decorated initial El año en el que Panfletos de nuestros días apareció, 1850, marcó el final de los trece años de disturbios económicos y políticos y el amanecer de un periodo de prosperidad económica y de calma política que perduró hasta los nuevos llamamientos por reformas que culminaron en el Proyecto de reforma de 1867 (•••Reform Bill of 1867), que nuevamente perturbó a la nación. Con excepción de unos meses en 1851 en los que escribió La vida de John Sterling, Carlyle estuvo ocupado durante la mayor parte de este periodo con la redacción de Federico el grande. Ninguna obra abordó directamente las cuestiones políticas del momento como Cartismo, Pasado y presente y Panfletos de nuestros días había hecho, pero continuaron explorando el problema de la autoridad remontándose a la relación entre el padre y el hijo que le había preocupado en los inicios de su carrera. En La vida de John Sterling, Carlyle juega el papel del padre que intenta concebir un hijo literario; en Federico el grande, imagina un hijo que pretende obtener la autoridad del padre.

Engendrando al hijo literario: La vida de John Sterling

Al escribir La vida de John Sterling, Carlyle estaba dando autoría al mito de la carrera literaria de Sterling, igual que en la vida real había querido engendrar a Sterling como hijo literario. John Sterling reescribe el paradigma profesional que Carlyle había creado en la década de 1820. Como Sartor Resartus, la biografía se divide en tres partes y rastrea el descubrimiento del héroe de su vocación literaria. Tanto Teufelsdröckh como Sterling son radicales políticos que rechazan una carrera religiosa a favor de una literaria. Pero, mientras que Sartor Resartus finaliza justo cuando Teufelsdröckh está a punto de escribir un “nuevo mito”, La vida de John Sterling muestra lo que ocurre cuando el autor intenta realmente fundar el nuevo mito: fracasa [142/143].

Carlyle usa La vida de John Sterling para explorar su propio dilema, argumentando tanto que la carrera literaria es la única que está abierta a los hombres con talento como que no satisface la necesidad de la acción. Parece estar escogiendo entre hacer un intento final por asumir un papel activo en la arena política y retirarse de ello por completo, ya que la literatura podría no ser efectiva. Escribiendo a su influyente amigo Harriet Baring sobre su “disgusto con el comercio”, se preguntó si debería “introducirse a duras penas en el mismo parlamento y allí hablar sobre los Panfletos, acaloradamente y acaloradamente, procedentes directamente desde el corazón” (Wilson, 5: 7). [Aunque la cita aparece en un pasaje en el que Wilson menciona una carta de 1847, la referencia a los Panfletos sugiere una fecha posterior, probablemente 1850. La documentación de Wilson es escasa, y parece probable que aquí ha manejado conjuntamente citas de dos cartas diferentes]. “Durante toda la década de 1840”, Kaplan concluye, “la proyección de convertirse en un hombre de acción, en un actor público más que en un pensador privado, le atrajo poderosamente… Dada su amistad con Bingham Baring y su relación con Peel, la posibilidad de una nueva carrera al servicio público fue algo más que un pensamiento deseable” (361). Aunque Carlyle esperaba que el informe Northcote-Trevelyan (1854) condujera al nombramiento de funcionarios por mérito, siguió quejándose de que, como Burns y Sterling, él estaba excluido del gobierno debido a sus orígenes de clase, que “El destino… no le permitía otra” profesión (Wilson, 5: 121-22; véase también 5: 85; Reid, 1: 494-95; Shepherd, 2: 152; Kaplan, 397; y Fielding, “Comentarios inéditos de Carlyle sobre el informe Northcote-Trevelyan”). Como en Panfletos de nuestros días, argumenta que debido a que las principales profesiones no están abiertas a los hombres jóvenes y entusiastas como Sterling (quien encaja mejor en la vida pública como miembro del parlamento), se ven obligados a ganarse la vida con la literatura (LJS, 39-42). En La vida de John Sterling, escribe una apología sobre el hombre de letras decimonónico.

En Sartor Resartus, Carlyle había proyectado una imagen de sí mismo como un hijo rebelde que rechaza la fe de su padre pero que luego intenta recuperar lo trascendental mediante la literatura. En el lugar de su padre religioso, James Carlyle, Carlyle adoptó un padrino literario, Goethe. Con la “Reminiscencia de James Carlyle”, Carlyle se apartó de la ficción por la historia, rehusando el trascendentalismo de Goethe y de los alemanes a favor de la preferencia paterna por lo “real”. En Los héroes y el culto de los héroes había restado profundamente énfasis a la importancia de la literatura excluyendo a Goethe y reemplazándolo con hombres de letras que no podían crear un nuevo mito. La vida de John Sterling consolida este proceso sustituyendo la tríada anterior de Thomas Carlyle/hijo, James Carlyle/padre, Goethe/padrino por Sterling/hijo, Thomas Carlyle/padre, Coleridge/padrino. El retrato satírico de Carlyle sobre Coleridge y “la luz de luna trascendental” es un repudio desplazado del trascendentalismo alemán de Goethe, que había influido al joven Carlyle [143/144] de igual modo que Coleridge había influenciado a Sterling. El Carlyle de La vida de John Sterling, además, ha dejado de ser un hijo rebelde para ser el padre que devuelve a Sterling a la realidad, volviendo a promulgar el momento en el que se había sometido a la ley del padre tras escribir la “Reminiscencia de James Carlyle”.

La primera mitad de La vida de John Sterling se equipara estrechamente con el patrón narrativo de Sartor Resartus y del paradigma de la carrera profesional en Carlyle. Éste, como el editor de Sartor Resartus, conocía el tema de su biografía personalmente y usó sus cartas y escritos para componer la narración de su vida. Como Teufelsdröckh, Sterling “renuncia” a la ley y se ve incapaz de descubrir una profesión adecuada (LJS, 40; véase 38). Teufelsdröckh cree que ha recuperado el paraíso en el amor celestial de Blumine, a quien compara con la “luna”, pero después aprende que su revelación es una mera “calentura” (SR, 139, 147); Sterling cae en “la luz de luna trascendental” de Coleridge sólo para descubrir que las enseñanzas de Coleridge son “desilusiones fatales” y “fatamorganas” (LJS, 60; énfasis añadido). Teufelsdröckh es un Sansculote radical que viaja a París durante la Revolución de 1830; en el mismo año, Sterling se alía con los radicales filosóficos y se ve implicado en una rebelión española frustrada. Como Teufelsdröckh, deambula interminablemente en busca de salud y, tras la debacle española, que terminó con la ejecución de los rebeldes, llega a la conclusión de que su radicalismo es una “Filosofía de la negación”, un No eterno (LJS). Como respuesta a esta crisis, Sterling como Teufelsdröckh, que asciende “las elevadas lomas iluminadas por el sol” del “Eterno Sí”, y se convierte en un autor, descubre que “su colina verdadera y sagrada” es la literatura (SR, 184; LJS, 266; véase LaValley, 304, 308). La preferencia de Carlyle por la prosa sobre la poesía induce a error a Robert Keith Miller haciendo que concluya con que Carlyle se opuso a la elección de Sterling por la literatura como carrera, pero la narración representa a Carlyle, a pesar de su ambivalencia hacia la literatura, empujando a Sterling por tal rumbo por encima de la vocación religiosa (41).

La segunda mitad de La vida de John Sterling encarna lo que podría considerarse como una continuación de Sartor Resartus, donde Teufelsdröckh fracasa a la hora de convertirse en una autoridad paternal y en dar autoría a un nuevo mito. En vez de producir una Palingenesia, Sterling compone sólo una cantidad exigua de ensayos, poemas y relatos, ignorados por el público casi en su totalidad. Esto está en consonancia con el abandono de Carlyle de las aspiraciones trascendentales del Sartor tras la muerte de su padre. Sin embargo, aunque Carlyle había prescindido de tales aspiraciones, había continuado manteniendo la esperanza en convertirse en un padre literario. A pesar de que Sterling no consigue ser un padre, se convierte en un modelo para los hijos literarios, aquellos que podrían reconocer la autoridad de Carlyle y permitirle convertirse a él mismo en un padre.

Carlyle describe su ligazón con Sterling como una relación entre [144/145] padre e hijo, entre héroe y adorador de héroe. Sterling juega el papel de la audiencia en los escritos de Carlyle, comenzando su vínculo mediante un intercambio de cartas sobre Sartor Resartus. Aunque en sus primeros intercambios, Sterling muestra su inclinación a adoptar una postura independiente y crítica, Carlyle pronto es capaz de verlo como un lector ideal, un hijo que encuentra en él el tipo de padre que Carlyle quisiera ser. Hacia 1840, Sterling es el lector que más aprueba a Carlyle, comentándole que considera los Ensayos misceláneos como “el libro de los últimos veinticinco años en Inglaterra”, así como publicando el “primer y generoso reconocimiento humano” de su obra (Tuell, 309; LJS, 191; véase CL, 11: 191-92). La vida de John Sterling describe no sólo cómo Carlyle intentó ser el progenitor de la carrera de Sterling persuadiéndole de que abandonara la religión o por lo menos la Iglesia de Inglaterra (Church of England) a favor de la literatura, sino modelando la narrativa de la misma carrera de Sterling para dar cumplimiento a este deseo.

Carlyle escribió su narrativa para corregir la biografía de Julius Hare, quien, según afirma Carlyle, representa engañosamente a Sterling como a “un mero clérigo” (3). Dado que Hare ve a Sterling desde el punto de vista de la ortodoxia cristiana, inevitablemente representa la carrera de Sterling como una “derrota de la fe”, mientras que Carlyle desea argumentar que su abandono del Cristianismo convencional le permitió convertirse al final en un “creyente victoriano” (5, 6). La revista inglesa de la Iglesia Alta (high church) había atacado a Sterling en 1848 con un artículo titulado “Sobre las tendencias hacia la subversión de la fe”. La causa fue retomada por el incluso más ferviente periódico evangélico (Evangelical), El archivo, quien arremetió contra él repetidamente durante la primavera de 1849. Una de sus peores ofensas fue que él “no tenía escrúpulos en confesar que consideraba a Carlyle como a un Isaías ¡verdaderamente inspirado!” (Tuell, 364). Carlyle comienza su narrativa insistiendo en que el interés de Sterling por la religión organizada y las cuestiones teológicas finalizó cuando renunció a su labor como sacerdote en 1835, poco antes de encontrarse por primera vez con que “durante ocho meses y nada más, no sostuvo ninguna relación especial con la Iglesia” (3). Sin embargo, estudios recientes han establecido que, aunque la salud impidió que Sterling conservara su labor pastoral, siguió considerándose un clérigo y un seguidor de Coleridge cuando lo conoció en 1835, y que mantuvo la conexión con la Iglesia hasta por lo menos 1839. Sólo en 1840, cuando publicó las defensas de Strauss y de Carlyle, se apartó de sus amigos más ortodoxos, e incluso, conservó su interés particular en los asuntos teológicos (theological issues).

Carlyle dio forma a la biografía retrotrayéndose a 1835-37, la fecha de la conversión de Sterling a la literatura y suprimiendo la evidencia de su interés continuo por la teología. A medida que Carlyle se preparaba para escribir mediante la relectura de los Ensayos y relatos de Sterling, estaba ya buscando signos de heterodoxia, insistiendo en un comentario escrito en el margen del libro de que “Este hombre debe abandonar pronto la Iglesia” (Tuell, 344). Incluso antes de que Sterling se inclinara por la religión, Carlyle ya incide en que su único “fruto sólido reside en la literatura” (74). En la temprana fecha de 1837, justo dos años después [145/146] de que Sterling hubiera abandonado su ministerio, Carlyle afirma que “comenzó a interesarse por la literatura como si fuera realmente su empleo”, “se sintió cada vez más como si estuviera auténticamente dedicado a lo mismo”, y aprendió a mirar a “la literatura como a su trabajo en el mundo” (144, 152, 157). Sin embargo, la evidencia del interés perpetuo de Sterling por la religión y la indecisión sobre su vocación, fuerzan a Carlyle a hacer retroceder la fecha de conversión de Sterling, y, al discutir sobre el año 1841, ve necesario aseverar que “la literatura fue todavía su búsqueda constante” y que “ahora no oímos nada más” de Strauss ni de los asuntos eclesiásticos (221, 222). Para compensar estas dificultades, concede relevancia a aquellas cartas y episodios que enfatizan su influencia en Sterling y en sus intereses literarios. Reedita sólo aquellos fragmentos de la crítica de Sterling de Sartor Resartus que recogen su capacidad artística, suprimiendo “varias páginas sobre su 'Dios personal'”, citando la confianza de Sterling de que sus “pensamientos han… fluido más con la historia y la poesía que con la teología y la filosofía” (116, 139; véase 138. Otro ejemplo de la escultura de Carlyle sobre la biografía de Sterling se discute en Anne Skabarnicki, “Almas demasiado apresuradas”).

En este punto, la forma que Carlyle imprime a la carrera de Sterling en la biografía casi se fusiona con su intento por modelar la carrera de éste en la vida real. Viendo que Sterling era inteligente y vehemente, Carlyle fue respetuoso con su ortodoxia pero alentó cada signo que indicaba su abandono de la teología por la literatura: “Una de las noticias que me diste fue tan bien recibida como cualquier otra: que estabas más bien dejando de lado la filosofía y la teología. Predigo que irás claudicando progresivamente” (CL, 9: 117-18). Carlyle deja claro que se había esforzado activamente en dar forma a las creencias de Sterling, contrarrestando la preocupación del mismo sobre su “Panteísmo” con “una heterodoxia irrespetuosa”, y que había desalentado la discusión religiosa decidiendo “suprimir” todas las conversaciones acerca “del origen del mal” como “totalmente infructuosas e indignas” (LJS, 124, 130-31). Incluso llegó tan lejos hasta motivar a Sterling para que dejara de utilizar la etiqueta “Reverendo” en las páginas del título de sus libros (CL, 12: 6, 322). Sobre todo, le persuadió sobre la importancia de Goethe. En un primer momento, Sterling había considerado a Goethe demasiado pagano, pero Carlyle le convenció de la elevada espiritualidad de Goethe describiendo cómo su mentor le había “salvado de la destrucción” gracias a una clase superior de fe (CL, 9: 380, n. 12, 381; LJS, 147). Aunque hacia 1840, el mismo Carlyle había perdido algo de su entusiasmo por Goethe, sus cartas a Sterling hicieron creer que él era su padre literario y que para Carlyle, este hecho se convirtió en un artículo de fe (CL, 11: 216-17, IL3: 321-22, 14: 24, 73). Sterling se apaciguó y pronto comenzó a seguir las huellas de Carlyle como traductor y crítico de literatura alemana [146/147].

Carlyle intenta contrarrestar la tendencia hacia el trascendentalismo implícito en su insistencia sobre el valor de Goethe y de la literatura, buscando persuadir a Sterling al tiempo que estima la prosa como superior a la poesía. Carlyle pone las mismas objeciones a la poesía y al esteticismo que había hecho a la luz de la luna de Coleridge, criticando las cartas de Sterling sobre el arte italiano como “nebuloso” y suprimiendo sus apreciaciones estéticas como capitulaciones ante los “evangelios ventosos del arte” del siglo (175, 174; véase 164). La caricatura de Carlyle sobre Coleridge, como la de las cartas de 1824, lo condena (condemns him) porque sus especulaciones poéticas introducen a sus seguidores en un circuito interminable de deseo hacia lo trascendental y les impiden lograr la clausura en la acción. Carlyle sugiere, según esto, que en una era de “convulsiones revolucionarias”, la prosa aisladamente consuma el cierre produciendo algo ajeno a ella misma mediante la batalla: sólo el “mundo inteligible de las órdenes, y no la salmodia musical y el violín [i.e. la poesía], es posible en esta tormenta sanguinaria de la batalla” (196).

Sin embargo, aunque Carlyle hace que Sterling se convierta de la religión a la literatura en la primera mitad de la biografía, no puede en la segunda parte lograr su conversión de la poesía a la prosa. Cuando, a comienzos de 1837, Carlyle animó a Sterling a cambiarse de la teología a la “poesía y la historia”, su énfasis se focalizó en la última, puesto que para finales del año, Carlyle lo estaba desalentando acerca de la escritura de versos (CL, 9: 379). Mientras Carlyle avisó a todos los poetas de que su amigo, a excepción posiblemente de Tennyson, iba a adoptar la prosa, parece haber tenido la esperanza de poder triunfar realmente con Sterling como muestra su persistencia en sus recomendaciones por lo menos durante cinco años. Carlyle advirtió a Sterling repetidamente entre 1837 y 1842, y puede que le diera tal consejo tanto antes como después de estas fechas (CL, 10: 128-29, 234-35, 12: 187, 263, 321, 348, 13: 132, 14: 22, 23).

Un buen ejemplo de su advertencia con respecto a los poetas que aspiraban a serlo, puede encontrarse en su intercambio de cartas con W. C. Bennett. En 1847, Bennett envió a Carlyle un soneto y éste replicó con su consejo habitual de buscar una mejor carrera que la de la literatura. Cuando en 1853 Bennett envió un panfleto sobre la reforma educativa, Carlyle contestó entusiasmadamente que era “mucho más melódicamente 'poético' que los mejores versos escritos” (Shepherd, 2: 9, 135). No obstante, aunque La vida de John Sterling representa a Sterling preguntando “¿Escribir poesía, escribir prosa?”, la pregunta pertenece realmente a Carlyle (195). En un primer momento, Sterling intenta satisfacer a su nuevo amigo, informando en 1837, por ejemplo, que sus nuevos escritos para Blackwood son “prosísticos, bueno extremadamente prosísticos” (147). Pero, a pesar de las duras críticas de Carlyle y de su consejo hacia lo contrario, persiste en escribir versos (CL, 12: 320-22, 14: 21-25; LJS, 250). Finalmente, reconociendo que Sterling se está inclinando “más y más hacia la poesía” y que “con o sin estímulo, está decidido a perseverar”, Carlyle admite que “si un hombre escribe en verso, éste sin duda alguna era el medio para probarlo”, y retrospectivamente decide que debería haber sido más categórico al afirmar la vocación poética de Sterling (204, 250, 216-17; véase CL, 13:132). Su amistad con Browning, tras leer Hombres y mujeres (1855), se expresa de un modo casi igual: “A estas alturas ya no te prohíbo más escribir en verso, como probablemente lo hice alguna vez. Me doy cuenta de que ha llegado a convertirse en tu dialecto, en que brota de ti de una manera mucho más natural que la prosa… Sigue escribiendo en verso, si lo encuentras más fácil” (LMSB, 299-300).

La cuestión no resulta ser “prosa o poesía”, sino si Sterling fue un “hijo verdadero” que aceptó la autoridad de Carlyle o un “rebelde amotinado” que la negó (264). Sterling vive en una era revolucionaria [147/148] en la que los hijos no respetan la autoridad de sus padres. En vez de ser un discípulo que se conforma con la autoridad como podría haber hecho en una época de fe, Sterling es un vástago rebelde (un “radical” y un “emblema” de la era revolucionaria) que no puede someterse a su padre literario (36, 5-6, 267). Critica Sartor Resartus, persiste en su trascendentalismo coleridgiano y en escribir versos; incluso duda del heroísmo de Crowmell. Como Teufelsdröckh, el joven potro que rompe la rienda constreñidora, Sterling es un evadido “córcel árabe” “que anda errante a pleno galope por los brezales” (40). El énfasis en la energía gastada sugiere sin embargo que Sterling se parece más al caballo emancipado del granjero Hodge en Panfletos de nuestros días que al retozón Teufelsdröckh de Sartor Resartus. De hecho, Carlyle habría reducido a Sterling, como al esclavo liberado, a la ley paterna, “entrenado para ensillar y enjaezar” (40). Mientras que en Sartor Resartus, Carlyle se concentra en la necesidad del hijo por rebelarse y por volverse hacia la literatura como un instrumento para capturar nuevamente el idilio trascendental del cual ha sido cercenado por el padre, en La vida de John Sterling, el hijo inconformista se convierte en un ser pasado para quien su ser presente dicta la ley paterna. Sin embargo, igual que la persuasión literaria de Carlyle fue incapaz de fijar la ley para los negros y los celtas, así, no puede forzar a Sterling a someterse a su autoridad y a renunciar a la poesía.

Nacido en la era de la revolución, Sterling sigue siendo un vagabundo eterno. No puede lograr la clausura escribiendo un mito que dé cabida a la acción. Es, como Childe Roland, adecuado solamente para “fracasar” con sus compañeros de búsquedas. Mientras que las peregrinaciones de Teufelsdröckh supuestamente finalizan cuando se convierte en autor, las de Sterling continúan e incluso aumentan después de convertirse a la literatura. Sus cinco y principales “peregrinaciones” son emblemas de su personalidad inagotable y “nómada”: “No podía descansar, nunca aprendió aquel arte; era, como a menudo le reprochamos, fatalmente incapaz de sentarse y estarse quieto” (155, 26; véase 30, 40, 91, 92, 96, 102, 104, 121, 133, 134, 184, 266; CL, 8: 50). La relación entre la mala salud y las divagaciones en La vida de John Sterling, así como aquella entre la mala salud y la inseguridad en “Características”, se manifiestan ahora en la vida de Sterling cuya “enfermedad corporal fue la expresión, bajo condiciones físicas, de la vida demasiado vehemente que… incesantemente luchó en su interior” (155).

Sin embargo, Carlyle concluye en último lugar con que Sterling no es un “rebelde amotinado”, sino con que es tanto “filial” como “sumiso”, porque en esta “era habladora…” la carrera “anárquica, nómada y completamente aérea” de la “literatura” es “la única completamente apropiada” para él (264, 43). Su decisión de [148/149] escribir poesía no es una evasión de la llamada a la batalla, sino la única forma posible de acción para un hombre de su sensibilidad: es finalmente un “hacedor victorioso” porque “la batalla” de la vida “lo modeló fundamentalmente con la forma de la poesía” (6, 222). Sterling debe deambular indefinidamente porque, aunque no puede dejar de ser un hijo rebelde, tampoco puede convertirse en un padre autoritario. Como Carlyle, descubre que la literatura no es mucho más capaz de escabullirse del circuito infinito del deseo de lo que lo pueda ser la religión de Coleridge. En su esfuerzo final por ajustarse a la ley de su padre literario, Sterling intenta en su última obra, Corazón de león, escribir una épica homérica, pero esta obra queda incompleta cuando fallece, literalmente sin cierre (255).

En lugar de culpabilizarse por dirigir a Sterling hacia la búsqueda infecunda de la literatura, Carlyle condena a Coleridge por conducirlo hacia los “desiertos” de la teología y por fracasar a la hora de introducirlo en “las nuevas y firmes tierras de la fe más allá” (60). No obstante, como sostendría la acusación de Clough (teniendo quizá en mente este pasaje), Carlyle fue igualmente culpable de dirigir a una generación más joven “al desierto y… de abandonarla allí”, dejando de ser hijos y no siendo aún padres (Hale, 46). Si Carlyle aún podía arrogarse el derecho de recordar su preexistencia en el paraíso, el doblemente hijo literario tardío sólo podía rememorar las peregrinaciones del exilio. Si Carlyle podía de un modo limitado engendrar descendientes como Sterling, éste no podía ni conseguir esto, “naciendo muertos” todos sus escritos (250). Aun así, el Sterling de esta biografía es un avatar de Carlyle, no el Carlyle que creía que podía convertirse en un padre procreador, sino el Carlyle que tan frecuentemente sintió que sus obras nacían muertas.

La vida de John Sterling expresa también la ironía de que, mientras que Carlyle había buscado ser el padre de un rey, dar forma a Peel con la imagen de Cromwell, sólo había tenido éxito en ser el progenitor de un hombre de letras, modelando a Sterling a su imagen y semejanza. Un alma heroica nacida en el siglo XIX, sugiere, no poseerá el vigor del general puritano, pero en su lugar sufrirá la fragilidad del hombre de letras demasiado debilitado por el consumo para ejecutar los deberes de un cura de parroquia. Mientras que Carlyle tuvo una vez la esperanza de que el heroísmo podría recuperarse sustituyendo al héroe como hombre de letras por el héroe como rey, ahora parece concluir con que sólo el heroísmo disminuido del hombre de letras ha dejado de ser posible. Al final, La vida de John Sterling, no es una apología del hombre de letras sino una elegía del heroísmo.

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La retórica de La vida de John Sterling señala la retirada de Carlyle de la controversia pública. En vez del profeta iracundo dirigiéndose a una nación caída, aquí es un escritor de memorias melancólico que recuerda y defiende al amigo querido [149/150]. Mientras que en sus obras previas había debatido con su audiencia, La vida de John Sterling excluye a sus lectores, por lo que toda la conversación acontece entre Carlyle y Sterling (106, 124, 252). Indudablemente porque fue “un asunto” mucho más “amable” que el de la “Cuestión de los negros” y de Panfletos de nuestros días. Dado que no tenía una relación antagónica con el hombre sobre el que escribía, a Carlyle le resultó más fácil escribir el libro que otras obras más controvertidas (Sadler, 286; véase Kaplan, 372, Rem., 127). Los críticos inmediatamente notaron el cambio en el tono y alabaron su calma, su ternura, su distanciamiento del “discurso que despotricaba, de la excentricidad y de la extravagancia” (Dixon, 1088; véase 1090). Otras reseñas que se percataron del cambio de tono incluyen a Gilfillan, especialmente 717; “La vida de John Sterling”, El examinador, especialmente 659; “John Sterling y sus biógrafos”, Revista universitaria de Dublín, especialmente 185-86; George Eliot (en Seigel, Herencia crítica, 377); Francis Newman (en Seigel 380); John Tulloch (en Seigel, 393). Por supuesto, Carlyle sólo se sintió satisfecho en parte de que un libro que él consideraba “de poco valor” y falto de importancia tuviera una mejor recepción que sus otros libros recientes (Marrs, 685).

Aunque Carlyle se aisló de su audiencia evitando un compromiso directo con ella, también continuó aislándose atacando sus creencias más queridas. Las críticas religiosas, reconociendo que a pesar de su tono más suave La vida de John Sterling retomaba la agresión a la Iglesia de Inglaterra y al Cristianismo ortodoxo donde el “Jesuitismo” la había dejado, se “pusieron de uñas” con él (LL, 2: 97). En La vida de John Sterling, los críticos sostenían que Carlyle se había revelado finalmente como un demonio (un “Mefistófeles”, un “Satán”, un “Herodes”) que se deleitaba en conducir a un joven e inocente clérigo por los caminos de la heterodoxia (North British Quarterly, 245; El observador y el defensor cristiano en Seigel, Herencia crítica, 403, 405). El North British Quarterly y George Gilfillan en La reseña ecléctica lo acusaron de “Nihilismo” y “desesperación” (North British Quarterly, 245; Gilfillan, 721, 720). Incluso El espectador, que había publicado los artículos de Carlyle sobre Irlanda en 1848 y atribuido “un encanto atractivo” al nuevo libro, se quejaba de que Carlyle “no tenía ningún derecho… a debilitar ni a destruir la fe que no podía reemplazar ni reemplazaría con una más elevada” (Brimley, 1024). Carlyle concluyó con que “este periódico reseñador y el mundo estaban todos mortalmente en su contra”, que “aunque nadie le odia” “casi todo el mundo recientemente lo malinterpreta, mostrándose inconscientemente injustos” con él (LL, 2: 139-40). De hecho, su “heterodoxia” probablemente le costó una pensión gubernamental y la elección como rector de la Universidad de Glasgow. El príncipe Alberto había propuesto la pensión, pero Lord Aberdeen la rechazó aduciendo la “heterodoxia” de Carlyle (NL, 2: 157). Cuando Carlyle fue nominado para el cargo de rector de la Universidad de Glasgow, los periódicos escoceses lo atacaron por negar “que la Palabra revelada de Dios es 'el camino, la verdad y la vida'” (Wilson, 5: 131; véase NL, 2: 170-70).

Aunque frecuentemente tomó su pluma a comienzos de la década de 1850 para abordar las cuestiones religiosas y políticas del momento, sus escritos condujeron todos a la misma temática del manuscrito conocido como “Ópticas espirituales” (“Spiritual optics”). Este manuscrito no menciona La vida de John Sterling o la controversia que generó, pero claramente se refiere a él cuando Carlyle pregunta, “¿Por qué los hombres dan tantos alaridos acerca de los credos?”. Pero no progresa demasiado en la producción de una respuesta efectiva, y en vez de dar una contestación eficaz a sus críticos, queda encerrado en la contradicción entre sus creencias de que los valores culturales son relativos y trascendentales. Encontrándose en un callejón sin salida, concluye abruptamente, “desgraciadamente, ninguna de estas palabras procede directamente de mi corazón, ¡ni tampoco tiende (naturalmente) hacia ningún bien o incluso propósito perceptible!”.

En otro manuscrito, se ve atraído nuevamente hacia temas contemporáneos, aunque estaba escribiendo historia (“modernos Dundases con sus nombramientos para la India… los intereses de hierro fundido… los intereses reducidos del Whisky”; concluye con que “es mucho mejor que no digamos nada, Altim Silentium” (Tarr, “Las vestimentas”, 19). Preocupado, como La vida de John Sterling, por el problema del “Jesuitismo”, este manuscrito deja constancia del intento por parte de la familia católica de reprimir la verdad de la Reforma, un proceso que sólo trae una vez más la verdad reprimida con una violencia mayor en La Revolución francesa (27, 61; el mismo argumento elaborado en FG, 1: 223). Las comparaciones con la Revolución francesa de 1789 aparecen constantemente (e.g., 39, 45, 46). En vez de intentar hacerse oír sobre lo que pensaba acerca del estrépito babeliano de Londres, buscó aislarse de ello mediante una habitación insonorizada construida en la parte superior de su casa, recluyéndose en el mundo de Federico el grande.

Federico el grande no fue admirado para nada, pero creó menos controversia que La vida de John Sterling. Es más, durante los trece años que trabajó en esta obra, Carlyle se las ingenió para evitar casi toda la controversia pública. Publicó un par de escritos bastante menores entre el tiempo en que completó La vida de John Sterling y 1855, cuando se vio inmerso en Federico el grande, y después de 1855, queda ya poco en el camino, incluso el de los manuscritos, que aborde asuntos de actualidad. Sólo “La Ilíada (americana) en síntesis” (1863) que meramente constaba de una página y cuyo objetivo primordial era América, no Inglaterra, persiguió la controversia. Como un prodigio de erudición y un acto heroico de escritura, ayudó a restaurar la reputación de Carlyle como historiador y hombre de letras. Aquellos que se habían peleado con Carlyle no se dejaron ganar por ello, pero aquellos que desearon pensar bien del santificado hombre de letras pudieron hacerlo. Si en 1854 se le veía demasiado heterodoxo para ser elegido como rector de la Universidad de Glasgow, hacia 1866, tras la aparición de Federico, fue elegido, por un margen enorme, rector de la Universidad de Edimburgo.


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Modificado por última vez el 26 de marzo de 2002; traducido el 31 de julio de 2012