Pensamientos de una mujer sobre las mujeres

Con la reputación y la importancia que le dio John Halifax, caballero, Craik comenzó a hablar con confianza con su propia voz a los lectores mayormente como ella. Compartió lo que había aprendido como uan mujer independiente en una serie de ensayos impresos en el Chambers’s Edinburgh Journal entre el 2 de mayo y el 19 de diciembre de 1857 y publicados en 1858 por Hurst and Blackett como Pensamientos de una mujer sobre las mujeres

Los libros de consejos se volvieron populares a mediados de siglo porque muchas personas se sentían inseguras en sus nuevos puestos. El Libro de la gestión del hogar. de Mrs. Beeton explicaba modales, menús, y sirvientes; las series de manuales de conducta de Sarah Ellis cristalizaron el ideal doméstico de la clase media diciéndole a mujeres que ya no eran responsables de las tareas domésticas que su trabajo más importante era ejercitar la influencia moral y aportar apoyo emocional (para Ellis, ver las Referencias). Craik escribió para otra categoría creciente de personas que carecían de una tradición satisfactoria − mujeres solteras en los rangos medios de la sociedad.

El fenómeno que empezaba a ser conocido como el “problema de las mujeres” surgió de las transformaciones sobre las que Craik escribió en John Halifax, caballero. Mientras la sociedad fuera jerárquica, con el poder siendo ejercido desde arriba, hombres y mujeres en la clase media estarían todos subordinados. Sin embargo, su estatus relativo alterado como el hombre de clase media − pero solo el hombre − se convirtió en parte de la clase dirigente. Además, la autosuperación contribuyó al enorme excedente de mujeres revelado por el censo de 1851. La administración colonial y los territorios abiertos en Australia y el oeste de Norteamérica otorgó a los hombres oportunidades que no podían encontrar en Inglaterra. Durante las décadas de 1840 y 1850 un hombre de cada diez dejó el país al acercarse a la edad casadera. Además, como la sociedad se volvió más fluida, hubo una tendencia creciente a medir el estatus por señales externas en lugar de por nacimiento por profesión. Los hombres posponían el matrimonio hasta que pudieran permitirse una casa en una buena calle, con los muebles, los sirvientes y los cánones que sus padres no habían conseguido hasta la mediana edad. Más y más mujeres permanecían solteras durante la veintena, si no permanentemente.

Pensamientos de una mujer sobre las mujeres otorgó apoyo emocional para las mujeres solteras. Los primeros dos capítulos hablan sobre las satisfacciones de la autodependencia y la ocupación útil. Capítulos sobre la amistad, el cotilleo, la sofisticación, la felicidad y el envejecimiento consideran las necesidades personales de las mujeres. El efecto de los ensayo se basa más en su todo en el contenido; el consejo es a menudo común, pero la autoridad de la escritora y su ejemplo muestran que una mujer sola puede llevar una vida ocupada y gratificante.

Tres conceptos en Pensamientos de una mujer sobre las mujeres lo distinguen de la mayoría de los libros de consejos del periodo. Primero, Craik asume que todas las personas son primero humanas y segundo mujeres u hombres. Señala que el temperamento y la habilidad varían más entre los miembros de un mismo sexo que entre los sexos y que muchas diferencias en el comportamiento adulto son en realidad enseñadas durante la infancia. Particularmente detesta la manera en que las niñas aprenden a ser indefensas. La doctrina de la “encantadora ineptitud, fascinante frivolidad, deliciosa incapacidad”, dice, insulta tanto a las mujere como a su creador (cap. 1). Craik veía el dolor emocional que surgía de no tener nada que hacer y lo llamó “el peor cáncer en la raíz de la vida de las mujeres” (cap. 1). La falta de ocupación, dice, evita que las mujeres se respeten a sí mismas, las hace dependientes de los elogios y reconocimiento de otras personas, y causa enfermedades físicas y nerviosas. Cuando una mujer es autosuficiente conoce su propio valor y puede así confiar en sus propios juicios morales.

Segundo, Craik intenta desarrollar sentimientos de unidad y hermandad entre todas las mujeres. Busca eliminar las barreras entre profesiones y gremios; anima a las mujeres de clase media a involucrarse en algunas de las ocupaciones que son menos tradicionales, y por ello mejor pagadas. Continuamente recuerda a los empleadores que los sirvientes también son mujeres. No deberían ser enviadas a hacer recados de noche; necesitan comida sana y un descanso adecuado; debería permitírseles invitar a sus “seguidores” a la casa para que no se vean forzadas a satisfacer sus necesidades emocionales de modos más peligrosos.

Finalmente, Craik es franca pero realista con las prostitutas. Había habido muchas conversaciones sobre la prostitución en las décadas de 1840 y 1850, no porque estuviera convirtiéndose en algo más común sino porque el creciente sentido de decencia pública la hacía más difícil de ignorar. Sin embargo, la mayoría de lo que se escribió sobre el tema fue escrito por hombres para otros hombres; de las mujeres se esperaba que cerraran los ojos. Mucha gente pensó que la novela de Elizabeth Gaskell, Ruth, que tenía una madre soltera como heroína, era simplemente demasiado impactante para leerla. Craik escribió sin rodeos para que las mujeres se enfrentaran a los hechos. Cualquiera que tuviera contacto con sirvientas, costureras o chicas de pueblo solteras difícilmente podía evitar encontrarse con algunas que fueran sexualmente activas. Craik quería asegurarse de que sus lectoras se admitían a sí mismas que una mujer que echaba a una sirvienta embarazada sin una referencia probablemente la estaba forzando a la prostitución, y esa vergüenza y ocultación llevaban a chicas desesperadas y asustadas a matar a sus bebés. Sin embargo, Craik no aprobaba las novelas que simplemente se compadecían de la pobre víctima porque hacían a las mujeres parecer indefensas. Insistían en que todas las mujeres eran responsables de sus propias decisiones y capaces de ayudarse a sí mismas.

En estos ensayos, como en las novelas, Craik anima a los lectores a estar de acuerdo ayudándoles a identificarse. Con cuidado se disocia a sí misma de los defensores de los derechos de la mujer. Promueve la hermandad a través de la empatía. Pide a los lectores que imaginen por un momento que han perdido su castidad, que finjan que algún desastre les ha forzado a entrar en el servicio, que recuerden que la joven pinche de cocina patosa es la hija de otra mujer. Es honesta sobre los dolores emocionales del estado de soltería, y a veces sentimental sobre el anhelo de tener hijos, bastante desanimada acerca de la posibilidad de amistad entre mujeres, conmovedoramente resignada al hecho de que la mujer soltera debe “decidir, si sus últimos días van a ser más o menos solitarios” (cap. 12). John Halifax, caballero podía haberle enseñado cuan difícil es asimilar las recompensas de la autodependencia; escribió que “ya que la ambición es una cualidad mucho más frecuentemente deficiente en nosotras que en el otro sexo, cada uno de los éxitos es menos dulce para las mujeres que para los hombres” (cap. 3). Las necesidades emocionales vacías, la soledad, la ansiedad, son vistas en la fuerza del anhelo de las mujeres por un rol más convencional:

La dependencia en sí misma es fácil y agradable: la dependencia de alguien a quien queremos es quizás la cosa más dulce del mundo. Resignarse totalmente y con satisfacción en las manos de otro; no tener más ninguna necesidad de afirmar los derechos propios o la personalidad propia, sabiendo que ambos son tan preciados para ese otro como lo fueron una vez para nosotras; cesar de pensar en uno mismo en absoluto, y descansar segura, tranquila, segura de que en las cosas grandes y pequeñas seremos guiadas y queridas, cuidadas y ayudadas − de hecho, que cuidarán bien de nosotras − ¡qué delicioso es todo esto! Tan delicioso que parece dado a muy pocas de nosotras, y a más pocas todavía como condición permanente de la existencia. [cap. 2].

Mirándose a sí misma para el tema, Craik descubrió emociones compartidas por otras mujeres y resolvió algunos de los principios morales implícitos en su ficción. También se identificó a sí misma públicamente con la mujer problema y con la mujer lectora. Sumunistraron la voz y los temas para sus siguientes novelas.

Una vida por una vida

Una vida por una vida (1859) fue planeada de manera que tanto la forma como la trama personificaran la filosofía de Craik. Los diarios superpuestos escritos por Max Urquhart y Dora Johnston ilustran que las mujeres y los hombres tienen fortalezas, necesidades y emociones similares. La trama muestra que un hombre que comete un asesinato y una mujer que tiene un hijo fuera del matrimonio puede experimentar el mismo patrón de sufrimiento y redención.

En su juventud Max Urquhart mató un hombre en un arrebato pasional. Lo compensa salvando vidas como cirujano militar en Crimea. Es reservado, entregado, meticuloso y solitario.

Theodora Johnston, la otra diarista, es igualmente solitaria porque el rol de mujer no le da nada que hacer. Su hermana mayor Penélope está prometida; su hermana pequeña Lisa está siendo cortejada. A Dora no le gustan los bailes ni los buenos modales públicos; tiene veinticinco años y es simple; estudia alemán y espera que alguien la acepte como es.

Max y Dora llegan a amarse el uno al otro. Él revela su pasado y descubre que el hombre que mató era la hijo mayor de los Johnstons, la oveja negra de la familia. El padre de Dora le prohíbe que vea a Max de nuevo. Max se va a vivir a Liverpool como médico de prisión, pero el cotilleo le persigue. Sale de su ocultamiento confesando su crímen y cumpliendo una sentencia por homicidio involuntario. Dora le dice a su padre que no puede obedecerle, se casa con Max, y se marcha con él a Canadá.

Craik se había convertido en una escritora muy exitosa porque podía reflejar los valores y sentimientos de sus lectores. En la primera versión de Una vida por una vida permitió que lo que ella pensaba que el público aceptaría interfiriera con la historia que ella quería contar. En la edición del libro de 1859 Max Urquhart mataba a Henry Johnston por puro accidente:

Ahora veis cómo fue. Le maté. Debía haber muerto fácilmente − instantáneamente; no gimió ni se revolvió ni una sola vez; pero aún así, fue un asesinato.

Sin querer, Dios lo sabe. Tenía tan poca idea de que estaba muerto que le sacudí, le dije que se levantara a pelear: “¡Oh, Dios mío! − ¡Dios mío!” [A Life for a Life, II, 297]

La crítica del Athenaeum criticó a Craik por hacer que tanto sufrimiento y culpa siguienra a un suceso tan accidental, y le dio el coraje para convertir el asesinato en deliberado, como originalmente había planeado:

Ahora veis cómo fue. Le maté. Quise matarle, o al menos herirle. Pero solo en aquel instante, ¡Dios lo sabe!, y sin aquella furia ciega que de momento no ha tenido consecuencias. Debía haber muerto fácilmente… [A Life for a Life, rev. ed., p. 239].

El hombre que mata porque se deja llevar por la pasión ciega se ve en una situación que Craik veía exactamente comparable a la que la mujer que se ve abrumada por los sentimientos sexuales. Ambos son moralmente responsables pero pueden explicarse emocionalmente. En la subtrama, Lydia Cartwright, una sirvienta de la casa Johnston, tiene un hijo del prometido de Penelope, Francis Charteris. Como Urquhart, se arrepiente pero no puede encontrar trabajo porque la gente conoce su pasado. Dora ayuda a Lydia a entrenarse para ser maestra de mujeres prisioneras para que pueda mantener a su hijo y reparar el daño atendiendo a otras mujeres.

Los valores morales están cuidadosamente calculados. Penelope cancela la boda cuando se entera de la existencia de Lydia y el bebé. Charteris se queda estupefacto porque Penelope piense que la castidad es tan esencial para los hombres como para las mujeres. Finalmente, como muchas de las madres solteras del periodo de esta ficción, Charteris, el padre soltero, acaba queriendo al niño y reformándose.

El recurso narrativo del doble diario permitió a Craik desplegar la trama lentamente − manteniendo cierta cantidad de ironía dramática − y asegurar la idenficación emocional con Max y Dora. También aporta el paradigma de Craik de la conceptión del amor. Cada uno empieza a escribir un diario, porque se siente solo, a un lector imaginario simpático. A medida que empiezan a gustarse el uno al otro, ambos transforman sus diarios en cartas sin enviar: el amado se fusiona con el otro imaginario. Finalmente, declarado el amor, la narrativa se convierte en cartas reales.

Craik admira y premia las mismas cualidades en Dora y en Max. Ambos enferman; los dos son mostrados cuidándose, apoyándose y ocupándose el uno del otro. Ambos dependen enteramente en su propio juicio moral y están, por lo tanto, libres del control de la autoridad convencional: Max resuelve su propia redención porque no puede aceptar una ley que dice que la muerte por ahorcamiento es la única manera de pagar por haber matado a alguien; Dora se declara independiente de su padre cuando le dice que se casará sin su consentimiento.

El libro tenía dos cosas importantes que decir. La primera era que los hombres y las mujeres eran esencialmente iguales y debían entrar al matrimonio como iguales. La segunda era que incluso los más atroces pecados podían ser completamente redimidos, y que los pecadores que habían pagado el precio debían ser completamente devueltos a la sociedad. Como su vacilación ante el grado de culpa de Max deja claro, Craik sabía que muchos de sus lectores rechazarían ambas ideas. Ya no estaba simplemente reflejando los valores públicos; estaba usando el poder dramático y afectivo de la ficción en un intento de formar opiniones. Max y Dora se marchan a Canadá al final del libro porque la sociedad inglesa no tiene sitio para ellos. Craik deja claro que están rechazando a la sociedad tanto como ellos están siendo rechazados por ella, y estructura el climax para que el apoyo emocional del lector se vaya con ellos.

Los críticos que consideraron los aspectos morales del libro se dividían en la cuestión de si la sociedad debía dar la bienvenida a Max y a Lydia después de que él hubiera cumplido su condena en prisión y ella se hubiera casado con el padre de su hijo. Además, al menos un crítico encontró el personaje de Dora extremadamente peligroso porque preguntando cosas y tomando sus propias decisiones − y viviendo felices para siempre − podría animar a chicas jóvenes a desafiar a la autoridad (Christian Remembrancer, 38, p. 305-21). Pero aunque el libro no fue ni por asomo tan popular como John Halifax, caballero, Craik escribió en él muchas de sus más profundas creencias, y continuó diciendo, el resto de su vida, que Una vida por una vida era su mejor libro.

La situación de la mujer

El mercado literario cambió durante la década de 1860. Se fundó una gran cantidad de revistas mensuales. Muchas de ellas presentaban novelas serializadas para mantener a los lectores comprando lealmente número tras número. El tipo más popular de serial era la novela de sensación − predecesora de la historia de detectives − que mantenía a los lectores con secretos, suspense, crímenes ocultos y escenas de gran emoción.

Pero Craik ya no dependía de la moda literaria. Aunque había usa tramas complejas y formas narrativas que aumentaban el suspense en algunas de sus novelas anteriores, evitó esas estrategias después de Una vida por una vida en lugar de usar sus habilidades para crear novelas de sensación. El enorme número de revistas competidoras también tendió a fragmentar al público para las novelas − los lectores podían elegir comprar las revistas que publicaban el tipo de ficción que ellos preferían leer. Craik llegó a ser identificada como una novelista de mujeres. Muchos de los libros que escribió después de 1860 están narrados por un “yo” autor que se dirige a sus lectores con un “nosotras” que incluye sólo a compañeras mujeres. Los críticos ya no trataban sus libros con tanta seriedad. Trataban a Craik con condescendencia alabando su influencia moral o comenzaban sus críticas con una generalización sobre “la mujer lectora”.

En estas novelas ignoradas por la historia literaria Craik escribió sobre las experiencias ambiguas de las mujeres y sus pensamientos y sentimientos contradictorios. Las mujeres a menudo deben leer entre líneas para penetrar en los secretos que ellas saben que deben ser guardados. Craik lidia, a veces de manera encubierta, con los dolores y conflictos reales de su rol. Expone y usa emociones que son a veces vergonzosas para el intelecto. También manipula los estereotipos suministrados por su sociedad en un intento de dar autoridad a los valores de las mujeres.

Amante y doncella

Amante y doncella fue serializada en Good Words de enero a diciembre de 1862. Craik eligió publicar la historia en una revista, que sería comprada, en lugar de cómo una novela de volúmenes que tenía que ser devuelta a la biblioteca, porque esperaba que las lectoras en la cocina la vería cuando los del salón hubieran terminado. Amante y doncella ilustra la hermandad de surge de los valores y necesidades compartidas de las mujeres, a pesar de las diferencias de clase.

La historia concierne a una familia con tres mujeres solteras − Johanna, Selina y Hilary Leaf − que ganan un sueldo apenas adecuado manteniendo una escuela, y su sirvienta Elizabeth Hand, que acude a ellas como una chica torpe en su primer trabajo. Ellas le enseñan a cocinar y a fregar compartiéndose el trabajo. Pero Selina no es feliz siendo pobre y soltera, y la pena le da una personalidad antipática y feos estallidos de temperamento. El sobrino huérfano de las hermanas Ascott Leaf es un estudiante de medicina con un carácter despreocupado y del que uno no se puede fiar. Y Elizabeth es una adolescente malhumorada y con dificultades para expresarse. El carácter de Elizabeth como una mujer adulta es formado por el ejemplo de Hilary, y Hilary es recompensada con la simpatía tácita y discreta de Elizabeth en momentos de dificultad.

Durante el curso de la novela la escuela falla, las hermanas se mudan a albergues en Londres y son presionadas por dinero para pagar las deudas de Ascott, Hilary cruza la línea de profesión a comercio convirtiéndose en la directora de una papelería, y Ascott desaparece sin dejar rastro tras cometer un delito. La historia real, sin embargo, son los sucesos y sentimientos comunes de la vida diaria: las pequeñas fricciones de las cuatro mujeres viviendo juntas, la deprimente búsqueda de un lugar barato para vivir en la nueva ciudad, la necesidad de dejar de ir en autobús para ahorrar para zapatos nuevos, el cansado anhelo de Hilary por alguna señal de Robert Lyon, el hombre que se fue a la India sin decir que la amaba.

El libro demuestra constantemente el sentimiento común de todas las mujeres trabajadoras. Solo una vez llega ayuda fortuita desde fuera para las hermanas Leaf − y viene de una mujer comerciante, Miss Balquider. El breve romance de Elizabeth Hand con un hombre trabajador es tratado con tanto respeto y dignidad como la relación de Hilary con Robert Lyon.

Amante y doncella es el primero de los libros de Craik en mostrar consistentemente que las mujeres son más completas y admirables que los hombres. El padre y el hermano de las hermanas Leaf era hombre “cuya única misión en la vida parecía haber sido gastarlo todo, hacer a todo el mundo desdichado, casarse y morir… “ (cap. 1). Los personajes masculinos enormemente secundarios y una fuente primaria de dificultades. Son tratados con una cierta indulgencia condescendiente que había merodeado entre las líneas de Pensamientos de una mujer sobre las mujeres. Una familia de mujeres, escribe Craik, tiene ventajas “que el otro sexo apenas puede comprender o reconocer”. Las mujeres pueden “estar solas” mucho mejor que los hombres: “somos más capaces de proveernos a nosotras mismas de intereses, deberes y placeres; en resumen, por muy raro que parezca… tenemos más independencia para automantenernos que ellos” (cap. 5).

Pero a pesar de esta alegre voz narrativa, Amante y doncella está tocado de arriba abajo por un estado de silenciosos rasgos conmovedores. La tradición crítica ha dificultado discutir libros que nos llenan los ojos de lágrimas. En este libro los pasajes que nos hacen llorar tienen la dignidad de emoción honesta. Nos pone en contacto con la fuente real de nuestra autocompasión en lugar de permitirnos evadirla dándonos el gusto de las lágrimas sentimentales despertadas por las exageraciones imaginarias. Craik conocía el estrés que causa tener ingresos reducidos, el deprimente interior de un alojamiento de una sola habitación en el lado de la sombra de la calle, el cansancio del trabajo continuado, la pena de la exclusión. Como Hilary Leaf, sabía cómo se sentía el tener un padre que tenía deudas y un hermano que era inestable y del que no se podía fiar, viviendo en una sociedad que asumía que las mujeres serían cuidadas por sus familiares masculinos. Las crisis del libro están deliberadamente poco dramatizadas; Hilary se enfrenta a ellas con agotada resignación y sale adelante con cualquier cosa que haya que hacer. Y, como mujer soltera en la treintena, Craik sabía cómo Hilary podía sentirse agobiada por el sentimiento de que su vida estaba escapándose: “Y el doloroso, doloroso anhelo que a veces le invadía, comenzó de nuevo. No le culpemos. Dios creó todas nuestras necesidades humanas” (cap. 4). Usando sus propios sentimientos simple y directamente, Craik convirtió las lágrimas de los lectores en legítimas y significantivas.

Robert Lyon vuelve al final del libro y finalmente le propone matrimonio, pero ni él ni la boda son de verdad reales. Hilary se marcha rápidamente a Liverpool y desaparece de la historia. El último capítulo es dedicado a la triste conclusión del romance de Elizabeth. Incluso Craik no parece creer en la realización de los deseos de un buen hombre que aparece navegando por el este para levantar las cargas de la mujer.

Los triunfos que se le dan a Elizabeth son casi más bien ensoñaciones satisfactorias. Tom, su infiel pretendiente, y Ascott Leaf, que también había sido malo con ella, aparecen desgastados y contritos y necesitan su ayuda. La verdadera clave del libro, sin embargo, es la silenciosa conmoción del final. Elizabeth continúa su vida como una mujer soltera trabajadora: competente, respetada, útil, contenta y solitaria.

El error de Christian

El error de Christian revela más encubiertamente el trauma psíquico de la situación de una mujer. El libro empieza media hora después de la ceremonia nupcial y acaba seis meses después, cuando el periodo inicial de tensión y ajustes acaba y el matrimonio feliz de Christian comienza. Christian es una institutriz de veintiún años; su marido, el Reverendo Arnold Grey, tiene cuarenta y cinco y es el Director del Saint Bede’s College en la Universidad de Avonsbridge. Los sucesos del libro muestran como ella se gana el afecto de sus hijastros, arrebata el control de la casa a las dos familiares solteras que han estado al cargo desde que la primera mujer del Dr. Grey murió, y supera la cohibida timidez que había evitado que le contase a su marido que una vez estuvo brevemente encariñada de otro hombre.

La novela es muy corta (menos de un tercio de la longitud de John Halifax, caballero o de El cabeza de familia) y no está bien desarrollada; los personajes pequeños son planos, el entorno social es incompleto, y la voz de la autora llena los espacios vacíos con instrucciones morales tediosas y agresivas. Pero la reconfortante voz no arrulla al ojo interior para que duerma. Aunque el libro trata abiertamente sobre el feliz ajuste de Christian, las imágenes incrustadas expresas una fuerte resistencia al matrimonio, un terror a hombres, y un miedo de perder la identidad personal que hace parecer al matrimonio literalemente el fin de la vida de una mujer.

Inmediatamente después de la boda, Christian es descrita como una “persona que, teniendo ciertas cosas que soportar, las soporta en una especie de sueño” (cap. 1). Se estremede cuando se da cuenta que nunca más estará sola. El alojamiento del director en la facultad es perpetuamente frío; Christian sigue a un criado con una vela parpadeante, “subiendo unas escaleras de piedra estrechas y empinadas, que podrían llevar a una prisión en una torre o a un dormitorio en un monasterio” (cap. 2). La cama parece diseñada para un fallecido en cuerpo presente. Christian pierde el sentido de su propia identidad. Vagamente recuerda, en breves “intervalos lúcidos” (cap. 3), que hubo una vez una persona llamada Christian Oakley. Se fuerza a sí misma a no recordar que una vez había tenído planes y había imaginado una vida diferente.

El terror a los hombres acecha en las sombras, demasiado horrible para enfrentarse a él. El padre de Christian, que había sido organista en Saint Bede’s, era un genio musical, un borracho, y algo más escondido tras la frase que se repite “la mayor bendición que podía haberle pasado a su hija era su muerte”. ¿Cuál puede ser este secreto? ¿Demencia sifilítica? ¿Incesto? ¿Abuso infantil? Se deja al lector proporcionarlo según lo que conozca o sospeche sobre los hombres que no pueden ser mencionados en público. Christian estuvo una vez encariñada del estudiante Edwin Uniacke, pero su cariño murió antes de convertirse en amor cuando encontró evidencias indescriptibles que hacían imposible que cualquier doncella virtuosa le respetara. Incluso el bueno y paternal Dr. Grey es asociado con la extrañeza y la distancia; habitualmente se sienta con su mano cubriéndole la boca para que sus sentimientos no puedan verse.

La narrativa que presenta este contenido emocional critica moderadamente a Christian porque se casó con un hombre por el que sólo sentía afección y respeto. La implicación es que crear el ciego autosacrificio necesario para superar la resistencia al matrimonio requiere un amor muy fuerte. Pero el libro también muestra la consecuencia oscura de la emoción frustrada en las mujeres solteras. Phillis era una madre soltera que entró en la casa de Grey como nodriza; está apasionadamente unida a los niños y les atormenta con azotes sádicos. Las dos familiares solteras, Miss Grey y Miss Gascoigne, se han alimentado la una a la otra durante veinte años en una relación de amo-esclavo que, para un lector moderno, revela sin rodeos su contenido sexual reprimido.

Christian evita estas amenazas desde dentro y desde fuera descubriendo un modo de preservarse a sí misma incluso en el matrimonio. La situación inicial codifica la desigualdad entre hombre y mujer. Como director de una facultad, el Dr. Grey posee un estatus social e intelectual impresionate. Christian es pobre, vulnerable, contaminada por el nombre de su padre y por haber sido institutriz en una familia de comerciantes. Su historia le ha dado la fuerza para cumplir con su deber y reprimir sus sentimientos, y le ha hecho creer que sus propios deseos no tienen importancia.

La transformación psicológica de Christian es lograda gracias a los incidentes que le enseñan a usar su poder. Estos incidentes son manipulados para aportar un doble mensaje. La narrativa pinta un cuatro sentimental; las dinámicas subyacentes permiten a Christian crecer. Por ejemplo, Christian cuida a un niño durante una enfermedad. La imagen pública es una mujer en su estado más santificado, vigilando con fe junto al lecho del enfermo en la tenue luz de la lámpara. Psicológicamente, la experiencia otorga a Christian una inversión emocional en sus hijastros, y con ella la confianza para desafiar a las hermanas solteras por el derecho a dirigir el entrenamiento y la educación de los niños.

El subcontenido es simultáneamente transformado. A medida que Christian se vuelve más fuerte al reivindicarse a sí misma, la amenaza de la dominación sexual masculina disminuye. Es el hijastro mayor, enfadado y violento, quien resulta herido y necesita cuidados. El Dr. Grey resulta ser un “completo cobarde” al atisbo de sufrimiento físico. Christian comienza a pensar en su marido como en un dulce niño; se da cuenta de que “Toda su vida tendría que, más o menos, cuidar, no solo de estos niños, sino de su padre” (cap. 5). El hecho de que Christian no tenga hijos propios podría indicar la impotencia del Dr. Grey.

El error de Christian es un libro menos satisfactorio que Amante y doncella porque no se enfrenta tan honestamente a su tema. Los dos libros exploran alternativas dolorosas − Amante y doncella muestra las necesidades no cubiertas por la vida de soltera; El error de Christian muestra la individualidad perdida en el matrimonio y el miedo de que los hombres sean enemigos misteriosos y aterradores. Pero en El error de Christian la instrucción moral superficial casi evita que reconozcamos los sentimientos. Las imágenes que expresan el disgusto por los hombres y el terror de asociación cercana con ellos parece brotar a pesar del feliz progreso de la historia. Sin embargo, porsiblemente los silencios narrativos y las vaguedades y evasiones expresan a la mujer lectora perceptiva un sentido de cúanto es escondido la propiedad superficial. Curiosamente, El error de Christian termina, como Amante y doncella con una nota de resignación: “muchos de nosotros tenemos que, más o menos, aceptar la voluntad del Cielo en lugar de nuestra voluntad, y seguir nuestro camino con resignación, no, con alegría, sabiendo que, lo veamos o no, todo va bien” (cap. 5). El matrimonio con el neutral Dr. Gray protege a Christian de un mundo que continuamente hace juicios sociales negativos contra las mujeres trabajadoras, y le da niños que cuidar sin el dolor ni la sexualidad del parto.

Una vida noble

Una vida noble (1866) fue publicada el año demás de la boda de Craik y afectuosamente dedicada al viejo amigo que ahora podía llamar “Tío George”. Sin embargo el libro es doloroso, incluso se permite excesos. Las agresivas instrucciones morales son una defensa tan transparente que solo enfatizan lo cerca que el libro se encuentra de los inconscientes disfraces de la cruda fantasía. Quizá la nueva seguridad emocional de Craik le dio la libertad para exponer las crudas heridas de la impotencia y la soledad.

El personaje central, Charles Edward Stuart Montgomerie, último Conde de Cairnforth, es un inválido inútil, confinado a una silla de ruedas, sólo capaz de levantar la cabeza, forzado durante su vida a ser testigo de los placeres que nunca puede compartir, y totalmente dependiente de otros para que cuiden de sus necesidades físicas. Sin embargo, crece siendo dulce, paciente e inteligente; gestiona su propiedad, alivia las angustias de sus arrendatarios, y construye escuelas e iglesias. Su único amigo cercano es Helen Cardoss, hija del pastor del pueblo. El Conde hace un testamento nombrando a Helen y a cualquier hijo que puede tener como herederos de su propiedad. Acidentalmente se le escapa hablando con su pariente cazafortunas, el Capitán Bruce, quien apresuradamente enamora a Helen, se casa con ella, abusa de ella y muere. Ella tiene un hijo, que crece conociendo la compasión y la caballerosidad al relacionarse con el Conde. El Conde muere pacíficamente − quizás agradecido − tan pronto como su joven heredero llega a la mayoría de edad.

Da vergüenza leer Una vida noble. Casi no hay acción. Escena tras escena son construídas para mostrar lo mucho que el Conde debe ser compadecido y para dejar que otros personajes hablen de él con ternura. Nos sentimos incómodos en la presencia de la deformidad y el dolor; nos sentimos susceptibles acerca de quedarse mirando a un inválido tan abiertamente. Llegar a ser incluso más violento cuando nos damos cuenta de que el amigo de Craik Frank Smedley había muerto poco antes de que el libro fuera escrito. El joven Conde de Cairnforth divierte a los hermanos de Helen Cardross con cuentos de “abusos salvajes; vajes por las praderas de Sudamérica, o naufragios en islas desiertas” (cap. 5); Smedley, confinado a su silla de ruedas por una deformidad de la columna vertebral, escribió novelas varoniles sobre la vida universitaria y deportiva.

Pero nuestro bochorno sugiere que el libro toca niveles de consciencia a los que preferiríamos no enfrentarnos. El Conde de Cairnforth, como Phineas Fletcher, representa un predicamento esencialmente femenino. Una mujer infelizmente impotente en una sociedad patriarcal apenas puede evitar el sentimiento de que es un especimen inválido e inútil de la humanidad. El Conde de Cairnforth es desafortunado por el cuerpo que le fue dado al nacer. Su vida es, por ello, “un largo aguante, provista de lo más afilado y duro por soportar porque dentro de ese cuerpo inútil residía un alma que estaba, más que la de la mayoría de los hombres, más viva a todo lo hermoso, nombre, activo y bueno” (cap. 5).

El libro también perturba nuestro intelecto crítico porque las lágrimas quedan tan cerca de la superficie. Charlotte Yonge, una contemporánea de Craik, remarcó que Una vida noble era “extremadamente disfrutada” por sirvientes, porque a los sirvientes y la gente pobre les gustan las historias “que las personas más educadas ven como una sobredosis de conmoción” (“Class Literature of the Last Thirty Years”, p. 451). La necesidad de llorar, el deseo de buscar ocasiones y ficciones que lleven a las lágrimas, nos golpea en momentos que somos incapaces de controlar las circunstancias de nuestra vida. Las novélas que dan lástima nos proveen de una liberación para las tensiones que surgen de la impotencia.

Craik resuelve el psicodrama de una mujer como un ser humano herido desdoblando la personalidad femenina y luego reuniendo sus dos aspectos en amor asexual y compasivo. Helen está ocupada, está sana y es práctica; es hermana-madre de sus hijos más jóvenes y ambas hermana-madre y hermana-amante del Conde. El Capitán Bruce es menos un personaje y más una herramienta para suministrar la fantasía del hijo que los castos amantes puedan criar: el cortejo y la vida de casa de Helen no son siquiera admitidos en la realidad imaginada de la historia, sino que tienen lugar entre bambalinas.

La fantasía purifica tanto la maternidad como el compañerismo masculino-femenino de la sexualidad y el poder desigual que lo contamina en el mundo real. La persona representada por Helen y el Conde − juntos − podría ser considerada el modelo femeníno del personaje andrógino, un humano idealizado que tiene la cabeza de un hombre y el corazón de una mujer. De este modo una mujer puede aceptar − aunque tan sólo tras la capa de proyección − el yo interno que es frágil, delicado e incapacitado; y puede consentir, con seguridad, a través de la transferencia sentimental, el anhelo de ser inútil, protegida y cuidada. La mujer también declara el poder esencial de cuidar, apoyar y dar vida. Este patrón emocional es repetido a lo largo del libro. Todos los personajes importantes − Helen, el Conde, el hijo − aceptan la fragilidad y la dependencia humanas aceptando ayuda cuando la necesitan. Todos ellos, al mismo tiempo, desarrollan fuerza cuando tienen que cuidar de alguien más. Cada personaje central se vuelve más puto y compasivo contemplando el dolor de otra persona. Y la instrucción moral − la sanción cristiana − convierte el sufrimiento en significativo.

Dos matrimonios

Dos matrimonios (1867) es abiertamente didáctico. El libro contiene dos novelas cortas, ambas bastante sombrías, que ilustran las barreras sociales que previenen las felicidad matrimonial.

La primera, “La mujer de John Bowerbank”, es una relativamente poco interesante historia sobre una heredera cuyo padre no le deja casarse con un vendedor pobre. Deprimida y pasiva, se deja llevar hasta el matrimonio con un viudo de mediana edad y luego hasta un lento declive que termina con su muerte. Los personajes no tienen vida; la trama utiliza convenciones estereotipadas; y la mayoría de la historia está contada de segunda o tercera mano, así que en lugar de compartir los semtimientos de Emily le observamos con lástima a través de los ojos de una ama de casa de clase media, Mrs. Knowles, que aporta un estribillo sobre la belleza del amor en una cabaña.

”La hija de Parson Garland” utiliza la historia de la prostituta para examinar las desventajas impuestas por el sexo y la clase. Charlotte Dean, una sirviente de una granja de dieciséis años, se niega a ser una víctima pasiva − sigue a Keith Garland hasta Cambridge y le obliga a casarse con ella. El padre de Keith, Parson Garland, manda a su hijo a Canadá y le ofrece a Charlotte un hogar. Se siente continuamente ofendido por su belleza dejada, sus incómodas maneras y su mala gramática, pero cuando descubre que no puede leer las cartas de Keith comienza a sentirse mal por ella y la educa. Lentamente se convierte en la hija gentil y cariñosa que él siempre había querido.

” La hija de Parson Garland” está construída con ideas que nunca terminan de convertirse en personajes convincentes. Charlotte cambia totalmente de una adolescente maltratada y analfabeta a la mujer perfecta; Garland es demasiado simple y dulce; y los personajesp pequeños existen solo para ir al grano. Charlotte es marginada no por su pecado sino por su sexo y su clase. Los vecinos perdonarían a un joven hombre por arruinar a una chica de clase más baja pero no por casarse con ella; pueden tolerar el pecado − mientras nadie lo mencione − pero no puede ver a una esposa que ha sido una sirvienta. Son gente tan totalmente sofisticada y desagradable que ningún lector se atrevería a simpatizar con su punto de vista. La carga de los recursos muestra como Craik capta los sentimientos conservadores para apoyar valores esencialmente radicales. Para 1867 ya no era algo osado convertir a una prostituta en la heroína de una novela. Pero Charlotte, al contrario que sus hermanas en la mayoría de la ficción del periodo, no es santificada por el martirio y el sufrimiento, ni muere. Nunca fue una víctima inocente para empezar. Un pastor le ayuda − pero no predica sobre sus pecados o lucha por su alma. Craik usa el brillo sentimental de la relación padre-hija para mostrar que una prostituta puede tener todos los derechos y virtudes de otras mujeres. La norma moral pone a mujeres y hombres bajo las mismas reglas y también les mide con las mismas normas. Charlotte no es “perdonada”; es premiada con el respeto que se ha ganado, a pesar de su sexo, su clase o sus errores pasados.

El reino de la mujer

La mayoría de las novelas que Craik publicó durante la década de 1860 reflejan el dolor y la ambigüedad de la posición de las mujeres en la sociedad. Su propia vida fue turbulenta. El triunfo de John Halifax, caballero no se repitió. Aunque era una profesional competente, que no tenía dificultades para vender su trabajo, ya no era un joven talento prometedor; las críticas serias comenzaron a tomar un tono condescendiente. Tampoco ella estaba produciendo el tipo de novelas que atraía a la audiencia popular más amplia. La ficción sensacional era el último grito, y los apabullantes best sellers estaban escritos por otras mujeres, como Mary Elizabeth Braddon y Mrs. Henry Wood. La preocupación y los cuidados por su hermano Ben consumieron su energía física y emocional. Tuvo que enfrentarse al accidente de George Craik y a la decisión de casarse con un hombre once años menor que ella. Se mudó al menos seis veces. Cumplió cuarenta años sin haber tenido un hijo.

Las novelas que escribió reflejan los conflictos no resueltos de las mujeres cuyas necesidades emocionales no estaban satisfechas, mujeres golpeadas por un mundo arisco o por la debilidad de su propio sexo, mujeres que anhelaban algo mejor, turbadas por la insatisfacción consigo mismas o con su lugar en el mundo. Los libros son cortos y desiguales. El dolor emocional, después de Amante y doncella no es a menudo afrontado directamente; es transformado, velado con disfraces, traducido a fórmulas sentimentales o evadido por actitudes morales sobre la manera en la que las mujeres debían sentirse que le llevó a una escritura plana y a personajes no convincentes. El reino de la mujer, hacia el final de la década, ofrece una solución feliz a los conflictos. Fue publicada en Good Words entre enero y diciembre de 1868, publicada en tres volúmenes en 1869, y se publicó casi a la vez en una sucesión de ediciones baratas. Aportó el dinero para pagar la casa de Shortlands. La cita de la página del título está cogida de John Ruskin, y el libro afirma el triunfo total de la mujer virtuosa. El Reino de la Mujer era el entero Reino Moral, mientras que los hombres reinaban sólo el físico. El poder de la mujeres era, por ello, básicamente superior. Las dos tramas del libro demuestran como las mujeres hacen o dañan las vidas de los hombres.

Letty y Edna Kendedine son gemelas que representan dos aspectos de la femineidad. Edad es autosuficiente, práctica y consciente de sí misma. Se casa con un joven doctor, le mantiene en el orden moral mientras él lucha por abrirse camino en el mundo, y cría a cinco hijos atentos y responsables. Pero la hermosa, dependiente y “femenina” Letty se casa por estatus con un hombre que la hace infeliz, y al hacerlo arruina la vida del sensible artista que había confiado en ella.

La salvadora al final de la novela es la niña-mujer Gertrude, cuya pureza y simpatía instintivas ocasionan una reconciliación parcial. Pero Letty nunca se arrepiente de sus errores ni llega a entender por qué su vida está tan vacía. Ignoró el reino espiritual. Creyó que la única cosa de valor que las mujeres poseían era su belleza física. El poder que la belleza le otorgaba como mujer soltera, sin embargo, ya no es suyo una vez que se lo ha vendido a un hombre.

La primera parte de la novela contiene algo de lo mejor que Craik escribió: escenas cuidadosamente detalladas, buenas distinciones de pensamiento y emoción, una heroína atractiva y agradable. La última parte, que tiene lugar tras un hiato de quince años, está sobredamatizada y arruinada por un cambio en el punto de vista que transparentemente esconde la identidad de los personajes centrales. Este cambio aporta la energía emocional de una ironía dramática bastante ilícita. También hace que sea imposible para el autor entrar en la mente de Letty − lo que quizás resueve la dificultad de tener que retratar sentimientos desagradables; Craik era totalmente incapaz de crear, desde dentro, un personaje que ella misma no aprobase.

La celebración total de la esfera de la mujer convierte al libro en un artefacto tan petrificado en su tiempo como John Halifax, caballero. Kate Chopin copió pasajes de El reino de la mujer en su diario − y Kate Chopin creó otra Edna, una generación después, en El despertar (Gartner, pp. 11-20). Pero la Edna de Craik se casa como una mujer, no (como la Edna de Chopin) como una niña. Edna Kenderdine dirige una escuela en lugar de salir como una institutriz, así que puede tener su propia casa. Cuando vuelve a casa después de unas vacaciones se deleita en el placer de moverse entre cosas que ha comprado en un espacio que se ha ganado. Pero a pesar de su éxito, anhela algo más. Porque está esencialmente satisfecha con su estado de soltera, no está segura de lo que quiere − una escuela mejor, quizás, con alumnos a los que sea más gratificante enseñar, o quizás un legado que comprase una cabaña en el campo y que proveyera algo de seguridad para su vejez. Cuando está muy casada de los oscuros miedos que a veces le asolan, “el mórbido terror por el futuro − ese sentimiento amargo de impotencia y tristeza que todas las mujeres trabajadoras sienten a veces…” (cap. 1).

Edna no se casa, pues, como único objetivo de su vida, sino porque tiene ciertas necesitades que no son cumplidas mientras está soltera. Ella y su futuro marido aprenden a conocerse el uno al otro mucho antes de casarse ya que, al ser dos adultos trabajadores, son capaces de tener una amistad franca y sin chaperones. Se casan en una base de igualdad de fuerza y preservan una colaboración de igualdad. Ambos son personas ocupadas y útiles. Y dentro de esta exitosa colaboración, que llena las necesidades físicas y emocionales de ambos, la balanza de poder reside en las manos de la mujer. Es, por naturaleza, moralmente superior: el hombre reconoce su virtud y se atiene a su juicio tanto para lo bueno como para lo malo. Eso, seguramente, es la solución soñada más satisfactoria a las necesidades que Craik y las mujeres de la época reconocían.

Problemas de mujeres

La naturaleza de la escritura de Craik para y sobre mujeres cambió después de El reino de la mujer. Sus últimas tres novelas largas abordan problemas: divorcio, ley matrimonial, desventajas legales de la mujer casada. Sin comprometerse a la radical − y divisoria − causa del sufragio, Craike intentó extender el reino de las mujeres más allá de las paredes del hogar usando las armas tradicionales de las mujeres − el sentimiento, la moralidad, el ejemplo de una vida admirable − para influenciar a la opinión pública.

Una mujer valiente

Una mujer valiente, serializado en la Macmillan’s Magazine entre mayo de 1869 y abril de 1870, es propaganda para la Ley de la Propiedad de las Mujeres Casadas que estaba siendo una vez más debatida por el Parlamento. La idea de que las mujeres debían tener un derecho legal real para con su propia propiedad y sus ganancias había aflorado regularmente desde principios de la década de 1840, pero siempre había sido derrotada por el argumento de que el marido era el cabeza de familia. (La Ley de Propiedad de las Mujeres Casadas, en su primera (relativamente débil) versión, finalmente fue aprobada durante la sesión del Parlamento de 1870 y recibió el consentimiento real el 9 de agosto de 1870). Una mujer valiente, escrita para el público familiar de una revista mensual de un chelín, explota las tácticas de la ficción sentimental: despierta las poderosas emociones sujetas a la imagen de la maternidad, y transfiere esas emociones a la causa. El libro está construido alrededor de la declaración que aparece en su centro exacto: “Si una mujer tiene que elegir entre el marido y los hijos, ¡salven a los hijos!” (20-21, cap. 11).

La heroína, Josephine Scanlan, se casó a los dieciséis con un apuesto predicador irlandés. Bebés llegan cada año hasta que hay seis niños supervivientes. Edward Scanlan es despreocupado con el dinero y nunca se ajusta a su salario de coadjutor. Tras luchar durante muchos años por tomar el relevo, Josephine empieza a temer que los niños estén siendo influenciados por su mal ejemplo. Cuando Edward coge dinero del fondo de la escuela para sus propios gastos − y usa a su hijo mayor para llevar cartas pidiendo limosna para poder reemplazarlo − Josephine decide dejarle.

Resuelve una manera de mantenerse a sí misma y a los niños. Y entonces pide prestado un libro de un abogado y copia, para que el lector lo vea, un resumen de las leyes que se le aplican como mujer casada. Su marido puede forzarle legalmente a vivir en su casa − puede “reprenderla” o “confinarla” si es necesario. Porque los niños tienen más de siete años, no tiene derecho a nada para con ellos; su marido puede criarlos de la manera que elija e incluso no dejarle que les vea. Y finalmente, incluso si pudiera irse, no tiene derecho al dinero que pueda ganar para mantenerse a sí misma; sus ganancias pertenecen enteramente a su marido, para aprovechas o usar como plazca.

La primera parte de la novela está diseñada para asegurar la implicación emocional del lector. La historia está ambientada dentro de un marco y está narrada por una mujer joven, Winifred Westo, que cuidadosamente nos deja saber que está felizmente casada. Winifred, como mediadora, sirve para asegurar a los lectores que dejar a una mujer controlar sus propias ganancias no sería ninguna amenaza para las esposas felices, y que, por tamto, apoyar el proyecto de ley en el Parlamento (o, más importante, persuadir al marido de que la apoye) no indica que una esté en un matrimonio infeliz. Winifred hace permisible a las esposas empatizar con Josephine Scanlan metiendo a sus propio marido en la historia: “Cuando yo − Winifred (no la ahora Winifred Weston) − miro al querido rostro que tengo en frente, en mi propio hogar, sé que tal matrimonio me habría vuelto loca” (cap. 8).

Craik no exagera como villano a Edward Scanlan melodramáticamente − ninguna mujer se casaría conscientemente con un hombre malo. Es simplemente débil. Detalles que muchas mujeres reconocían construyen admiración y simpatía por Josephine. Ella para de salir para no tener que gastar dinero en ropa. Entiende por qué Edward no pasa mucho tiempo en casa; incluso ella se siente atosigada por todos los bebés y niños pequeños en la pequeña casa. Se las arregla. Edward es incapaz de fijarse en enseñar a los niños con regularidad, así que ella aprende latín para hacerlo ella misma. Escatima con su propia comida; cuando Edward sale a cenar ella y los niños hacen una comida con pudding o pan. Él no le permite a ella tener un trabajo, así que coge en secreto trabajos de costura para una tienda del pueblo. Edward le culpa cuando las cosas no son frescas y cómodas y se pregunta por qué se está volviendo tan simple.

A mitad del libro las estrategias emocionales de la activista entra en conflicto con las necesidades internas del personaje. Josephine es simplemente demasiado fuerte para atenerse a la ley. Planea llevar a los niños a Francia en secreto, y calcula los detalles, nos cuenta la autora, “con un cuidado y una prevención digna de uno de esos justos cospiradores contra la injusta autoridad que, según tengan éxito o fallen, son calificados en la historia como patriotas o traidores” (cap. 12). Pero si Josephin escapara con éxito, la novela perdería su efecto como propaganda. La necesidad de esa ley es demostrada mostrando como víctimas asustadas e inocentes sufren en su ausencia. Y Craik hace a Josephine elegir quedarse con su marido por su moral y su naturaleza maternal superior. Descubre que Edward tiene una enfermedad cardíaca, y teme que pueda morir por la conmoción de su abandono.

El resto del libro despierta la pena por los continuos sufrimientos de Josephine en el matrimonio. Edward se vuelve senil prematuramente y tiene que ser vigilado como si fuera un niño pequeño. Los seis niños − los queridos niños por los que Josephine sacrificó su vida − mueren todos. Estos sufrimientos parecen ilícitos e innecesarios. Existen para completar la devastación emocional, para despertar pena, para dar apoyo a la causa. Pero también liberan emociones en la manera convencional; da a los lectores una oportunidad para llorar. Es como si la tensión instaurada en el lector por el cuadro realiste de una vida de casada confinada, sin esperanza, emocionalmente insatisfecha, tuviera que ser suavizada por las lágrimas que fluyen permisiva y automáticamente en las escenas en las que los niños mueren.

El marco de la novela y la narración de Winifred Weston aportan otra moral más convencional diciéndonos que admiremos la resignación cristiana de Josephine Scanlan. Pero, paradójicamente, hablar con la voz de Winifred en lugar de con la suya propia permite a Craike manejar material que de otro modo estaría prohibido. Lo primero que Winifred Weston nos dice en el prólogo es que cuando era una chica de dieciséis años se enamoró de una vieja de setenta. Insiste en la palabra; no se refiere a admiración o afecto sino a amor real, en todo su significado como el amor que más tarde sintió por su marido. La mujer valiente, nos muestra Winifred, es todo lo que el mejor hombre podría ser. A lo largo del libro Josephine Scanlan toma el rol masculino igual que el femenino. Gana un sueldo para matener a su familia. Hereda propiedad, y por culpa de la senilidad de su marido, gestiona la propiedad. Cuando un título de cortesía es ofrecido a los Scanlans (como dueños de propiedad), elige volver a su nombre de soltera y convertirse en Lady de Bougainville. Lee y entiende la ley. Cuando Winifred se casa, Josephine actúa como padre y la lleva al altar. También es su propia autoridad en temas religiosos. Su marido (que es, por supuesto, un clérigo ordenado) le pregunta si se ha olvidado que San Pablo dijo ‘”No dejes a la esposa dejar a su marido’”. Ella responde “’San Pablo no era una mujer, y no tenía hijos’” (cap. 11).

La causa legal que inspiró Una mujer valiente está ahora anticuada. Las evasiones intelectuales y las meteduras de pata estructurales son obvias. Pero incluso los críticos académicos modernos − si son mujeres − pueden quedar devastados por el poder emocional del libro. Tanto la intensidad como la torpeza pueden ocurrir parcialmente porque la novela es más autobiográfica que cualquier otra de las que Craik escribió. Esto es, utiliza materal de la vida de su madre: el carismático predicador irlandés con aniñños en sus manos que nunca aprende a gestionar el dinero y está seguro de que su vida mejoraría si se mudara a Londres, la mujer que gana un sueldo esencial para la supervivencia de la familia, incluso el delantal estampado azul que le pone a sus hijos. Pero no había habido un final feliz para Mrs. Mulock. Ni, aparentemente, podía su hija imaginar uno. Cualquier cosa que pudiera darle − dinero, posición social, el amor de sus hijos − no podía compensar los fallos del hombre al que la sociedad y sus propios sentimientos le ataban. Todo lo que podía hacer era, a través del disfraz de Winifred, registrar su enfado, su admiración y su amor.

Los críticos contemporáneos fueron indolentes e incluso desagradables con el libro. El Saturday Review aborreció su “falsa moralidad” (pp. 458-59) y se molestó por la “perpetua recurrencia de detalles domésticos, la frecuente alusión a los confinamientos y a los errores es simplemente odiosa”. The Athenaeum escribió: “nadie podía convertir tal tema en interesante… Nadie excepto una mujer podría simpatizar tan sinceramente con, o representar con tal sentimiento los problemas domésticos de, una esposa atada a un marido no muy listo… ¿podríamos pedir a la autora que la próxima vez trate de encontrar un tema que valga más la pena escribir?” (pp. 385-86).

Pero el tema en sí no era exclusivamente la propiedad femenina. Marido y Mujer, de Wilkie Collins, publicado el mismo año, también estaba basando en la ley del matrimonio y la propiedad marital. El libro de Collins, sin embargo, era una novela de sensación, con una trama intrincada, suspense exagerado, muchos secretos, una mujer que mataba a su marido para poder ser libre, y un montón de situaciones en las que probablemente ninguna lectora se vería nunca envuelta. Posiblemente Una mujer valiente era más perturbador − para los críticos masculinos − porque contenía tanto que era, sin duda, reconocible.

Hannah

Hannah fue serializado desde febrero hasta diciembre de 1871 en Saint Pauls, una revista mensual de un chelín que contenía ambiciosos artículos generales así como ficción y que atraía a un público bastante bien educado de clase media y clase alta. Es una novela sobre un solo tema con un estrecho objetivo legislativo. En 1835 el Parlamento había tomado el concepto de que una esposa estaba completamente subsumada por su marido hasta su conclusión lógica poniendo a los familiares políticos bajo la misma prohibición marital que las relaciones de sangre. El problema era casi siempre definido generalmente con una hermana de una esposa muerta; marido y mujer eran un solo cuerpo y, por ello, si una esposa moría, las leyes del incesto evitaban que su marido se casase con su hermana o cualquier otro pariente cercano.

Hannah es menos convincente que Una mujer valiente porque el problema toca las vidas de menos mujeres que el asunto de la propiedad. Sin embargo, en una era de partos arriesgados y condiciones de vida abarrotadas, las alianzas de ese tipo no eran raras, particularmente entre los pobres. Cuando una mujer joven moría, su hermana soltera era a menudo la única persona disponible para cuidar a los niños. Si se mudaba a la casa del viudo, la naturaleza muy probablemente se ocupaba del resto. Las columnas de consejos en las revistas de clase media simplemente advertían a la gente que vivía en matrimonios que no eran legalmente válidos que redactasen un testamento para que sus hijos − que, técnicamente, eran bastardos − pudieran heredar lo que les correspondía. Otros, de vidas más lujosas, intentaron llegar al Parlamento para cambiar la ley.

En Hannah toda la energía emocional está centrala en la barrera legal; solo que evita que los personajes sean felices y la batalla parlamentaria es importante para la trama. El recurso, una vez más, consiste en crear una heroína admirable y empática y enfatizar la maternalidad. Hannah Thelluson es una institutriz de treina años autosuficiente. Es bastante reticente a renunciar a su independencia cuando su hermana Rosa muere en el parto y el marido de Rosa, el joven clérigo Bernard Rivers, le pide que se encargue de su casa y del bebé. El gran incentivo, sin embargo, es el bebé. Hannah ha sido siempre consciente de “un gran deseo en su naturaleza − la necesidad de ser la madre de alguien o de algo” (7-9, cap. 1).

Antes de que Hannah abandone su puesto como institutriz, su jefa, Lady Dunsmore, cuyo marido está apoyando el proyecto de ley para legalizar los matrimonios entre parientes políticos, deliberadamente habla a Hannah de la ley de 1835 y con tacto le advierte de los cotilleos y de las complicaciones emocionales que pueden surgir cuando un hombre soltero y una mujer soltera viven en la misma casa. Esta escena anuncia totalmente la enteridad de la trama y predice el curso de la novela.

Hannah se convierte en una madre instantánea para el bebé, y se siente igual de maternal hacia el joven padre afligido. Le enseña a sobrellevar la pena, le urge a continuar con sus deberes parroquiales y le echa una mano de institutriz con los sermones. El centro del libro está dominado por la tensión emocional de una situación que despierta el interés incluso en el rostro de la implacable moralidad de Hannah. Tras una larga agonía arrastrada − ostracismo social, la irritabilidad que surge de una atracción que no se puede llevar a cabo, el fallo del proyecto de ley que no llega al Parlamento − Hannah y Bernard se toman la justicia por su mano negándose a obedecer las leyes del país. Se mudan a Francia, toman la nacionalidad francesa, se casan y viven felices para siempre.

El propósito del libro controla enteramente su trama. Historias secundarias sobre una niñera y la mujer de un hacendado muestran que el problema afecta a todas las clases. La subtrama también aporta escenas de violecia y muerte que tanto expresan como liberan la tensión construída por la continua frustración sexual. Sin embargo, las duplicación crean la desafortunada impresión de que cada hombre en Inglaterra tiene anhelos sexuales por su cuñada. Los críticos despacharon el libro como si no fuera otra cosa que propaganta; H. Lawrenny (i.e., Edith Simcox), escribiendo en Academy, lo llamó uno de “los trabajos extraviados de escritores de mérito reconocido, que han aceptado una nota negra” (citado en Olmstead, p. 11).

Sin embargo, centrándose en un solo aspecto de una ley mala, Craik llegó a una conclusión esencialmente radical. Hannah es, finalmente, una mujer que no acepta niguna ley que no sea su propia consciencia. Busca concordancia en la Biblia y decide que la jerarquía Anglicana ha creado un poder sin base en las Escrituras. La ley parlamentaria tiene incluso menos autoridad. Después de todo, los matrimonios entre parientes políticos que tuvieron lugar antes de 1836 eran legales. ‘”Entonces, ¿lo que estaba bien un año estaba mal el siguiente?”’ pregunta ingenuamente Hannah. ‘”Esto es, para mis débiles nociones femeninas, una forma muy extraordinaria de justicia”’ (cap. 5). Ni la clase ni el sexo de los legisladores y los obispos les da el derecho de determinar las acciones de una mujer. Craik lleva la típica analogía victoriana entre la familia y el orden social hasta su conclusión lógica − y no abandona el concepto de autoridad patriarcal en ninguna: “’Romper las leyes de tu país, por muy injustas que sean, y luego esperar su protección, es como desobedecer a un padre,’” dice una de sus personajes femeninas. ‘”Debemos hacerlo − aunque obligadas por sus injustas exacciones − pero debemos irnos primero de su casa’” (cap. 16). La niñera, Grace Dixon, está triste porque no entendió la ley; confió en un hombre y fue engañada por él. Hannah sabe exactamente lo que está haciendo. Se niega a someterse a una ley que ella no haría. Es premiada con una vida gloriosamente feliz. (En noviembre de 1875, Dinah Craik fue chaperón de Edith Waugh hasta Suiza para que pudiera casarse con el viudo de su hermana, William Holman Hunt).

La joven señora Jardine

La última novela larga de Craik, La joven señora Jardine (serializada en Good Words, de enero a diciembre de 1879), es una historia predecible sobre el matrimonio de una mujer modelo. Durante la mayoría de la década Craik había estado escribiendo ensayos, narrativas de viajes, y los libros para niños y las novelas cortas que aparecen en el siguiente capítulo. Su energía creativa había disminuido; ya no estaba emocionalmente involucrada con sus personajes de la manera que hace a sus primeras novelas convincentes. La joven señora Jardine es interesante solo porque, cerca del final, la esposa modelo dice que es necesario para las mujeres bajo ciertas circunstancias dejar a sus maridos.

Roderick Jardine va a Suiza para rastrear a unos primos lejanos. Se enamora a primera vista de su joven pariente Silence; ella mantiene a su madre enferma dando lecciones de música, y es dulce, chapada a la antigua y modesta, al contrario que las atrevidas y sofisticadas chicas inglesas. Silence y Roderick se unen en un matrimonio modelo: ella controla los gastos, el supera la cohibición de clase y trabaja como capataz en un molino de algodón; juntos − bajo la influencia de ella − dicen toda la verdad sobre su pobreza y son respetados por honesta alta burguesía escocesa. Son, de hecho, tan ideales que apenas ningún conflicto o tensión puede surgir para hacer la historia interesante. Su único problema es que la madre de Roderick se niega a dirigirles la palabra, ya que Roderick se casó sin su consentimiento. Silence triunfa casi muriendo en el parto, lo que hace que su suegra vaya corriendo a su lado en un estado de penitencia y compañerismo femenino.

Contrapuesto al idilio, muy brevemente, es el opuesto matrimonio de la hermana de Roderick, Bella, con un patán adinerado y bebedor llamado Alexander Thomson. Enfurecida él le golpeó el día antes de que su bebé naciera, Bella huye de su marido y se refugia con Roderick y Silence. Roderick obviamente espera que Silence le enseñe a Bella cómo ser una buena mujer. En su lugar, Silence le explica apasionadamente que Bella tiene el deber moral de abandonar a Alexander Thomson para siempre

La embriaguez habitual, la depravación, cualquier cosa con la que un hombre se degrade a sí mismo y destruya a sus hijos, le da a su mujer el derecho de salvarlos y salvarse de él, de dejarle a la deriva y de ser libre. Pobreza, desprecio, soledad, déjala soportarlo todo. Tenle compasión, si quieres, pero ignorarlo, aceptarlo y rendirse a ello, sobre todo, dejar a inocentes sufrir por ello − ¡nunca! Bella me dice que la ley le da posesión de su niño durante siete años. Mi consejo es que la dejemos tomarlo en sus brazos y volar − a donde sea, para que su marido no pueda llevarla de vuelta, o hacer que la ley la persiga. No, si yo fuera ella, desafiaría a la ley; me escondería en el fin del mundo, cambiaría mi nombre, me ganaría mi pan como una mujer trabajadora común; pero salvaría a mi hijo, y me marcharía. [20, cap. 14]

Discutiendo sobre la separación, Silence aboga por el divorcio absoluto − pero principalmente porque el divorcio liberaría al hombre para que propagase su corrupción en otra parte. Las mujeres tienen un deber supremo no solo como madres sino también como madres potenciales; Bella debe dejar la casa de Thomson para no traer al múndo a ninguno más de sus hijos. Los libros de consejos influenciados por la norma moral comenzaban a insistir en que las mujeres jóvenes debían investigar acerca del historial médico de la familia de su futuro marido, así como acerca de su propio carácter personal. Las escritoras eran conscientes − en los términos más discretos − del peligro las infecciones venéreas latentes; también creían que algunos aspectos de la personalidad eran hereditarios. El movimiento eugenésico, en estado avanzado, se tomó en serio el pedestal en el que las mujeres habían sido puestas. La cultura definía a las mujeres como innatamente puras, morales, compasivas y sacrificadas; y las honoraba mayormente como madres. La eugeneria podía dar a las mujeres, a través de su habilidad para controlar la reproducción, el poder de cambiar el mundo, no solamente ejercitando influencia moral dentro de sus propias esferas restringidas, sino determinando el curso de la evolución. Sin embargo, Bella es demsiado sofisticada y vaga para tener la fuerza de la femineidad pura; vuelve con su marido y produce una “numerosa camada de niños malumorados y paliduchos” (conclusión). Las últimas escenas de la novela enfatizan el sufrimiento y el peligro del parto. Desmuestran que el mundo depente de las mujeres que virtuosamente − y voluntariamente − se sacrifican para dar vida poniendo en peligro la suya propia y muestran como Silence es capaz de controlar a la gente de su alrededor haciéndoles conscientes de su dolor.

El Rey Arturo

El Rey Arturo: No es una historia de amor fue publicada en 1886, el año antes de que Craik muriera. Es una novela muy corta sobre una pareja de mediana edad que adopta un niño. El libro es poco más que una serie de fragmentos colocados para mostrar que las mujeres a las que no les gustan sus niños deben darlos, para revelar los prejuicios sociales de la gente que piensa que los niños están contaminados por los pecados de sus padres, para explicar la manera amable y honesta de decirle a Arthur, el niño adoptado, que es un “niño elegido”, y para explorar las dificultades que surgen porque la ley de Inglaterra no estipula la adopción legal. Hay una subtrama sobre el abuso infantil; la maternal heroína proclama que “Ningún niño de un hombre es suyo para hacer con él lo que quiera. ¡Debe ser un verdadero padre o no tendrá derechos paternales en absoluto!” (cap. 5). Una vez más la mujer admirable rompe las reglas; secretamente esconde a la niña maltratada donde su padre no pueda encontrarla.

El libro está hecho casi enteramente de discursos. Un doctor americano aparece a veces para decir cosas como “hay muchos niños en este mundo que sólo pueden ser salvados alejándoles de sus padres” (cap. 2) y para explicar que la adopción legal es posible en América, “donde no tenemos ni la maldición de la primogenitura ni la carga del rango hereditario” (cap. 2). La trama que Craik creó para revelar los problemas causados por la falta de una ley de adopción es una pieza estupideces sensacionales-románticas sobre el descubrimiento de los padres biológicos de Arthur. Arthur se las arregla para hacerlo todo bien; en la escena del climaz entre las dos mujeres elige a la madre que ha querido toda su vida pero a la vez consigue pruebas de su linaje para poder heredar una hacienda. Esto tiene el desafortunado efecto de destruir totalmente el objetivo de la historia haciendo que parezca que el nacimiento legítimo y el rango hereditario importan un montón después de todo.

Podemos simpatizar con Craik porque entendemos por qué quería escribir el libro, pero ya no tenía la energía o la habilidad para simplemente contar una historia pura y en su lugar recurrió a la trama improbable y a los personajes portavoces que a menudo habían amenazado su obra pero no la habían arrollado mientras que ella había sido capaz de centrarse en los pensamientos y los sentimientos compartidos por muchísimas mujeres lectoras.


Modificado por última vez en 16 de agosto de 2007; traducido el 28 de mayo de 2018