[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Aunque a primera vista podría parecer que esta perorata no posee ninguna similitud estilística con Jane Eyre, de hecho transmite un marcado parecido en lo que al tono respecta con el pasaje exhortativo del libro sobre la naturaleza y el lugar de las mujeres. “Decir que los seres humanos deberían quedar satisfechos con la tranquilidad no sirve de nada”, comienza el sermón y continúa:

Generalmente, se supone que las mujeres son muy calmadas, pero las mujeres sienten de igual modo que los hombres: necesitan ejercitar sus facultades y un campo donde desarrollar sus esfuerzos tanto como sus hermanos… implica una estrechez de miras el que sus criaturas compañeras con mayores privilegios digan que las mujeres deberían limitarse a hacer bizcochos y a tejer medias… Es desconsiderado condenarlas o reírse de ellas, si buscan hacer o aprender más de lo que la costumbre ha declarado necesario para su sexo.

Aunque Carlyle señala con demasiada agresividad los defectos de la sociedad, Brontë llega más lejos, hasta abandonar la línea narrativa del argumento para pronunciar su fragmento sobre la igualdad de los sexos, el cual para ser una obra de ficción, es muy agresivo.

Los dos comparten poco en términos de creencias políticas. Carlyle argumenta que los modelos de comportamiento deberían proceder de la “aristocracia de hecho”, de los hombres que han alcanzado la cumbre por medio de sus propios méritos, y dice que la aristocracia de título está “extinta” y que es “imaginaria”. Rochester, el hombre “patrón” de Brontë, ha heredado la riqueza y la posición que ostenta, tiene tierras y arrendatarios, y no trabaja para ganarse la vida. En otras palabras, está muy lejos de los héroes de Carlyle. Brontë adopta un enfoque muy personal para representar a los modelos y a los héroes, los cuales son fuertes pero defectuosos. Crecen, se desarrollan y mejoran hasta que se completan. No considera que la aristocracia haya muerto, sino que lo acepta como un hecho de la naturaleza: los arrendatarios de Rochester, los empleados y los compañeros nunca cuestionan el orden social. Incluso Rochester es un héroe por ser quien es, no porque sea noble.

Brontë se alinea con Carlyle y atiza a los “lacayos” cuando introduce a los Ingram y a su séquito. A lo largo del libro no se ve un grupo más inútil, frívolo, poco profundo y malicioso. Los únicos que se les aproximan son los otros miembros de la clase alta, los despiadados Reeds y las despreciables mujeres Brocklehurst. Brontë registra su impresión sobre esta clase en la descripción que Jane hace de Blanche Ingram:

Deslumbraba pero no era sincera: tenía una personalidad elegante, sus logros eran numerosos y brillantes, pero su mente era pobre, su corazón infértil por naturaleza; nada florecía espontáneamente en aquella alma, ningún fruto natural se deleitaba ante su frescura. No era buena; no era original… nunca ofrecía o poseía una opinión propia. Defendía un tono elevado de sentimiento, pero desconocía las sensaciones de la empatía y la piedad, careciendo de ternura y de verdad.

Mientras Brontë tiene un ideal diferente del modelo de Carlyle, es obvio que comparte parte de su rechazo por la aristocracia.

Los personajes en Jane Eyre pueden aceptar irreflexivamente la institución de la aristocracia, y T.L. Nichols dice que “Cada país tiene su aristocracia, su mejor gente que siempre debería gobernar al resto”. Pero en realidad, el gobierno del momento estaba comenzando a compartir cada vez más poder con la clase media y baja. Las Leyes reformistas de 1832, 1867 y 1884 (***Reform Acts of 1832, 1867 and 1884) “extendieron los derechos del voto a ciudadanos previamente privados de derechos” y “lograron en Inglaterra lo que la Revolución francesa conquistó finalmente en Francia”. La abrogación de las Leyes del grano en 1846 (***repeal of the Corn Laws) fue un “triunfo significativo que indicó el nuevo poder político de la clase media inglesa”. La industrialización creó una nueva clase trabajadora, así como muchos nuevos ricos que se infiltraron y que debilitaron los estratos superiores de la sociedad, los meritócratas de Carlyle que provocaron, como dijo El espectador en 1843, “El círculo de la sociedad selecta que cada día se amplía para admitir a candidatos cuyas pretensiones descansan únicamente en la riqueza y en el talento”. El resultado de estos avances fue que, mientras los personajes de Brontë quizá no fueron conscientes de ello ni Carlyle llegó a conocer el desenlace final, el descenso de la aristocracia hacia la obsolescencia ya había comenzado.


Modificado por última vez el 23 de octubre de 2002; traducido el 21 de octubre de 2012