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Modificada por última vez 15 de marzo 2010; traducido julio 2010

[Traducción de Xiana Sotelo revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Mary Elizabeth Coleridge podría encajar aparentemente en el arquetipo de solterona victoriana que escribió poesía de géneros menores para purgar sus frustraciones y deseos ocultos. Sin embargo, cualquiera que lea su obra rechazará inmediatamente este estereotipo, al igual que el lector que conozca un poco sobre su vida y su personalidad. El apellido Coleridge y su imponente reputación literaria supusieron un verdadero lastre para la vergonzosa y tímida Mary. “No tengo un hada madrina”, escribió a un amigo, “pero mantengo un vínculo con un tataratío mágico, que es quizá la razón por la que estoy condenada a errar sin descanso alrededor de las puertas de la tierra de las hadas, a pesar de que no las haya atravesado aún” (Sichel, Gathered Leaves, 11). El motivo literario del errabundo, el extraño, el forastero, es una imagen recurrente en la poesía y las novelas de Coleridge. Se bautizó a ella misma como “Anodos”, que puede ser traducido como “Errabunda” o, más literalmente, sin camino. La imagen de la poetisa excluida de la tierra de las hadas debido a una herencia literaria masculina que se niega a incluirla es importante para la autora. Sin embargo, esto también se puede considerar como algo poco sincero, sobre todo teniendo en cuenta que el exilio de Mary Coleridge fue autoimpuesto.

Poemas como La bruja, Wilderspin, Dueño e invitado (texto) e Inoportuno (texto) articulan el deseo de que se permita al exilio acceder, es decir, cruzar el umbral. Sin embargo, cuando se les deniega la entrada, las voces poéticas apenas muestran ninguna inquietud. En cambio, cuando a un personaje se le permite cruzar el umbral, como ocurre en La bruja (texto; 1897), desbarata o transforma irrevocablemente sus nuevos alrededores. Asimismo, la poetisa Mary Coleridge tiene pocos escrúpulos a la hora de invadir la poesía de Samuel Taylor Coleridge y de llevar a cabo alteraciones radicales a fin de hacer esa poesía algo más suyo. De hecho, La bruja supone un poema dentro de otro poema, cuyas fronteras están contenidas dentro de Christabel (1816), escrito casi un siglo antes por Samuel Taylor Coleridge. Por lo tanto, este particular vagabundo ha sobrepasado los límites de los parámetros de la estructura poética rompiendo el marco narrativo de la obra original con el objetivo de llegar a la construcción del poema final, o bien escapando del poema final y refugiándose en el primer poema.

En Wilderspin (texto; 1897), la voz poética irrumpe y destruye la red que interminablemente está siendo hilada por el tejedor en la casita roja. Al desmontar la obra original, la voz poética indica que lo que ella intenta es escapar de las influencias históricas y literarias que la deforman y la enredan en sus hebras. La voz aparece así en busca del medio con el que escapar de la red literaria en la que se encuentra atrapada. Si esa voz es Mary Coleridge, y nosotros, como lectores, tomamos el punto de vista de que está cansada de la carga que su herencia literaria supone, podemos interpretar entonces que, más que invadir la poesía de S.T. Coleridge, como sí hizo en La bruja, Mary está intentando activamente hacer de su obra y de ella misma algo distinto de lo que hizo su tataratío. Si S. T. Coleridge es el tejedor, su tatarasobrina es la que desempeña los roles de narradora, intrusa y destructora.

Es importante no descartar a Mary Coleridge como una poetisa mediocre. A pesar de que sus poemas mantienen una forma y una estructura convencionales, su enfoque es frecuentemente radical e inesperado. Si Mary rechaza ser intimidada por su herencia literaria, también descarta las convenciones culturales y sociales, y refuerza el motivo referido a ella misma y a sus personajes de ficción como forasteros. Como Christina Rossetti, (con cuya poesía la obra de Coleridge tiene un parecido razonable), Coleridge hace uso de la tipología cristiana a lo largo de sus composiciones. Sin embargo, parte de esa tipología para después subvertirla y crear un discurso alternativo que expone las contradicciones y las hipocresías de los sistemas convencionales de la creencia cristiana. Coleridge mantuvo una aversión instintiva hacia las doctrinas cristianas establecidas, y a pesar de que ella no se identificaba ni como atea ni tampoco como agnóstica, sus más bien poco convencionales creencias estaban más cercanas a un panteísmo (doctrina resumida en que Dios se encuentra en todo) que al anglicanismo o al catolicismo romano. Ningún lugar hallado y Desilusión son ejemplos de su tan diversa filosofía.

Las influencias que recibió Coleridge fueron muchas y variadas. Su interés por lo todo lo extraordinario y lo sobrenatural, que se mantuvo durante toda su vida (llegando incluso a participar en una sesión de espiritismo con Alfred, Lord Tennyson), se vio reforzado por su conocimiento de las obras de los románticos alemanes como E.T.A. Hoffman. Browning, Tennyson, George MacDonald y el poeta místico Richard Watson Dixon inspiraron a Mary a escribir, o bien influyeron directamente en su obra. Quizá pueda parecer extraño que Coleridge nunca llegara a reconocer la influencia de Christina Rossetti. Las obras de ambas son similares en muchos aspectos, y, sin embargo, los escritores reconocidos públicamente por Coleridge eran todos hombres. Si Mary declaró tener algún “hada madrina”, lo hizo en silencio y en privado.

Mary Coleridge merece ser considerada como una poetisa original y poco convencional de la era victoriana. Su obra es a menudo inquietante y desafiante, pues juega con la identidad y las convenciones. Además, su obra parece estar embrujada por lo paranormal, lo espectral y lo desconcertante.

Bibliografía

Coleridge, Mary. Gathered Leaves from the Prose of Mary E. Coleridge. Ed. Edith Sichel. London: Constable, 1911.


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Modificada por última vez 15 de marzo 2010; traducido julio 2010