En el Antiguo Testamento, la principal labor del profeta implica comunicar una advertencia divina a un pueblo errático y desobediente. Como Oseas exclama, “¡Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu iniquidad has caído!” (14: 1). Comparada con la mayoría de las advertencias proféticas, ésta de Oseas sorprende por su suavidad, mientras que Joel, hablando con las palabras de Dios, transmite su mensaje con chillidos: “Toquen un cuerno en Sión, y den un grito de guerra en mi santa montaña. Que todos los habitantes de la tierra se agiten; ¡porque viene el día de Jehová, porque está cerca!” (2: 1). Miqueas, que promueve un castigo horroroso por apartarse del Señor, presenta una visión aún más terrorífica para amonestar a sus oyentes y que éstos dejen de pecar:

Oíd, pueblos todos: esta atenta tierra, y todo lo que en ella hay… Porque he aquí, el Señor sale de su lugar, y descenderá, y hollará sobre las alturas de la tierra. Y debajo de él se derretirán los montes, y los valles se hendirán como la cera delante del fuego, como las aguas que corren cuesta abajo. Todo esto por la rebelión de Jacob, y por los pecados de la casa de Israel (1: 2-4).

Sin embargo, por muy aterradoras que sean sus visiones de castigo, el profeta las presenta para ofrecer a sus oyentes una oportunidad más de sobrevivir, puesto que sus retratos sobre un Dios vengativo derivan paradójicamente de tal misericordia de Dios. Según Ezequiel, el Señor promete:

Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, ¡oh casa de Israel!... Convertíos, y haced convertir de todas vuestras iniquidades; y no os será la iniquidad causa de ruina… Que no quiero la muerte del que muere, dijo el Señor Dios. Convertíos pues, y viviréis (18: 30, 32).

Las duras declaraciones del profeta ofrecen una segunda oportunidad inmerecida.

La situación en la que el profeta, un extranjero, llega para testificar sobre el castigo inminente de Dios ante aquéllos que detentan el poder se hace paradigmático en Carlyle, quien alude a ello con frecuencia. En Pasado y presente, por ejemplo, exhibe la masacre de Peterloo como un evento crucial que empuja al profeta a hacer acto de aparición. Esta obra se abre, como ya hemos observado, con la indicación por parte de Carlyle de una situación que exige su interpretación, y cuando se menciona la masacre de Peterloo, repite el conjunto de técnicas con las que comenzó, pero con una diferencia puesto que ahora añade la amonestación profética. Primeramente, anuncia el tema, y después sugiere que algo relacionado con él no se ha entendido: “Cerca de trece hombres y mujeres desarmados han sido asesinados, el número de los fallecidos y los mutilados se puede contar perfectamente, pero la tesorería de la rabia que se quema en lo oculto o se hace visible en todos los corazones desde entonces, pervirtiendo más o menos el esfuerzo y el propósito de todos los corazones desde entonces, alcanza grados desconocidos”. En segundo lugar, subraya la importancia de la situación aludiendo al Libro de Daniel:

En todos los corazones que presenciaron Peterloo, destaca escrito, como en letras de fuego o caracteres ahumados apremiados a convertirse nuevamente en fuego, un saldo de cuentas legible acerca de una sombría venganza; muy injustamente equilibrado, muy exagerado, como ocurre con tales informes, pero a la vista listo ¡para ser pagado íntegramente con intereses compuestos!

En tercer lugar, proporciona una voz para los fenómenos inarticulados, en este caso para los trabajadores, muchos de los cuales fallecieron: “Y esto es lo que estos pobres operarios de Manchester, con toda la oscuridad que había en ellos y que les rodeaba, consiguieron ejecutar. Plantearon su enorme pregunta inarticulada, '¿Qué pretendéis hacer con nosotros?' de un modo audible para toda alma reflexiva de este reino [10. 1-17].

Toda Inglaterra escuchó la pregunta, aunque pocos la entendieron; toda Inglaterra vio las letras de fuego, la escritura sobre la pared, aunque pocos captaron su sentido. Cuarto y último, el profeta secular advierte de un juicio inminente e inevitable. “Toda Inglaterra escuchó la pregunta”, dice Carlyle, “Inglaterra la contestará, o Inglaterra, en su totalidad, perecerá” (10. 17). Éste es el mensaje básico del sabio secular: reformar o perecer. Es el mensaje, por ejemplo, de Ruskin en Las piedras de Venecia de Thoreau en todos sus discursos y ensayos en contra de la esclavitud. Las interpretaciones de ambos, como las de Carlyle, revelan que sus contemporáneos han abandonado o se han desviado de las leyes divinas que informan el universo y que sin tales guías deambulan hacia una destrucción horrorosa.

Carlyle clarifica bastante los orígenes bíblicos de esta técnica ante su lector, puesto que señala detalladamente la situación en la que su advertencia se anuncia. Y la situación es la misma, exhorta Carlyle, para las naciones. Las antiguas orientaciones (“Profetas, sacerdotes, o sea cual sea su nombre”), advierten a las naciones cuando éstas toman el camino equivocado, pero los “guías modernos de las naciones… los periodistas, los economistas políticos, los políticos, los panfletistas, han olvidado esto por completo y están preparados para negarlo” (10. 28). No obstante, la verdad no se puede negar y sobrevive eternamente. “Cuando una nación no es feliz, el antiguo profeta llevaba razón y no estaba equivocado al decir: Vosotros os habéis olvidado de Dios, habéis abandonado los caminos de Dios, o si no, no seríais infelices. No es de acuerdo con las leyes de los hechos por las que habéis vivido y os habéis guiado, sino según las leyes de la desilusión, la impostura y el error fáctico deliberado e involuntario” (10. 28). Señalando que las autoridades establecidas han fracasado a la hora de avisar a sus contemporáneos, Carlyle justifica su empresa; comentando lo que los profetas hicieron por su pueblo, los predecesores espirituales de su audiencia británica, ambas acciones indican la naturaleza de su tarea, justificándola en profundidad. Después, utiliza recursos adicionales para ganarse el favor de la audiencia, compensando el tono abrasivo de su amonestación, un aviso que necesariamente contiene un ataque a su audiencia, renunciando a su propia responsabilidad por su terrible mensaje:

Es un hecho, hablando una vez más con una voz milagrosamente atronadora que procede del centro del mundo; ¡qué desconocido resulta su lenguaje para los muchos sordos y bobos!; ¡qué nítido, innegable, terrible y sin embargo, benéfico para los pocos que escuchan!: ¡Mirad, os volveréis más sabios o pereceréis!... Tal es el mensaje que Dios nos dirige, una vez más, en estos días de nuestra modernidad [10. 29-30].

Es el hecho, más que Carlyle, según éste afirma, el que transmite su advertencia; él es un mero traductor. Utilizando el pronombre en primera persona del plural, se une a su audiencia y así, implícitamente admite cierta responsabilidad ante la situación presente. En diversas ocasiones posteriormente en Pasado y presente, Carlyle repite el patrón profético, siguiendo la interpretación y el diagnóstico de las advertencias proféticas. (Véase por ejemplo 10. 142-44 y 176). Sus elaboradas repeticiones sobre la amonestación del profeta encajan muy bien con la estructura episódica o segmentada de la profecía y por supuesto contribuyen con ella.

Aunque tanto los profetas seculares de los siglos XIX y XX hablan o escriben así, como ventrílocuos ante los fenómenos mudos, los modernos, que tienden a colapsar las diversas partes del patrón profético dentro las unas de las otras, rara vez elaboran el tipo de advertencias explícitas que Carlyle, Arnold, y Ruskin hacen. En su lugar, sus retratos, con frecuencia tenebrosos, sobre los hombres y mujeres contemporáneos advierten mediante implicaciones: Si no cambiáis las cosas, estas banalidades, estos horrores, serán incluso más comunes en vuestro futuro de lo que lo son ahora; es más, serán vuestro futuro. “Algunos soñadores del sueño dorado” y “El álbum blanco” de Didion, y “La banda de la casa de la bomba”, “La chica bien arreglada” y “El movimiento clandestino del mediodía” de Tom Wolfe, todos ellos acosan al lector con situaciones representativas que nos permiten tanto percibir mejor la crisis cultural como advertirnos sobre nuestro futuro.


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Modificado por última vez el 14 de julio de 2008; traducido el 15 de noviembre 2010