[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Los estudiantes de la cultura victoriana están bien familiarizados con esa variedad de la literatura que corre desde Carlyle, pasa por Ruskin y Arnold, llegando hasta Morris, y que ataca al sistema de fábricas por brutalizar a los trabajadores, destruir la vida doméstica y arruinar el gusto británico. Joseph Bizup examina provechosamente una tendencia opuesta que la retórica industrial utilizaba para argumentar que la industria fue en sí misma un componente fundamental de la cultura. Según Bizup,

Durante el segundo cuarto del siglo XIX, una retórica identificable proindustrial, proclamada sobre la subversión de la antítesis entre la industria y la cultura, fusionó dentro de ella dos cuerpos discursivos que se reforzaban mutuamente: los debates controvertidos sobre el sistema factorial y sus efectos sociales y estéticos, así como las discusiones ampliadas sobre la importancia estética, social y comercial del “diseño” para los fabricantes británicos. En el marco de este par de discursos, la cultura se reimaginó como un desarrollo coordinado y complementario del arte, la ciencia, y el comercio, y la misma producción automática se concibió como una fuerza o agente cultural. En contadas ocasiones, estas interpretaciones se propusieron directamente, pero con mayor asiduidad se persiguieron oblicuamente como argumentos, imágenes y metáforas [4].

Tras una introducción sobre las actitudes británicas de comienzos del siglo XIX acerca de las relaciones del capitalismo industrial y la cultura nacional, La cultura industrial examina la retórica del sistema de fábricas en tres obras muy diferentes: Historia de la fabricación de algodón en Gran Bretaña (1835) de Edward Baine, Filosofía de la producción (1835) de Andrew Ure y Notas de un viaje por los distritos industriales de Lancashire (1841) de William Cooke Taylor. Aunque “Baines escribe una historia de tendencia Whig sobre la industria del algodón, Ure un tratado técnico y Cooke Taylor una obra de propaganda sobre el comercio libre disfrazada de narrativa de viajes”, contrarrestan los intentos del Movimiento de fábricas por asegurar días de trabajo más breves y condiciones de trabajo más seguras y saludables, “representando a la fábrica como un cuerpo orgánico y al sistema factorial como una expresión del genio inglés” (20). Localicé este capítulo que analiza habilidosamente los detalles de cada argumento en términos de las creencias políticas de su autor, uno de los mejores dentro de un libro excelente.

El mismo éxito tiene el siguiente capítulo, “Combinaciones hermosas: la belleza abstracta y tecnológica en las obras de Charles Babbage” que disecciona la temprana apología de la industria más ampliamente leída, Sobre la economía de la maquinaria y la producción industrial (1832) en el contexto que Baine, Ure, Cooke Taylor así como John Ruskin y Elizabeth Gaskell proporcionan. Babbage, mejor conocido como el padre de la informática, defendió una teoría semiótica muy moderna sobre el lenguaje y la cultura (54).

Babbage se emociona menos ante la presencia de máquinas y de productos que ante lo que estas cosas encarnan y simbolizan. Bajo su mirada, las máquinas no son meras configuraciones ingeniosas de palancas, tornillos, correas y engranajes. Son también las encarnaciones materiales de conceptos e ideas abstractos. Los productos no son “figuras autónomas” o bienes en el sentido de ***Marx (Capital 165). Son significantes que gesticulan sobre procesos abstractos a través de los cuales son producidos. En La economía, Babbage no ofrece simplemente una taxonomía de procesos industriales o una exposición de principios económicos en su aplicación al proceso productivo, sino que también pretende destilar la gruesa materialidad de los productos industriales en una racionalidad sublime sobre la matemática pura. Este impulso hacia la abstracción, más que su anticipación específica del ordenador, constituye la verdadera fuente de la modernidad de Babbage [55].

Bizup, quien señala que John Thornton en Norte y Sur de Gaskell (North and South) personifica esta “nueva visión estética” (56), observa asimismo las actitudes de Babbage hacia la profesionalización de la ciencia, su visión sobre la investigación como un esfuerzo “comunal” (69) y su emplazamiento en la historia de la estética. Aunque no dice esto, parece obvio que Babbage, un Victoriano particularmente fascinante, se anticipa a los futuristas y a otros admiradores durante el siglo XX de la belleza y la sublimidad tecnológica.

Abandonando este capítulo (que para mí es un verdadero tratado intelectual), Bizup se desplaza hacia un tema muy diferente en “Una raza debilitada: el salvajismo en la investigación social y la teoría del diseño”. Según él, entre 1825 y 1850, los partidarios de la producción industrial tuvieron que responder a dos acusaciones: (1) que el trabajo en fábricas producía “una degeneración peligrosa de las clases trabajadoras, evidente en sus cuerpos malformados y en sus atrofiadas sensibilidades morales”, y (2) “un deterioro igualmente perturbador del gusto público, evidente en la estrafalaria fealdad de los primeros productos victorianos” (84). Para defender la producción industrial de estas acusaciones, sus seguidores utilizaron el complejo tópico del salvaje y del salvajismo. Discutiendo sobre el uso de este tema en ***Smith, ***Malthus, y Mill, para quienes el “Estado salvaje funciona como el otro conceptual de la civilización” (89), Bizup muestra cómo James Phillips Kay y William Pultney Allison igualmente usaron esta imagen en los debates sobre la naturaleza de los pobres y los colonizados. El exponente salvaje y cultural se vuelve especialmente complejo una vez que los escritores sobre arte y diseño, tales como ***Owen Jones, señalan que el supuesto arte primitivo de los Maoríes (Maoris) superó con creces el diseño inglés actual.

Este último punto que cierra el capítulo de Bizup sobre el salvaje como imagen, conduce directamente al capítulo siguiente, titulado “La belleza apropiada: El trabajo ornamental en la edad de la reproducción mecánica”, que comienza aproximadamente abordando “La naturaleza del gótico” de Ruskin, y continúa explicando varios enfoques de las artes decorativas. “La teoría del diseño victoriano”, argumenta Bizup, “puede… concebirse como un conato por reconciliar la celebración capitalista de la autonomía económica y creativa con su insistencia simultánea en la disciplina y el control” (121). Este capítulo dedica mucha atención a los años tempranos del periódico que tuvo diversos nombres, La unión de las artes y La revista sobre arte, un valioso hallazgo de información sobre el arte victoriano.

El capítulo quinto (que sigue a éste) se concentra en la cultura industrial y en ***la Gran Exhibición de 1851, en la que Bizup señala que los defensores de la industrialización respondieron a “la fealdad incómoda de los productos ingleses”, enfatizando la “sofisticación del modo productivo” (158) por encima de la cualidad estética. Por oposición, aquellos que deseaban alentar un diseño perfeccionado “se concentraron en tres cuestiones esenciales, cada una de las cuales ya se había planteado en la década de 1840, pero que asumió una nueva importancia después de 1851” (162): (1) “exhortaron a los fabricantes a abandonar su aparentemente incasable búsqueda de la 'novedad'”; (2) abogaron por la “institucionalización de la educación artística”, y (3) buscaron “situar el diseño dentro de los nuevos contextos comerciales y sociales” que la Revolución industrial había creado (162). Este capítulo que debate el trabajo de R. W. Wornum, Richard Redgrave, y Ruskin, contribuye importantemente a la historia de las perspectivas victorianas sobre el arte, el diseño y la educación artística.

El capítulo final nos proporciona un debate excelente sobre Carlyle, Ruskin, y Morris relativo a las relaciones entre la virilidad y la mecanicidad. “Siguiendo la línea de la crítica social que fluye desde Carlyle, pasando por Ruskin hasta llegar a Morris”, Bizup observa, “el interés por la libertad de los trabajadores se funde con la idea moral más abstracta de que la habilidad cultural por operar como contrapeso de la 'civilización' material depende de la existencia anterior de seres autónomos” (177), que en cada autor se relaciona destacadamente con una idea de virilidad esencialmente opuesta a la mecanización. El autor presenta una amplia variedad de autores, incluido H. G. Wells y otros. Si este estudio de gran calidad presenta alguna debilidad, ésta reside en su movimiento demasiado ligero desde los teóricos de la década de 1830 y de 1840 hasta el trabajo de Morris medio siglo después. A lo largo de toda La cultura industrial, Bizup regresa repetidamente a los escritos de la primera mitad de siglo, pero nunca nos dice hasta qué punto Baine, Ure, Cooke Taylor, y Babbage fueron leídos durante la última mitad del siglo o incluso si los autores posteriores elaboraron argumentos similares. Sin embargo, a pesar de esta ausencia, se debe apreciar el modo en el que Bizup emplaza a Carlyle, Ruskin, y a los otros profetas victorianos en el contexto de los importantes debates del Victorianismo. Asimismo, ha proporcionado introspecciones valiosas dentro del diseño, la educación artística, las teorías de la civilización y el capitalismo industrial durante la era victoriana.

Referencias

Bizup, Joseph. Manufacturing Culture: Vindications of Early Victorian Industry. Charlottesville: U. de Virginia Press, 2003.


Victorian Overview  Bibliography Technology

Modificado por última vez el 7 de junio de 2004; traducido el 31 de agosto de 2012