[Parte 2 de La divinidad y el discípulo: Oscar Wilde en las cartas de Max Beerbohm,
1892-1895. Traducción de Martin Glikson revisada y editada por Asun López-Varela.
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Las primeras referencias a Wilde en las cartas publicadas de Beerbohm datan del verano de 1892. En junio de ese año, el Lord Chambelán, responsable de la concesión de licencias para la representación pública de obras teatrales, rechazó otorgar la licencia a una producción de Salomé (Beerbohm, Letters to Reggie Turner, 22). La obra de Wilde consistía en una interpretación dramática de la historia bíblica del martirio de Juan el Bautista, en la que Juan (Jokanaan) es decapitado a pedido de la hijastra del rey Herodes, Salomé. La indignación de Beerbohm ante la decisión del Lord Chambelán se expresa en una carta a Turner. En esta, Beerbohm describe un dibujo satírico que planea ejecutar, en el que el fiasco de la licencia tomaría la forma de una obra de Wilde:

El rey (John) Bull[1] organiza un gran banquete y cuando han acabado de comer la hija de Mrs Grundy[2] baila ante el Rey, de modo que este le promete aquello que desee. Tras consultar con su madre, ella exige que “le traigan al punto la cabeza de Oscar el Poetastro en un platel”. El dibujo (que será titulado La moderna Salomé) representa a Lord Lathom (el Lord Chambelán) sosteniendo el platel . . . [3] (Letters to Reggie Turner, 22)

La ilustración verbal de Beerbohm era inequívoca respecto de con quién residían sus simpatías. John Bull y Mrs Grundy, personificaciones de lo inglés y la respetabilidad victoriana, toman los papeles de Herodes y su esposa. Wilde se convierte en Jokanaan, el santo y mártir sacrificado a su capricho. Inglaterra, y no Wilde, es el blanco de la sátira; la imitación de Beerbohm expresa una admiración implícita por su mentor.

Wilde respondió a la prohibición del Lord Chambelán amenazando con dejar Inglaterra y convertirse en ciudadano francés. Beerbohm reaccionó en un tono que se hace eco del estilo sofisticado y divertido de Wilde, comentando que “en tanto que naturalizarse francés requiere de un periodo de servicio en el ejército galo, imagino que la casa de Wilde en Tite Street no se verá en manos de un agente inmobiliario” (Letters to Reggie Turner, 23). Beerbohm observa lo absurdo de la melodramática amenaza, y lo socava recurriendo al ingenioso desdén distintivo de Wilde.

Salomé fue publicada en Febrero de 1893, y Beerbohm recibió como regalo de parte de Turner una copia del púrpura volumen (Letters to Reggie Turner, 32). La nota de agradecimiento de Beerbohm contiene lo que Danson considera su “primer intento de parodia” (64). Beerbohm alabó el libro en un estilo obviamente modelado a partir del de Wilde:

El libro encuadernado en violetas de Parma y a través del cual se hace visible la plateada voz del maestro: �cómo no encontrarlo hermoso? Estoy prendado de él. Su encanto ha conducido a mis ojos fuera de sus cuencas, y a través de los huecos ha enviado incienso a mi cerebro: mi lengua se suelta en su elogio ( . . . ). Su construcción asemeja mucho la de una obra griega, me parece. Sin embargo, su fundamento es tan moderno que su publicación en cualquier siglo parecería prematura ( . . . ). Si Oscar reescribiese la Biblia entera, no quedarían escépticos[4] (Letters to Reggie Turner, 32).

El pasaje de Beerbohm es una imitación consciente del florido lenguaje descriptivo que Wilde utiliza en la obra, en la que Salomé compara los ojos de Jokanaan a “los negros agujeros que las antorchas, al chamuscarlo, abren en un tapiz de Tiro”[5]. La contradicción en la descripción que Beerbohm hace de la obra como “griega” y aún así “prematura” en cualquier época parodia el típico estilo paradójico de Wilde. La última frase de Beerbohm, “Si Oscar reescribiese la Biblia entera, no quedarían escépticos”, es una típica sentencia del tipo de las de Wilde, similar en su estructura a "Si la Naturaleza hubiera sido confortable, la humanidad nunca hubiera inventado la arquitectura”[6].

Adhiriéndose a la doctrina de Wilde de que “la mentira, el contar bellas cosas falsas, es el fin propio del Arte” (970), Beerbohm convirtió a Wilde en el centro de invenciones ocasionales. “Parece que habla el francés con un acento vergonzoso, lo que representa una cierta desilusión”, escribió a Turner, “y cuando visita a los décadents, debe repetir dos o tres veces todo cuanto les dice, y a veces hasta necesita escribirlo” (Letters to Reggie Turner, 36). Un testimonio de André Gide sugiere que toda esta situación sea muy probablemente una ficción ideada por Beerbohm; según Gide, Wilde “no tenía casi acento, excepto por el que prefería conservar y que a veces podía dar a las palabras un nuevo y extraño aspecto”.

Beerbohm daba noticia de las ocurrencias de Wilde con admiración, y las usaba como modelos para sus propias agudezas. En abril de 1893, Beerbohm comentó con aprecio la respuesta de Wilde a las críticas recibidas por el actor Henry Irving: “Oscar ( . . . ) estaba furioso porque esos ‘pequeños y miserables burros, los críticos’ habían osado atacarlo (a Irving). ‘Sin duda’, dijo, ‘un caballero tiene derecho a fracasar si así lo prefiere’” (Letters to Reggie Turner, 35). Beerbohm empleó un tono similar respecto de los críticos pocos días más tarde, en un adecuadamente paradójico comentario en ocasión del estreno de la obra de Wilde Una mujer sin importancia, (A Woman of No Importance,): “Las reseñas son mejores de lo que esperaba: la obra se mantendrá mucho, muchísimo tiempo en cartel, a pesar de todo lo que los críticos digan en su favor” (Letters to Reggie Turner, 37). Como señala Danson, la observación combina “el ejercicio de la sátira con la imitación de las maneras de Wilde” (66).

Un caso aún más evidente de imitación de Wilde por parte de Beerbohm se da en una carta de mayo de 1893: “No tienes necesidad, por cierto, de sentir celos por Alfred Douglas, ya que no me resulta particularmente fascinante”, escribió a Turner, “para empezar, está completamente loco (como, creo, el resto de su familia), y aunque es guapo y listo y agradable, yo nunca juzgo a mis amigos desde un punto de vista estético, intelectual o ético; simplemente me gustan o no: eso es todo”. El tono e incluso el fraseo reproducen conscientemente la famosa sentencia de Wilde en el prefacio a Dorian Gray: "No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo”[7].

Richard Ellmann señala el hecho de que Beerbohm llamase a Wilde “la Divinidad” como evidencia de discipulado (309). Al hacerlo, sin embargo, Ellmann pasa por alto las implicaciones satíricas de la reverencia burlesca de Beerbohm. Que el título fue dado al menos parcialmente en broma resulta evidente en la carta de mayo de 1893 en que apareció. Habiendo apodado a Wilde “la Divinidad Oscar”, Beerbohm se pone a sí mismo al mismo nivel al describir la “aristocracia del intelecto conformada por mí y la Divinidad”. A continuación, se eleva a sí mismo un escalón más arriba al adoptar un tono condescendiente respecto de Wilde: “Estaba de muy buen humor; joven y dulse [sic] y de lo más divertido”[8]. No se trataba de la carta de un discípulo, al menos en el sentido usual de la palabra.

La divinidad y el discípulo: Oscar Wilde en las cartas de Max Beerbohm, 1892-1895


Last modified 28 Noviembre 2004; traducido diciembre 2009