[La siguiente discusión de suicidio en las novelas de Ward se ha tomado del capítulo 8 de El suicidio victoriano: crímenes loco y historias tristes [Victorian Suicide: Mad Crimes and Sad Histories ], publicado por Princeton University Press (1988). Esta traducción de Xiana Sotelo y revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Una novelista de finales de siglo que imaginó vivamente su grave situación fue Mary Augusta Ward. Sobrina del teólogo liberal Matthew Arnold e hija de su hermano católico, Thomas, Ward se sintió heredera tanto de la seriedad Arnoldiana como de la gran controversia religiosa de su día. En la mayor parte de su vida, sus propios padres estaban firmemente adheridos a distintas religiones: Julia Arnold permaneció en el Protestantismo y le permitieron criar a sus hijas en esa fe, mientras que Thomas Arnold, dos veces convertido al Catholicismo Romano, quería que sus hijos fueran criados como católicos. Así, aunque creció en una familia llena de cariño, siempre estuvo marcada por el dolor de esa división. Sin embargo, su curiosidad intelectual llevó a Ward ha evolucionar y revisar sus propias creencias religiosas liberales. En su ficción, es un tema recurrente el dilema entre amantes profundamente comprometidos pero que difieren sobre religión. En 1888, Robert Elsmere el joven clérigo que cada vez es más liberal — al igual que la propia Ward — sufría profundamente por las continuas peleas con su devota y Evangélica esposa. Finalmente se suicida en un auto sacrificio a los demás en East End London .

Más tarde, en 1898 en Helberck of Bannisdale Ward presenta un conflicto religioso tan desesperado y trágico que sólo puede resolverse con el suicidio público de uno de sus dos protagonistas. Tanto Alan Helbeck como Laura Fountain se sienten totalmente impotentes en el contexto histórico e religioso de finales del siglo XIX en Gran Bretaña. La familia católica romana de Helbeck no le apoya en su talento; las mujeres han sido abnegadas; sus hombres, sin una educación convencional, se han separado de la carrera en la política, en el ejército o en la iglesia oficial. El poder de Helbeck, es el poder de la conversación, y a través de la novela este poder tiene como principal propósito a Laura. Ella, por otro lado, es igualmente firme en sus convicciones e igualmente desposeída. Se adhiere a una religión de sentimientos y amor a la naturaleza al estilo de Wordsworth. Hija de un catedrático de Cambrige, ella también es imbuida por un escepticismo librepensador pero no ha sido debidamente instruida en los motivos de su incredulidad. Desconocedora de la forma de pensar que tenía su padre, [163/164] permanece leal a su memoria a pesar del impedimento que esto supone en su amor por Helberck. Tozuda y cabezota, lucha contra la controversia y compromete a Helberck en una batalla en la que ambos perderán. Irónica e inevitablemente, la suya es una batalla hacia la muerte terminando sólo con la autodestrucción de Laura.

El suicidio de Laura representa tanto el sacrificio por su amado católico Helbeck y su hermana Šsu madrastra moribunda- como un romántico retorno a la naturaleza. Hacia el final del libro el conflicto de Laura con Helbeck se intensifica. Ella huye a Cambridge con unos amigos de su padre, vuelve a Bannisdale para cuidar a la hermana de él — su moribunda madrastra — para regresar finalmente con Helbeck, y consentir casarse con él. Sin embargo, sus remordimientos de conciencia lo evitan en el último momento. En su lugar, recolecta flores de la ribera del río Greet y adorna el féretro de la madrastra de Helbeck. Después, regresa al río y se ahoga al estilo de Ophelia con su cuerpo “golpeándose contra la orilla llena de grava, con una suave impotencia, su pelo brillante enredado entre ramas y hojas.’ [“breating against the gravelly bank, a soft helplessness, her bright hair tangled among the drift of branch and leaf’ (1983: 385)]. Tal y como ella quería, Helbeck cree que su muerte ha sido un accidente. En parte, Laura muere para salvar sus ilusiones a cerca de sobre su conversión. Pero su rendición final a él le hace sentirse incómodo y Helberck no puede entrar en la iglesia protestante en la que ella está enterrada. Ward no sólo acentúa la condescendencia de Laura a través de “una suave impotencia” en Greet — el río propiedad de Helbeck donde se libra la “noble war”: “noble guerra” contra el salmón — sino que también enfatiza el triunfo pyrrhic [N. de T.: pyrrhic se refiere a una antigua danza guerrrera] de Laura a través del río. Tanto en su filosofía de la naturaleza como en su muerte, Laura se encuentra más cerca de Bannisdale que Helberck.

El río que salta, el amplio recorrido de las pendientes . . . todo ello le devolvía su alma, que apasionadamente descansa en el interior de todos esos elementos.... El velo se levantó en entre ella y ellos. Se convirtieron para ella en un santuario y un refugio en el que no había exclusiones ni condiciones” [“The leaping river, the wide circuit of the fells . . . to them the girl gave back her soul, passionately resting in them . . . The veil lifted between her and them. They became a sactuary and a refuge with no exclusions, no conditions. [363-364]

Todos estos elementos se identifican con la naturaleza exaltada de Laura mucho más que lo que la religión significa para Helbeck, creándose así el fantasma de la señora Bannisdale, por la que una vez a ella se le había confundido.

El suicidio de Laura es también un acto de voluntad triunfante, un acto deliberado, racional por parte de una persona muy emocional. Al principio de la novela, el señor Fountain dice a Laura “ no puedes sacrificar tu vida. Puede que seas cristiana . . . . pero sigue sin tener sentido.’ [“you can’t sacrifice your life . — It may be Chistian . . . but it isn’t sense’ (60).] En el caso de Laura, sin embargo, a pesar de que dicha acción no es cristiana, es la única alternativa prudente disponible para una mujer que simultáneamente tiene que ser leal a su padre, a ella misma y a su amante. A diferencia del Padre Time, el suicidio de Laura es trágico porque parece inevitable; la única salida ineludible a las circunstancias sobre las cuales Laura es completamente consciente. Laura es siempre más fuerte que su madrastra, y desde que fue testigo de todo un retroceso industrial en donde “ella recuperó su poder de acción más pronto que los hombres que la rodeaban.’ [“she recovered her power of action sooner tan the men around her’ (205),] Laura es completamente consciente de sus pensamientos. Las aseveraciones de Healbeck sobre la voluntad sólo sirven para fortalecerla. “Hay algo”, le dice ella “dentro de mí que hace que no tema nada — ni si quiera que ambos nos rompamos el corazón.’ [“‘There is,’ she tells him, ” &squo;something in me that fears nothing — not even the breaking of both our hearts’ &ddquo; (257). Que esta falta de temor sea la última prueba antes de su suicidio, otorga a la historia de Laura el poder de la tragedia que muy pocas novelas victorianas poseen. Laura sabía tanto por Helbeck como por ella misma que “debía tener espacio para ella, sin que su lucha por la libertad supusiese una lucha con él, y con el amor.’ [“she must have room to breathe, without making her struggle for liberty a hideous struggle with him, and with love. ’ (343).] Al final ella decide morir, y tal como decía la nota que escribió antes de suicidarse “porque la muerte supone un final.’ [“ Because death puts an end” (387).]

Helbeck of Bannisdale ejemplifica el interés victoriano con los dilemas, las causas, la nostalgia y con la aniquilación del eros a través de la muerte del yo. También refleja una visión de la sobria vida de 1898. Como tantas otras mujeres victorianas, Ward miraba hacia dos caminos. Por un lado, Ward se muestra empática con ambos protagonistas — el cauteloso, hacendado, y formal Helbeck, cuyo mundo se ha ido erosionado; y la joven Laura llena de vida y de frescura quien “habría conseguido que los católicos le respetaran.’ [[“might have made her Catholic respect her’ (316)]. Parece que lo que Ward está diciendo que los tiempos antiguos han quedado atrás, que las mujeres sin una verdadera educación están condenadas, y que lo que las nuevas religiones necesitan son nuevos intelectuales que las interpreten de otra nueva y que la energía y la vida reside ahora en las nuevas ciudades. Los hombres toscos como el primo de Laura, Hubert, pueden labrar nuevas vidas, pero esa vida devora a los trabajadores sin ningún pensamiento hacia sus hijos. Como muchas novelas victorianas tardías, Helbeck of Bannisdale ofrece poca esperanza. Como en la temprana Shirley (1849) de Charlotte Brontë, tan admirada por Ward, los intereses religiosos, de los terratenientes, las mujeres y los trabajadores pierden el significado de una lucha por la independencia. En Helbeck, sin embargo, también pierden la lucha por la existencia.

Ward sabía que su novela era trágica, y guardó con gran recelo las notas de amigos como George Wyndham, quien trató de descifrar porqué su “el choque es inevitable.’ [“crash is inevitable’ (Ward, 1918; II, 185)]. Pero con su nuevo amigo, el señor Leslie Stephen, Ward tenía una relación especial y al darle una copia, omitió el último capítulo. Sintió que la muerte de Laura podría “afectar profundamente a aquellos que ha pasado por tal sufrimiento.’ [“depress one who had known so much sorrow’ (184)]. Aun así Stephen podría haber sido el que mejor entendiese el suicidio de Laura. En su propio Science of Ethics [N. de T.: La ciencia de la ética] (1882) aplicaba una penetrante mirada a muertes como la suya. Stephen sostenía que “si una vida no podía servir a los demás, y sólo proporcionaba un dolor sin sentido a esas personas, ¿debería ser uno no ser libre para cometer suicidio?” [“life could not serve others, and was only giving useless pain to his attendants, should one not be free to commit suicide?.’] Y Siguió preguntándose:

¿No podríamos decir que él actúa sobre un principio moral superior, y por tanto busca disminuir la miseria humana? Es imposible posicionarse en casos concretos, porque no hay ningún indicio externo que sea siempre el mismo. Este comportamiento puede ser el resultado de la cobardía o de un motivo mayor, y por lo tanto, el mérito de tal acción no puede determinarse; pero, asumiendo el motivo sea una causa mayor, no puedo ver ningún motivo para desaprobar la acción que fluye en tales circunstancias.

May we not say that he is acting on a superior moral principle, and that because he is clearly diminishing the sum of human misery? It is impossible to settle the case in concrete instances, because there is no fixed external test. The conduct may spring either from cowardice or from a loftier motive than the ordinary, and the merit of the action is therefore not determinable; but, assuming [165/166] the loftier motive, I can see no ground for disapproving the action which flows from it.’ [392]

La clase de argumento que expone Stephen ya era aceptada en 1898 cuando Ward publica Helbeck. Para entonces, el veredicto victoriano en relación al suicidio quedó resumido en el periódico de Oxford House:

La mano blanda en los tribunales de justicia refleja cómo ha cambiado la actitud de la opinión pública. Ahora se mira el suicidio con empatía, más que con aborrecimiento. Se entiende que es una cuestión de una mala fortuna en la vida, más que verlo como un delito. En parte, estos cambios provienen de un mejor entendimiento de las condiciones que rodean al suicidio; así como una compasión casi extravagante con la miseria que caracteriza una época que es a la vez egoísta y sentimental.

[“The lenity of the law courts reflects the changed attitude of public opinion. Suicide is now regarded with sympathy rather than with abhorrence. It is spoken of as a `misfortune’rather than a crime. Partly the changes arises from a better understanding of the conditions of suicide; partly from that almost extravagant sympathy with wretchedness, as such, which characterizes an age at once selfish and sentimental. [Henson, 67]

La autodestrucción se había convertido en una forma más de lidiar con la pérdida, y en 1898 muchos parecían perdidos: la fe oficial anglicana; la moralidad burguesa; el sentido de asentarse en uno mismo, en el amor, en la familia; el poder de la palabra; la esperanza en la industrialización; la creencia en el progreso; el imperio. Incluso los ateos y los vanguardistas de los futuros movimientos políticos como Eleanor Marx, hija socialista, animosa y dedicada de Karl Marx, sucumbieron al suicidio. Tussy Marx se preguntaba en 1898:

“Si é les el único que reina en lo alto
Por qué deberíamos los ateos a tener miedo a morir?

[“If he be just who reigns on high,
Why should the Atheis fear to die?’ (citado en Budd, 120).

El 31 de marzo, se levantó, se duchó, se vistió de blanco, bebió ácido prúsico, y se tumbó para morir, una muerte que recreaba la de Emma Bovary, cuya historia ella había traducido en una ocasión al inglés. Pero en 1898, muchos de los contemporáneos de Marx no encontraron sus acciones pecaminosas. Era el mismo año en el que Perry Coste en Ethics of Suicide [La ética del suicidio] afirmaba que: “si todavía se insiste que el suicidio es un pecado de rebelión contra aquellos juicios de Dios que somos obligados a soportar humildemente, entonces de la misma manera — y en algunos casos hasta con mayor grado — son los seguros en contra incendios, y las vacunas, actos de la rebelión” [“if it be still insisted that suicide is a sin of rebellion against those judgments of God which we are bound to endure humbly, then equally in kind — and in some cases even in degree — are fire insurance, and vaccination, acts of rebellion’ (Perry-Coste, 9)]

En los tiempos de Marx, la entropía o la muerte minaron incluso la fuerza vital de individualistas como Marx, que optó por morir. Marx es uno más de muchos. Strahan creeía que los suicidios eran una legión, que estaba infrarepresentados por los estadísticos que podrían haber descubierto menos del 50% de ellos (Strahan, 185); mientras que Gurnhill, un socialista cristiano, pensó que las notas angustiosas de los suicidas reflejaban “la experiencia social de miles.’ [“the social experience of thousands’ (Gurnhill, 125)]. Y la historia de M. P. Shiel “The S.S.” (1895) en la cual se presentaba a su héroe policíaco, Prince Zaleski, con un caso de aparente suicidio en masa el cual abría con las siguientes palabras: “afirmar que existen epidemias de suicidio es dar voz a lo que hoy en día se acepta como un conocimiento generalizado.’ [“To say that there are epidemics of suicide, is to give expression to what is now a mere commonplace of knowledge’ (Shiel, 100).] Zaleski resuelve el caso destapando una cruel sociedad secreta que desea exterminar toda vida enferma, una especie de club clandestino de darwinistas sociales.

La negativa inherente a acallar, guardar silencio, encubrir o ocultar el suicidio — dio paso en un primer lugar a la franqueza; pero en los noventa del siglo XIX, se tornó en exageración. A lo largo de esta era, los victorianos se afligían en exceso por sus muertos, dando un gran valor a las manifestaciones públicas de la tristeza como los funerales o el luto. Así, sentían un enorme temor por los asesinos y lloraban enérgicamente a favor de la justicia y la condenación de sus asesinos. Ahora, al final de esta época, el suicidio se sitúa al mismo nivel que una muerte natural o un asesinato.. Masas de personas no morían en sus propias manos, pero los victorianos exageraron el suicidio deseando sobreestimar sus números y su importancia. Para el final del reinado victoriano, muchos querían creer en un “deseo universal de no querer morir.’ [“coming universal wish not to live.’]

Referencías Bibliográs

Ward, Mary Augusta. Helbeck of Bannisdale. Harmondsworth: Penguin, 1983

Ward, Mrs. Humphrey. A Writer's Recollections, 2 Vols. New York: Harper Brothers, 1918.

Stephen, Leslie. The Science of Ethics. London: Smith, Elder, 1882.

Henson, H. H. Suicide. London: Oxford House, 1897

Budd, Susan. "The Loss of Faith in England, 1850-1950," Past and Present 36, 1967.

Perry-Coste, F. H.. The Ethics of Suicide. London: The University Press, Ltd., 1898.

Strahan, S. A. K.. Suicide and Insanity: A Physiological and Sociological Study. London: Swan Sonnenschein, 1893.

Shiel, M. P.. Prince Zaleski, London: John Lane, 1895.


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Last modified 28 June 2008; traducido diciembre 2009