[••• = solo en ingl&egave;s. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Henri Astier comienza su revisión de La identidad económica de Francia, el estudio de David Todd sobre la teoría económica y la práctica francesa durante la primera mitad del siglo XIX, constatando las opiniones habitualmente aceptadas sobre los diferentes enfoques que Francia e Inglaterra asumieron acerca del comercio nacional e internacional, el proteccionismo y el imperio:

Los británicos desmantelaron sus tarifas y desencadenaron la primera oleada de globalización. Los franceses tendieron a considerar el comercio como una amenaza, y no como una oportunidad. Tras tímidos intentos de liberalización, volvieron a un maduro proteccionismo desde la década de 1880 en adelante. Estas posturas opuestas y resistentes se ven a menudo como el resultado de fuerzas profundamente históricas. Una superpotencia poseedora de un enorme imperio y de una economía liberal siempre estaría más abierta al mundo que un poder continental que había desarrollado una mentalidad de asedio bajo el Absolutismo real e imperial.

Sin embargo, como Astier señala, este énfasis sobre los supuestos “enfoques inevitablemente dispares” de los dos países induce a error sobre dos aspectos: primeramente, hasta la década de 1820, “ambos fueron igualmente mercantilistas” y segundo, incluso después de la segunda década del siglo XIX, Francia tuvo defensores a favor de la liberalización de la política comercial. De hecho, uno de ellos, Jean-Baptise Day, “fue más ampliamente leído que su héroe, •••Adam Smith”.

Para comprender el enfoque francés, hemos de darnos cuenta de las situaciones completamente divergentes de cada país. Por ejemplo, en Francia debe contrastarse el proteccionismo no sólo con el comercio libre (que triunfó en Inglaterra), sino también con la práctica francesa de la prohibición rotunda:

Como regla general, no se puso impuestos a los productos extranjeros, sino que simplemente se prohibieron. Esto favoreció a los productores nacionales que habían prosperado bajo los bloqueos napoleónicos. Pero sobre todo, argumenta Todd, el veto reflejó la cultura política del momento. Una sociedad perfectamente ordenada no se sometería a los caprichos de los mercados mundiales; estaba compuesta no de individuos autónomos, sino de grupos interdependientes cuyo delicado equilibrio se veía socavado en último lugar por el monarca. Esta “representación orgánica de la sociedad”, como Todd la llama, recordó al Antiguo régimen. Su lógica fue la del privilegio y la jerarquía, como el caso de las Leyes del grano mercantilistas de Gran Bretaña (•••Corn Laws), también promulgadas en 1815.

Hay que señalar que las creencias básicas subyacentes a esta política de comercio social, político y económico son también irónicamente similares a las de Thomas Carlyle, cuya Revolución francesa destaca como el poema épico de la destrucción del Antiguo régimen y del viejo orden. El profeta de más allá del Canal no tenía por supuesto ninguna fe ni en la aristocracia francesa ni en la británica, aquella gente que siempre estaba “protegiendo su caza”, tal y como lo expresó en Pasado y presente, en vez de salvaguardar (y liderar) al pueblo de Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales. En algunos de los argumentos franceses sobre el proteccionismo aparecen convergencias irónicas: “no defendieron los monopolios ni los privilegios: hablaron sobre el nuevo lenguaje de la nación, el progreso y la democracia”. Curiosamente, los franceses “se inspiraron más allá del Rin” conforme los principados individuales alemanes eliminaban las barreras del comercio entre ellos mismos, al tiempo que levantaban límites tarifarios “para el desarrollo y la construcción de la nación”.

Una de las razones por las cuales los franceses rechazaron el libre comercio residió en el fracaso de sus partidarios por unir la liberalización con la democracia y el radicalismo, tal como ocurrió en Gran Bretaña. Otra razón, sugiere el crítico Astier, descansó en la “centralización administrativa” francesa y en la consecuente “anemia de la sociedad civil”: “la orgullosa tradición británica de la democracia local fue crucial para el éxito de •••Cobden. En Francia, donde se defiende que el Estado es el único repositorio del bien público, hay poco margen para el activismo de base. Los ciudadanos franceses dieron a conocer sus sentimientos mediante las elecciones y las revoluciones ocasionales. Raramente, se molestaron por las tareas de los encuentros políticos cívicos, las peticiones, las colectas de fondos, y el ataque a los agentes y los editores de periódicos”.

Referencias

Astier, Henri. “Winds of change in the cornfield.” Times Literary Supplement (19 de marzo de 2010): 25.

Hobsbawm, Eric. Industry and Empire: The Birth of the Industrial Revolution. Edición revisada. Nueva York: New Press, 1999.

Todd, David. L'identité economique de la France. Libre échange et protectionnisme, 1814-1851. París: Grasset, 2010.


Victorian Overview Political History económica

Modificado por última vez el 22 de marzo de 2001; traducido el 26 de septiembre de 2011