su hermano a manos de los aristócratas. Dickens utiliza a Madame Defarge como representante de las mujeres que tomaron parte activa en la Revolución y que condujeron la marcha hasta Versalles. Galina Serebryakova enfatiza esta cuestión escribiendo sobre las breves biografías de estas valientes mujeres. En estas biografías, Serebryakova proporciona los nombres de “Claire Lacombe, Victoria Capitaine, Etta Palm d'Aelders, Lucie Desmoulins” como las iniciadoras de la Revolución (citado en Tanilli 101-111). Aunque Madame Defarge es un personaje ficticio, Serebryakova subraya la importancia de tales mujeres como Madame Defarge y La venganza (N. del T.: una lugarteniente de Madame Defarge) en los sangrientos incidentes que abren la novela. Aquí, Dickens practica con una relevante técnica de Sir Walter Scott, combinando la ficción (especialmente en términos de personajes) y los hechos históricos. Sin embargo, al mismo tiempo, Dickens parece pasar por alto un importante principio de Ranke, es decir, la representación de los hechos históricos exactamente del modo en que ocurrieron sin ficcionalizarlos de ningún modo. No obstante, no deberían subestimarse los enfoques de Scott y de Ranke hacia la historia. En el proceso de la creación de su novela, Dickens también usa un personaje real —De Launay— quien desempeñó una función sobresaliente en la defensa de la Bastilla.

El siete de julio, treinta y dos soldados suizos guiados por el teniente Deflue, vinieron a socorrer a De Launay, ayudándole a prepararse ante una reducida muchedumbre. Los rumores volaban por todas partes. De Launay estaba esperando un ataque del gentío, pero ¡no ciertamente un asedio! Toda la mano de obra de la Bastilla había estado sigilosa y furiosamente reparando la Bastilla y reforzándola, todo ello para prepararse para un ataque menor procedente de un centenar o algo parecido de ciudadanos enfurecidos. A las tres en punto de aquella tarde, sin embargo, un grupo enorme de guardias franceses y de ciudadanos encolerizados intentó penetrar por la fuerza dentro de la fortaleza. Había aproximadamente trescientas personas listas para dar su vida poniendo fin a la sobrecarga de impuestos y al despotismo del gobierno. No obstante, la Bastilla estaba amenazada por algo más que por las numerosas multitudes: trescientos guardias habían abandonado sus puestos anteriormente ese día, debido al temor y a los rumores. Los asediadores se introdujeron fácilmente en el Arsenal y en el primer patio, cortaron el puente levadizo echándolo abajo y luego rápidamente atravesaron la puerta de madera que estaba por detrás.

Así, la defensa de De Launay de la Bastilla fue completamente en vano. Cuanto más se resistía, más se enfurecía la multitud. En consecuencia, no pudo hacer frente a la ira de la turba, la cual estaba harta del sistema injusto de impuestos del gobierno y que reveló su ira invadiendo la Bastilla. Carlyle y Dickens mencionan conjuntamente la decapitación de De Launay por la plebe, enfatizando así el horror de este episodio histórico. Carlyle menciona “¡miserable De Launay! Nunca entrará en el ayuntamiento: sólo la cola sangrienta de su pelo que una mano sangrienta sostiene será la que entre como una señal. Su tronco sangrante yace allí sobre las escaleras; la cabeza ha sido separada y paseada por las calles espantosamente, en lo alto de una pica” (1: 196). Dickens, sin dar el nombre del gobernador de la Bastilla, retrata el mismo suceso de un modo ligeramente diferente al de Carlyle por cuanto indica que Madame Defarge es la iniciadora de esta acción violenta:

La sangre de San Antonio estaba arriba y la sangre de la tiranía y de la dominación por medio de la mano de hierro estaba abajo —abajo, sobre los escalones del ayuntamiento donde yacía el cuerpo del gobernador— abajo, sobre la suela del zapato de Madame Defarge con el que había pisado el cuerpo para sujetarlo mediante un abrazo y prepararlo para su mutilación [250].

Como admirador devoto de Carlyle, Dickens adopta directamente otro aspecto de Carlyle sobre la historia, esto es —cómo “en la historia, fue necesario concentrarse no en las memorias y en los archivos sino en hombres de carne y hueso” (Carlyle 1888: 84). En este sentido, Dickens acentúa en exceso los personajes en la descripción de los acontecimientos históricos, especialmente en su descripción de los asesinatos de De Launey y de Foulon, quienes se encontraban entre las principales figuras históricas de la Revolución francesa. Dickens plasma un hecho histórico, esto es, el asesinato del gobernador De Launay, pero simultáneamente sitúa a Madame Defarge, que es un personaje ficticio, en el centro de esta acción para proporcionar un argumento coherente así como para subrayar la ira de la muchedumbre.

La utilización de Dickens de la misma técnica, en otras palabras, de la escritura de la ficción basada en los hechos históricos, se puede también localizar en su descripción del asesinato de Joseph-Francois Foulon quien fue “consejero de Estado de Luis XVI” (Vovelle 88). Según Owen Connelly, “el delito” de Foulon “fue que en una ocasión en su vida había dicho que el pueblo podía comer hierba… Aún más, se le acusó de retener el grano y la comida de la gente, una acción considerada algo más que un delito” (128). Tal muchedumbre, que estaba furiosa con los aristócratas por llevar vidas decadentes, llenas de una lujuria exótica, mientras la gente común vivía una existencia desesperada y a menudo de absoluta pobreza, no pudo perdonar a una persona que les había aconsejado comer hierba cuando estaban hambrientos. Irónicamente, conforme el cuerpo yaciente de Foulon es “arrastrado a través de las calles; su cabeza marcha en lo alto, sobre una pica, la boca [está] atiborrada de hierba” (Carlyle 1989. 1: 207). Dickens toma prestada su descripción de Carlyle, y de nuevo retrata a Madame Defarge como la promotora de este asesinato que dirigió la ira del pueblo oprimido contra los aristócratas:

En un instante, el cuchillo de Madame Defarge estaba en su corsé, el tambor redoblaba por las calles, como si éste y un tamborilero hubieran volado como por arte de magia; y La venganza, profiriendo gritos terroríficos y levantando sus brazos sobre la cabeza como las cuarenta Furias todas al tiempo, iba violentamente de casa en casa, avivando a las mujeres.

De sus ocupaciones hogareñas producidas por su vacía pobreza, de sus hijos, de sus ancianos y enfermos agazapados sobre el vacío suelo, hambrientos y desnudos, salieron corriendo con su pelo como un torrente, exhortándose las unas a las otras y a sí mismas a la locura, con los gritos y las acciones más salvajes. “El villano Foulon arrestó a mi hermana. El viejo Foulon, arrestó a mi madre, el corrupto Foulon me arrebató a mi hija… ¡Y Foulon, vive! Foulon, quien dijo a mi anciano padre que podía comer hierba, cuando yo no tenía ningún pan que darle. Foulon quien dijo a mi bebé que podía comer y chupar hierba, cuando estos pechos estaban secos a causa de las privaciones… ¡Escuchadme, mi fallecido infante y mi marchitado padre!: ¡juro postrándome de rodillas, sobre estas piedras, vengaros en Foulon! Esposos y hermanos y jóvenes, dadnos la sangre de Foulon, despedazad a Foulon y enterrarlo en la tierra, para que la hierba pueda crecer sobre él”. [252]

Aquí, Dickens no sólo describe un hecho de la historia, —esto es, el asesinato de Foulon a manos de la muchedumbre— sino que también aborda la psicología del pueblo y el sufrimiento de la sociedad. Así, Dickens, a quien algunos contemporáneos pudieron haber considerado como carente de la suficiente educación e intelecto para escribir una novela sobre el tema histórico, aún logró representar con exactitud los hechos históricos. Mediante la práctica de algunos de los principios importantes de Carlyle a la hora de dibujar la Revolución francesa, Dickens aportó una nueva perspectiva a su Historia de dos ciudades. Hayden White describe esta especie de habilidad en Trópicos del discurso:

Es al poder de la imaginación constructiva de tales escritores clásicos al que rendimos tributo cuando honramos sus obras como modelos de la historia… mucho después de que hayamos cesado de dar crédito a su aprendizaje o a la explicación específica que ofrecieron por los hechos que buscaron rendir cuentas [118].

Fuentes primarias

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_____. On Heroes, Hero-worship and the Heroic in History. Londres: George Routledge and Sons, 1888 (publicado por primera vez en 1841).

Dickens, Charles. A Tale of Two Cities. Nueva York: Bentham, 1981 (publicado por primera vez en 1859).

_____. The Letters of Charles Dickens. Ed. Madeline House. 6 vols. Oxford: Clarendon Press, 1965.

Fuentes secundarias

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Blanning, T. C. The French Revolution: Aristocrats versus Bourgeois. Houndmills: Macmillan, 1987.

Cowie, Leonard. The French Revolution. Londres: Macmillan, 1992.

Connelly, Owen. The French Revolution and Napoleonic Era. Fort Worth: Reinehart and Winston, 1991.

Crawford, Thomas. Scott, Writers and Critics. Edimburgo: Oliver y Boyd, 1965.

Daiches, David. "Scott's Achievement." Scott's Mind and Art. Ed. Norman Jeffares, Nueva York: Barnes y Noble, 1970. 21-53.

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Ford, George, ed. The Dickens Critics. Ítaca: Cornell U.P., 1961.

Glancy, Ruth. A Tale of Two Cities: Dickens's Revolutionary Novel. Boston, Massachusetts: preparación para la imprenta de Compset, 1991.

Godineau, Dominique. The Women of Paris and their French Revolution. Traducción de Katherine Streip. Los Angeles y Londres; California U. P., 1998.

Goldberg, Michael. Carlyle and Dickens. Atenas: Georgia U. P., 1972.

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Modificado por última vez el 9 de julio de 2004;