[Adaptado por el autor del capítulo 8 de su libro, Literary Surrey (Headley Down: John Owen Smith, 2005), e ilustrado por el Proyecto Gutenberg y el archivo de Internet, y una de sus propias fotografías. Se pueden usar estas imágenes sin permiso previo para cualquier propósito académico o educativo, siempre y cuando (1) se acredite la fuente y (2) se vincule su documento a esta URL o cite la Web Victoriana en una impresión. [Haga clic en todas las imágenes para ampliarlas.] Traducción de Kiara Zelada, revisada y editada por Ana Abril. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de .]

El ciclismo, H. G. Wells, Experimento, 459.

Desde su año de publicación, y a partir de lo que Wells mismo dice en el capítulo de su autobiografía Experimento, titulado Lynton, Station Road, Woking (1895), la primera de sus novelas en ser planeada, completamente escrita y completada en Surrey fue Ruedas de fortuna. Subtitulada como Un idilio, refleja el nuevo y más rural contexto en el que se encontró a sí mismo (en ese momento).

En Woking, las oportunidades para las actividades al aire libre estaban al alcance de su mano. El paseo en bote por el tranquilo tramo cercano al Canal de Basingstoke fue bastante fácil. El ciclismo, sin embargo, fue un arte que a Wells le costó dominar. En aquellos días, nos recuerda, no se podía circular libremente en bicicleta, y los frenos no eran muy buenos. En el Capítulo 4 de su novela más tardía y amada, Kipps (1909), describe el tipo de situaciones de emergencia que podrían darse. Aquí, un aspirante a dramaturgo llamado Harry Chitterlow choca con Kipps y lo lo hace volar a pesar de los esfuerzos más desesperados para detenerlo: “pedaleé marcha atrás con todas mis fuerzas”, explica Chitterlow en el Capítulo 4. “No es que valga mucho pedaleando" (67). Wells probablemente está recordando su propia experiencia como aprendiz de ciclista. Pero en la vida real pronto llegó a ser más competente que Chitterlow, y tenía un tándem de aspecto extraño hecho con manillares en el centro, en el que podía llevar a Jane con seguridad por todo el campo. ¡Todo un logro, considerando que tuvo que dirigir la bicicleta desde detrás de su pasajero, que puede verse en una fotografía, usando grandes mangas como mandaba la moda y un sombrero de ala ancha!

Uno de sus divertidos bocetos de la luz de ese momento (que llamó picshuas) muestra la pareja que se aleja del brillante Lynton en un amanecer estival, que se refugia de la lluvia una hora más tarde, en la carretera Aldershot, poco después, en Farnham otros quince minutos, y finalmente, sentados en un campo más allá de Alton, descansando un poco antes de las once de la mañana. Este viaje en particular, dice, los llevó finalmente hasta Cornwall. Eso podría parecer una un viaje muy largo, especialmente para alguien con problemas de pecho. Pero, como señala Wells con su entusiasmo habitual, era simplemente la mejor manera de viajar entonces: “la bicicleta lo más rápido en las carreteras en aquellos días, todavía no había automóviles, y el ciclista tenía un señorío, un sentido de la aventura magistral, que han desaparecido actualmente”. (Experiment, 458).

El Sr. Hoopdriver como un agradable pañero dependiente (por J. Ayton Symington, Ruedas de fortuna, 3)

No inesperadamente, en vista del largo y variado viaje campo a través del país, Ruedas de fortuna se presenta como un romance picaresco, de varias maneras precursor de Kipps. El héroe, convenientemente llamado Señor Hoopdriver, un aprendiz de mercero como Wells lo fue. Sin que lo supieran las refinadas damas que sirve, Hoopdriver ya alberga numerosos golpes y magulladuras en el cuerpo como resultado de los muchos percances con la bicicleta, reflejando claramente los propios golpes y caídas del autor: "pasé por dondequiera que el Señor Hoopdriver pasa en esa historia", recuerda Wells (458). Divertido, encantador y esperanzado, toda la novela se basa en gran medida en sus tempranas experiencias en el sillín, y gracias a su exactitud topográfica es bastante irresistible para cualquiera que esté familiarizado con esta parte del sur de Inglaterra.

Hoopdriver es totalmente una figura wellsiana. A pesar de los golpes que había recibido, y de las ampollas de sus manos al apretar fuertemente los frenos, rebosa de alegría y sale de su casa de Putney en unas ambiciosas vacaciones en bicicleta por la costa sur. Al principio procede con bastante dificultad y luego con más confianza. Cuando pasa por delante de la tienda de otro mercero en Kingston en el Capítulo 4, se enorgullece ya de su libertad. Entonces se dirige a Guildford, cruzando por Surbiton, Esher, y “un pequeño y encantador lugar entre Esher y Cobham, por donde un puente cruza un arroyo” (47-49)–, seguramente en el West End, en Esher. En el Capítulo 9 llega a Guildford, donde observa los geranios de alrededor del castillo, y paga 2 peniques para subir hasta lo alto de “la vieja ruina llena de zarzas, llena de helechos”, disfrutando de la vista a través de “las olas que se elevan sobre la meseta azul, una tras otra, a través del Weald, a las altitudes brumosas de Hindhead y Butser" (65; Butser Hill se encuentra más allá de Hindhead, sobre la frontera con Hampshire). Poco después, Hoopdriver se pone nuevamente en marcha

(a) El amigo de Hoopdriver está en peligro por el pésimo equilibrio de Hoopdriver al principio (por Symington, Ruedas de fortuna, 8). (b) El castillo Guildford ahora, ya no hay “zarzas, sitiado por el helecho" (65). (c) Jessie Milton y Bounder (por Symington, Ruedas de fortuna 86). (d) Hoopdriver se encuentra con el "sin vergüenza" — el Sr. Bechamel, que le confunde con un detective, para la indignación de Hoopdriver (por Symington, Ruedas de fortuna, 114).

En su camino, Hoopdriver tiene varios encuentros, e incluso consigue salvar a una joven mujer llamada Jessie Milton de un “sinvergüenza”. El cariño romántico acabada llegando a su fin en Stoney Cross en New Forest. Después de todo, Jessie es una chica de clase media, muy por encima de él en estatus (otro punto típicamente wellsiano). De esta forma, el héroe rechazado vuelve solo a Putney, vía Basingstoke, al final del último capítulo. Sin embargo, no es infeliz. Al contrario, tiene un gran sentido de nuevas posibilidades —“recuerdos maravillosos y aún más maravillosos deseos y ambiciones” (321). Toda la novela es una expresión inequívoca de las propias esperanzas y aspiraciones de Wells, junto con su anhelo por el aire libre y las maravillas de la naturaleza. Este deleite es natural y contagioso, y muy diferente al de los “romances científicos” de este período, como La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1897)

¿Consigue Ruedas de fortuna algo más que arrojarnos un poco de luz —“una agradable tregua de los monstruos” (Mackenzie 126)? ¿O simplemente aporta una “rica variedad de personajes cotidianos creíbles” dentro de la tradición realista (Warren Wagar 15)? Sin tener grandes pretensiones, todavía podemos reconocer la manera en que captura todo el sabor de la juventud, y el sabor, también, del período tardo-victoriano. Esta no fue, sin embargo, la decadencia finisecular de la cultura elevada y sofisticada y no tuvo nada que ver con lo que podríamos llamar el escapismo de alto nivel en un enrarecido esteticismo. Fue justamente el momento en la vida de la gente de a pie en el que el cambio estaba en el aire. Esto fue convenientemente ejemplificado en la bicicleta. Gobernaba la carretera, o al menos los caminos, y comenzó a ofrecer una nueva libertad a las clases media y baja, abriendo nuevas y maravillosas oportunidades para explorar el mundo rural

Lo que fue aún más importante para la carrera literaria de Wells, Ruedas de fortuna también significó un paso hacia El amor y el señor Lewisham (1900), que es generalmente vista como su primera incursión en la ficción realista, y que, en efecto, había comenzado ya en Woking. Kipps, en la que trabajó durante varios años antes de que ésta tomara su forma final, desarrollaría esta vertiente de su obra, así como La historia del Señor Polly (1910). Pero encontraría su más perfecta expresión en el maravilloso Tono-Bungay (1909, serializado a partir de 1908). En todos ellos, pero sobre todo en Tono-Bungay, el autor fundió recuerdos de sus propios golpes y caídas en su juventud y temprana virilidad con una visión más madura, de modo que una narrativa a menudo humorística también expresara su crítica de la sociedad –y sus preocupaciones sobre hacia dónde se dirigía. La importancia de Wells en el campo de la ciencia ficción tiende a eclipsar estas obras, pues no son, después de todo, técnicamente innovadoras. De hecho, tienen mucho en común con el género picaresco de las novelas del siglo XVIII. Pero son todavía muy individualistas, y de esa forma representan una contribución única a la novela tardo-victoriana y de comienzos del siglo XX.

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Fuentes

Mackenzie, Norman & Jeanne. The Time Traveller: The Life of H. G. Wells. London: Weidenfeld & Nicolson, 1973.

Wagar, W. Warren. H. G. Wells: Traversing Time. Middletown, Connecticut: Wesleyan University Press, 2004.

Wells, H. G. Experiment in Autobiography: Discoveries and Conclusions of a Very Ordinary Brain (Since 1866)>. Philadelphia and New York: J. B. Lippincott, 1967. Project Gutenberg. Produced by Chuck Greif & the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdpcanada.net. Web. 13 January 2016.

Wells, H. G. Kipps. London: Penguin Classics, 2005.

Wells, H. G. The Wheels of Chance: A Bicycling Idyll, con ilustraciones de J. Ayton Symington. Nueva York: Macmillan, 1913. Internet Archive. Con la aportación de Kelly — University of Toronto. Web. 13 January 2016.


Traducido el 7 del septiembre de 2018